jueves, 21 de diciembre de 2023
"Me manifiesto contra las manifestaciones". Artículo en "Virtud y Revolución", nº9, diciembre de 2023
ME
MANIFIESTO CONTRA LAS MANIFESTACIONES
Quien no llora, no mama. Pero
quien llora mucho es un llorica y el que mama es un mamón.
La humanidad, como bien supieron
vaticinar los “sabios” darwinistas del diecinueve, no ha hecho más que “evolucionar”,
y como resultado de este “progreso” hemos alcanzado un nuevo estadio que
podríamos denominar «lactante». Hace mucho que la sociedad dejó de ser
tediosamente adulta, así que conformada por individuos responsables,
autosuficientes y libres, para rejuvenecer transformada en una sala
hospitalaria de neonatos prematuros, pedigüeños, cagones y a medio cocer. Nos
falta un hervor. Como le falta un hervor al sujeto que sujeta la pancarta de la
imagen de la entradilla en la que manifiesta su amor incondicional a un Estado
que reprime sus libertades y atenta contra su vida. España me pega porque me quiere, porque le importo, se autoengaña
el derechista maltratado. Es una pena que el Ministerio del Interior no haya
puesto a su disposición un número de teléfono de atención a los votantes que
sufren «violencia de Estado».
Siendo un pequeño mamón acudí a
mi primera manifestación en brazos de mis padres, un acto de masas en el que se
exigió algo tan alejado de nuestros intereses como la aprobación del Estatut d’autonomia[1].
Esa movilización de protesta había sido convocada por los dirigentes del Estado
español en Cataluña, una mafia de ricachones liderada por el corruptísimo banquero
Jordi Pujol[2]
y su sacrosanta esposa, la racista Marta Ferrusola[3].
Como resultado de este acto multitudinario, el populacho legitimó un régimen político
que, cuarenta y cuatro años después, sigue mostrándose como el segundo tinglado
más corrupto de la «España de las autonomías», el llamado «Oasis catalán»[4].
Ya crecidito, mi segunda manifa fue con quince años de edad. Los
profesores-funcionarios del instituto Terra
Roja de Santa Coloma de Gramenet, donde me saqué el bachillerato,
organizaron una protesta reclamando vallas. ¡Queremos
vallas!, gritábamos los chavales, eufóricos por perder un día de clases. Altas
vallas para que el centro de enseñanza se pareciera un poco más a un recinto
penitenciario y para que los toxicómanos no se colaran en el interior de la escuela
para pincharse. Como era de esperar, la “espontánea” movilización de los
adolescentes colomenses para ponerle puertas al campo fue todo un “éxito”: a las
pocas semanas teníamos unas flamantes vallas… que fueron agujereadas unos días
después.
Cuando tenía veintiséis, los
obreros de Seat cortamos la A-2 a la
altura de Martorell, realizamos varios días de huelga y nos manifestamos en
Barcelona porque la empresa quería recortar la plantilla. Unas semanas después se
llevó a cabo una negociación entre la propiedad y los representantes sindicales
de Comisiones[5],
U.G.T. y C.G.T. en un hotel de cinco estrellas donde no faltaron la comida, la
bebida y las prostitutas[6].
Resultado: varios cientos de trabajadores de Seat se quedaron sin trabajo. Fueron despedidos poco a poco, día a
día, a lo largo de meses, sin avisar, sembrando el pánico entre los obreros que
temían ser los siguientes en ser despedidos; siempre al inicio del turno de
mañana, enterándose de su nueva situación de desempleados al no poder acceder al
recinto industrial tras pasar su tarjeta por el torno de la entrada; siendo
custodiados hasta la calle por los seguratas que impedían que los gritos de
protesta de los nuevos parados contagiaran a sus somnolientos compañeros que,
paralizados por el miedo al desempleo, giraban la cara y subían las escaleras
que les conducían al matadero de la línea de montaje.
La última manifestación a la que
he asistido —y asistiré— se produjo en el transcurso de la “letal epidemia” de
constipado asiático. Ni el ballet Bolshói de Moscú hubiera sido capaz de representar
una coreografía tan acompasada; a las inequívocas señales de los antidisturbios
de los Mossos d’Esquadra le siguieron los precisos movimientos de violencia
callejera gratuita de un conjunto de manifestantes con la cara tapada (policías
de la secreta o confidentes) que tiraron petardos y piedras con tan mala
puntería que no llegaron a impactar contra los agentes uniformados. Esta performance sirvió de excusa a los
policías que, armados hasta los dientes, emprendieran una carga violenta contra
el resto de manifestantes, los que no tirábamos piedras, los mismos que
intentábamos salir de esa ratonera llamada Plaça
de Sant Jaume que tenía las salidas taponadas por las lecheras de los Mossos y donde, qué casualidad, residen
los poderes autonómico y municipal en Barcelona[7].
Unas instituciones que, por cierto, nunca escucharon nuestra voz de protesta y
continuaron implementando la demente dictadura sanitaria en curso.
A las manifestaciones, igual que
a una entrevista de trabajo, igual que a la oficina del director de una entidad
bancaria, igual que al comedor social de Cáritas
se va a mendigar, lo que resulta en dependencia, sumisión y pérdida de
dignidad. Llorar para que te den es suplicar por unas cadenas y reconocer la
autoridad del que tiene poder. Algunos antropólogos consideran que el origen de
las jefaturas se encuentra en las sociedades que reconocieron a un «gran hombre»,
un listillo que, a base de trabajo o persuasión, conseguía acaparar un mayor
número de bienes de consumo que luego compartía “generosamente” con un
populacho agradecido en el transcurso de grandes banquetes que él mismo
organizaba y en los que conseguía ser reconocido como máxima autoridