DIOS
AL SERVICIO DEL PODER
LA
RELIGIÓN COMO INSTRUMENTODE DOMINACIÓN
I.
Hebreos,
jázaros y religión judía
Los hermanos judeo-franceses Roger y Messod Sabbah aseguran que el
origen del pueblo hebreo se encuentra en el antiguo Egipto. Después de un largo
estudio en los campos de la filología y la arqueología, los dos investigadores han
llegado a la conclusión de que Abraham,
el patriarca del pueblo hebreo, no era natural de Ur, en la Baja Mesopotamia, sino
que se trataba en realidad del faraón egipcio Akenatón, esposo de Nefertiti y adorador de un solo dios, así que introductor
del monoteísmo religioso. Tras el
breve reinado del joven Tutankamón, Ay, nuevo faraón y furibundo politeísta,
ordenó la expulsión de Egipto de los adoradores de un solo dios afincados en la
ciudad de Aket-Aton, la tierra natal de Akenatón y Nefertiti. Este fue, según
los hermanos Sabbah, el ‘Éxodo’ que
relata la Biblia y en el que Moisés condujo a su pueblo a la tierra de Canaán,
entonces una remota provincia del imperio egipcio. Esta emigración dataría del
siglo XIV a.C. y concluyó con la fundación del reino de Judea o Yahuda; ‘yahud’ significaría ‘adoradores del
faraón’.
El psiquiatra judeo-austríaco Sigmund Freud
llegó a la misma conclusión con un siglo de anticipación, cuando aseguró: ‘Si
Moisés fue egipcio, si transmitió su propia religión a los judíos, fue la de
Akenatón’.
Tras la diáspora del pueblo hebreo en los siglos I y II d.C. ordenada en
primer término por el emperador romano Tito tras la destrucción del Segundo
Templo de Jerusalén, los judíos se expandieron por ciudades de todo el mundo,
fundando sinagogas y juderías. Sorprende que en la actualidad más del 80% de
los judíos del planeta son del grupo ‘asquenazí’,
es decir, descendientes de los judíos que durante la edad media poblaron Europa
oriental y central y desarrollaron el idioma yidis, una lengua que aglutina
elementos germánicos, pero también eslavos y de la lengua hebrea. Sorprende,
porque los asquenazíes no son descendientes de los hebreos del reino de Israel,
sino de los habitantes del reino de
Jazaria que decidieron convertirse al judaísmo en el siglo IX d.C. La conversión al judaísmo de la mayor parte del pueblo
jázaro se mitificó con la creación de un ancestro legendario común, Kozar, supuesto
hijo de Togarmés, así que bisnieto de Jafet, uno de los tres hijos del
patriarca bíblico Noé.
Los jázaros fueron un pueblo túrquico originario de Asia central que se asentó
en la zona situada entre el Mar Negro, el Mar Caspio y el Cáucaso en el siglo
VII d.C. El judaizado reino jázaro consiguió derrotar y frenar la expansión del
Islam hacia el este de Europa, aliándose con el Imperio Bizantino. El reino de
Jazaria acabó siendo absorbido por Rusia.
II.
Los
orígenes del cristianismo y la persecución de los cristianos
El
cristianismo fue un movimiento revolucionario que combatió al poder en
la época de Jesús de Nazaret, enfrentándose a las instituciones estatales asentadas
en Judea que dirigían los colonizadores de los ejércitos romanos en connivencia
con el clero judío local. Tal y como muestran los Evangelios, y han analizado
autores como el beato de Liébana, Friedrich Engels o Karl Kautsky,
el cristianismo, además de una secta religiosa, fue un movimiento
social-revolucionario que se opuso a la
violencia de los legionarios romanos, a la avidez de los recaudadores de impuestos, a la codicia de los ricos mercaderes, al trabajo esclavo y al patriarcado
impuesto por el derecho romano. Los cristianos propusieron una nueva sociedad
basada en el amor al prójimo, la
dignificación del trabajo manual, la comunidad de bienes y la toma de decisiones
democrática a través de la ‘asamblea’ (palabra que en griego se denomina ‘ekklesía’, de la que ha derivado
‘iglesia’). Una base doctrinal que estaba presente entre los judíos esenios,
pero también entre los vascones,
celtíberos e íberos, razón por la que el cristianismo encajó a la
perfección en la cosmovisión de los pueblos de la Península Ibérica que sufrían
el yugo de un Imperio Romano en descomposición. El cristianismo fue uno de los
fundamentos doctrinales de la Revolución
bagauda de los siglos III al V d.C., que a su vez fue la punta de lanza de la
Revolución altomedieval.
Como respuesta a la militancia
cristiana, los romanos se emplearon a fondo en la persecución de los cristianos. Tras las primeras persecuciones protagonizadas
por el clero judío, los emperadores de Roma Nerón y Domiciano (siglo I)
comenzaron la temprana persecución de los cristianos, aunque ésta se agudizó
con la crisis del Imperio en el siglo III y tuvo su máxima expresión un siglo
después durante el mandato de Diocleciano, perpetrador de la llamada ‘Gran
Persecución’ (303-313) durante la cual ciudades enteras fueron arrasadas y
miles de personas fueron martirizadas por sus creencias religiosas en un
intento desesperado del orden estatal por evitar el colapso de un Imperio
agonizante.
Hoy día los cristianos son un colectivo ridiculizado, perseguido y
exterminado. Las películas y series de la televisión, los “intelectuales”
de Twitter, los políticos de la izquierda y hasta los libros de texto
identifican ‘cristianismo’ con fundamentalismo
religioso, pensamiento anticientífico y curas pederastas.
Mientras los cristianos de Sri Lanka son masacrados, las actrices del colectivo
Femen
se desnudan como “protesta” frente a iglesias y catedrales, pero nunca en delegaciones
del gobierno, comisarías de policía, edificios de la banca, mezquitas,
sinagogas o pagodas. Solo en 2018 fueron
asesinadas 4.305 personas en el mundo por el hecho de ser cristianos; uno
de cada cinco cristianos del planeta (dos
de cada cinco en Asia) está legalmente discriminado o su vida corre peligro
a causa de sus creencias religiosas. Después de muchos años pasando por alto el
genocidio, hasta el papa Francisco
ha tenido que denunciar una persecución que es ‘mayor y tiene la misma crueldad
que la que se vivió en los primeros siglos de la cristiandad’, una denuncia que
han pasado por alto la mayoría de los medios
de comunicación de masas.
Los Estados que están persiguiendo de manera más activa a los cristianos son:
Corea del Norte, Afganistán, Somalia, Libia, Pakistán, Eritrea, Yemen, Irán,
Nigeria, India, Irak, Siria, Sudán, Arabia Saudí, Maldivas, Egipto, China,
Myanmar, Vietnam y Mauritania.
Solo en Francia ardieron 878 iglesias en 2017 y otros 1.062 templos cristianos
fueron atacados en 2018.
III.
La
creación de la Iglesia romana para neutralizar el cristianismo
En
el año 325 se celebró el Primer Concilio de Nicea, un
congreso que reunió en la provincia romana de Bitinia (actualmente Turquía) a
un buen número de obispos que acudieron a la convocatoria del emperador
Constantino I el grande. El primer
concilio ecuménico de la historia fue presidido por el obispo Osio de Córdoba,
muy próximo al poder imperial romano, y tuvo como “logros” la creación del
primer derecho canónico (leyes de la Iglesia, contrarias a los usos y
costumbres populares), la estructuración jerárquica de la Iglesia en
patriarcados y diócesis (presididos por arzobispos y obispos respectivamente),
la unificación de la doctrina cristiana (con el celibato obligatorio para los
sacerdotes) y la condena de la herejía arriana que negaba la divinidad de
Jesús.
En resumen, el Concilio de Nicea
supuso la creación de la Iglesia y la
traición del clero “cristiano” al cristianismo original. La Iglesia romana permitió
la supervivencia de un Imperio que tenía los días contados. Más que la obra de
Jesucristo y sus seguidores, la Iglesia de Roma es una estructura de poder, rica y jerarquizada, así que esencialmente
anticristiana. El arquitecto del Concilio de Nicea fue Constantino, el
mismo emperador romano que había tolerado el cristianismo tan solo doce años
antes en el llamado Edicto de Milán (313). En el año 380 el emperador Teodosio
I el grande decretó el Edicto de
Tesalónica, llamado A todos los pueblos,
una ley imperial por la que el “cristianismo niceno” se convirtió en la
religión oficial del Imperio, prohibiéndose incluso la celebración de
sacrificios animales a los dioses paganos.
IV.
El
verdadero origen del Islam
Según la historiografía
académica, Mahoma nació en la ciudad árabe de La Meca a finales del siglo VI
d.C. y fue el profeta del Islam. Según los historiadores estadounidenses Jay Smith y Robert Spencer, en el siglo VII
La Meca no existía, y Mahoma, tampoco. Así pues, la creación de un Estado
islámico no respondió a un fenómeno religioso, sino estrictamente político y
militar; la religión llegó después, así como el relato legendario de la vida
del profeta. Los primeros textos que
hablan de Mahoma datan de la última década del siglo VII; los documentos
escritos por los pueblos que sufrieron la invasión árabe nunca hacen referencia
a una religión, ni a su libro sagrado (el Corán), ni tampoco al profeta Mahoma,
y no denominan a sus enemigos ‘islámicos’ o ‘musulmanes’, sino ‘ismaelitas’ (la expresión ‘ismaelita’
es equivalente a ‘agareno’ y en
ambos casos se refiere a los descendientes de los personajes bíblicos ‘Ismael’,
ancestro de los árabes, y ‘Agar’, su madre), ‘sarracenos’ (antigua tribu del norte de Arabia) o ‘muhayirun’
(que significa ‘emigrantes’); incluso en las inscripciones y monedas
islámicas no se menciona ningún aspecto religioso hasta el siglo VIII, llegando
a inscribirse cruces en el relieve
de algunas de sus monedas.
Mientras los ejércitos árabes
conquistaban nuevas tierras y derrotaban a sus enemigos, el Estado islámico
sometía a sus habitantes mediante la imposición de una nueva religión
monoteísta que copiaba la mayoría de
sus elementos del judaísmo y de los dogmas de la Iglesia cristiana. ‘Islam’
significa ‘sumisión’; ‘musulmán’ significa ‘obediente’. La religión musulmana
no es más que una exitosa ingeniería social puesta en marcha por el califato omeya
de Damasco y desarrollada por la dinastía abasí de Bagdad. Los mayores enemigos
del califato eran dos imperios que tenían religiones bien asentadas: los
bizantinos se apoyaban en la Iglesia cristiana y los persas en la religión
zoroástrica. El Islam dotaba a un imperio tan grande y culturalmente diverso de
cohesión social, al tiempo que
garantizaba la identificación del pueblo
(la ‘umma’ o ‘comunidad de
creyentes’) con el Estado, un Estado
militarista, totalitario, fiscalmente depredador, esclavista, liberticida y
patriarcal. El papel de la religión islámica es similar al de los fascismos del siglo XX: conseguir que
los individuos victimizados por el Estado estimen sus cadenas y apoyen la
injusticia a la que están siendo sometidos.
Mientras que en Occidente el poder estatal quedó parcelado entre Imperio e
Iglesia a través de la doctrina
cesaropapista (‘al César lo que es del César…’), el Islam se establece como
un credo
político que no distingue entre los asuntos de fe y aquellos que tienen
que ver con la guerra o el gobierno. La religión inventa un Dios y lo pone al
servicio de la tiranía del Estado.
V.
El papel
del Islam en la actualidad
El Islam se nos presenta como ‘la religión de la paz’ cuando es,
justamente, lo contrario. Al-Andalus
es presentado como un lugar idílico en el que convivían armoniosamente tres
religiones: la musulmana, la judía y la cristiana; pero en verdad, la Hispania
musulmana era una terrible dictadura esclavista.
Abderramán III era un psicópata, un
tirano, un pederasta, un torturador, un asesino, un déspota que tenía hasta
2019 una estatua erigida en su honor en la localidad zaragozana de Cadrete, hasta que ésta fue retirada
por orden del Ayuntamiento de derechas, ante la indignación de Unidas Podemos y la Chunta Aragonesista que
calificaron la retirada de la estatua del califa de ‘intolerable’, ‘racista’ y motivada por el ‘odio’.
¿Tan ‘racista’ como el propio Abderramán cuando acudía a la guerra con un
ejército de esclavos negros que, para que no huyeran, defendían el campamento
del califa de Córdoba encadenados con grilletes en los pies? ¿Tan llenos de
‘odio’ como Abderramán III cuando ordenó pasar a cuchillo a 500 prisioneros
navarros durante el asalto a la fortaleza de Muez? ¿Tan ‘intolerante’ como demostró
ser el monarca andalusí mientras se entretenía en su palacio de Córdoba
torturando hasta la muerte a niños esclavos del África subsahariana o como
cuando decidió besar y morder la cara de una niña de su harén antes de
desfigurar su rostro con una antorcha porque la chica torció el gesto ante la
repugnante acción del soberano adorado por la izquierda?
Otro que tuvo una estatua dedicada en su honor hasta el año 2013, en este caso
en Algeciras (Cádiz), fue el
caudillo militar Almanzor. Abu Amir
Muhammad ben Abi Amir al-Maafirí, llamado Al-Manür
(‘el victorioso’), se dedicaba a saquear ciudades y pueblos libres del
norte de la Península Ibérica para debilitar al enemigo y, de paso, obtener un
valioso botín de guerra del que destacaba especialmente la captura de niñas y
jóvenes cristianas que luego eran vendidas como esclavas sexuales en los
serrallos del mundo islámico. Sobra decir que han sido Unidas Podemos y el PSOE los partidos (feministas) que más se han indignado por la retirada de la estatua
de Almanzor.
Mientras que el cristianismo es
carca y contrario a las libertades, el
Islam es guay, culturalmente enriquecedor y fascinante, o al menos eso
piensa el progresismo europeo. Somos los habitantes de Europa los que tenemos
que abrir
la mente para aceptar las costumbres de los inmigrantes musulmanes, al
mismo tiempo que los gobiernos de sus países de origen persiguen a los
cristianos e impiden a los turistas europeos vestir a la manera occidental. Francisco Franco no pudo ganar la
llamada Guerra Civil (1936-1939) sin el apoyo de los soldados marroquíes
reclutados por el clero islámico;
el Tercer
Reich se planteó islamizar Europa,
proyecto que la Unión Europea de Angela Merkel está consiguiendo hacer realidad
en el siglo XXI. Mientras escribo estas líneas, el archipiélago de las Islas Canarias está siendo invadido desde
Marruecos por miles de hombres jóvenes musulmanes con la total connivencia de
las “fuerzas de seguridad” del Estado español.
VI.
Las
nuevas religiones
El feminismo es una ideología que, al estar apoyada y promovida por los Estados, adquiere el carácter de ‘religión’.
Como en una teocracia, el feminismo es una creencia
obligatoria que tiene un clero
poderoso formado por mujeres del mundo de la política, las oenegés y las
administraciones estatales que renuncian
al sexo reproductivo y ordenan a sus congéneres cómo deben actuar, guiando el rumbo de toda la sociedad. Aquel o
aquella que no comulgue con la ortodoxia feminista, resultará marginado y se
convertirá en un elemento peligroso para todes,
en un hereje. El feminismo se nutre
intelectualmente de los doctores de la fe de su particular
santoral de ilustres feministas, y hasta posee un libro sagrado que todas citan y casi nadie ha leído, El segundo sexo.
El credo feminista se asienta en un dogma
difícil de demostrar: el heteropatriarcado o histórica
conspiración de todos los varones para someter a todas las mujeres a lo largo
de la historia. La religión política
feminista tiene diosas (las
mujeres idealizadas como seres de luz), demonios a los que combatir (el machismo de los hombres heterosexuales)
y mártires (las víctimas de la violencia de género), pero jamás se enfrenta al poder establecido,
ni cuestiona las instituciones estatales o la propiedad privada concentrada, quizá
porque las feministas son unas fariseas que dicen desvivirse por los derechos de la mujer, pero que jamás apoyan a las mujeres necesitadas.
La teoría del cambio climático
provocado por el calentamiento global del planeta a causa de la emisión de gases de efecto invernadero es otra religión política y, como el feminismo,
está promovida por los poderes estatales
y supraestatales, recogida en el corpus
legislativo y es predicada
constantemente a través de los medios de comunicación de masas y el sistema
educativo. El dogma de base es
alucinado, estrictamente anticientífico y más
increíble que la virginidad de María.
Los “científicos” mercenarios, los
que reciben premios y fondos monetarios de las universidades siempre que
alimenten el fuego de la mentira, son el clero fundamentalista de la religión del cambio climático.
Si unas pastorcillas de Fátima acudieron
a un bucólico paraje para recibir la palabra de la Madre de Dios, una repelente niña sueca acudió a las
televisiones para transmitir un mensaje al conjunto de la humanidad y convertirnos a todos, siguiendo su divino
ejemplo, en creyentes y devotos calentólogos.
El cambio climático ha establecido su
particular pecado original: todos los seres humanos somos culpables de la
destrucción del planeta en el que vivimos por tener el nivel de consumo que los
mismos poderes que difunden la teoría del cambio
climático nos han condicionado a mantener.
La última religión política que los poderes han inventado es el Covid-19 [C-19], una plaga bíblica que azota la humanidad como castigo divino por haber
ofendido a los dioses. De nuevo los “científicos”,
esta vez los médicos y sanitarios, se postulan como clérigos que dictan las medidas supersticiosas a las que
debemos someternos para que los dioses nos dejen en paz y vuelvan a
congraciarse con nosotros. El hiyab sanitario, el tapabocas, ese
trapo sucio que cultiva hongos y bacterias y nos obliga a respirar nuestro
propio detritus, se convierte en un preciado amuleto que “nos protege” de un
virus que traspasa sin problemas la mascarilla más eficaz sin conseguir infectar
las vías respiratorias.
El demonio está en todos nosotros,
así que debemos alejarnos de él evitando relacionarnos con otras personas que
podrían infectarnos, especialmente por la noche, cuando el influjo del Diablo debilita nuestra voluntad pecaminosa. ¡Ay de quien
no crea en la religión covidiana! Ese pecador será tachado de hereje y
condenado al purificador fuego de la censura y el oprobio por ser un
peligroso negacionista. Gracias a
Dios, los sacerdotes del siglo XXI ya
han bendecido el nuevo cuerpo de Cristo, el ARN mensajero del Homo Deus, y todos comulgaremos de
rodillas cuando seamos inyectados por la tan esperada “vacuna”, maná de los
dioses que recibiremos después de haber expiado todos nuestros pecados y de
haber pasado por una larga penitencia de
ERTES que no siempre se cobran, asfixiantes
barbijos [velo], solitarios confinamientos
[encarcelamientos domésticos]
perimetrales, paternalistas toques de queda y dolorosas pruebas PCR [palito por la nariz].
VII.
Conclusiones
‘La religión es el opio del
pueblo’, es la instrumentalización de los miedos y de las necesidades
espirituales humanas por parte de los poderes estatales con el objetivo de
cohesionar, adoctrinar, someter y debilitar la conciencia revolucionaria.
La moral religiosa se centra en la obediencia al poder establecido, en la
obediencia a la ley. La capacidad de adoctrinamiento de las instituciones de
poder se ha incrementado notablemente gracias a la universalización del sistema
educativo y a la influencia de los medios de comunicación. Estas herramientas permiten
el abandono de las antiguas religiones,
divinas y milagreras, y la implantación de las nuevas religiones líquidas que evitan los discursos metafísicos extraños a
la mentalidad materialista de nuestra época y se adaptan a la perfección a las
necesidades estratégicas concretas de los Estados que las apoyan.
La religión judía pudo nacer por
iniciativa de un sector del aparato estatal egipcio que acabó por formalizar el
Estado de Israel; la cohesión social que ha otorgado el judaísmo al pueblo
hebreo les ha permitido renacer como potencia política y militar treintaicuatro
siglos después. Los jázaros conformaron uno de los Estados más poderosos de su
época gracias a la adopción de una religión extranjera que les diferenciaba de
los imperios vecinos, el islámico y el “cristiano” (es decir, el Imperio Romano
de Oriente). Los árabes dieron un paso más cuando decidieron crear la religión
más estatista, belicosa y contraria a la libertad que se conoce. El feminismo
ha permitido la incorporación en masa de las mujeres al trabajo asalariado, la
atomización de la sociedad a través de la ruptura de la institución familiar y
la reducción drástica de la tasa de natalidad. El dogma del cambio climático permitirá que los obedientes ciudadanos
acepten de buen grado la llamada ‘Agenda 2030’. El Covid-19 ha dinamitado
nuestras libertades fundamentales y anticipa una reducción drástica de la
población europea.
El cristianismo no fue una
religión
hasta el siglo IV, cuando el poder estatal romano lo adoptó y adulteró para
usarlo como herramienta de control social a través de la Iglesia. Hasta
entonces, el cristianismo se había construido desde abajo, siendo un movimiento
esencialmente popular y contrario a los intereses de la oligarquía de la época.
La
crisis de las sociedades contemporáneas y la debilidad estructural de las
instituciones estatales
anticipan el nacimiento de un nuevo movimiento social, popular y
revolucionario, que debe recuperar los valores axiológicos y apoyar la creación
de una sociedad más libre, más justa, más amorosa, más eficiente, más armoniosa
y más humana. Ha llegado el momento de escoger entre ser un ‘muslim’, un obediente seguidor de las
religiones del poder, sean éstas las que sean, o un librepensador autoconstruido
comprometido en la edificación de una sociedad nueva y mejor.
Antonio Hidalgo Diego
Colectivo Amor y Falcata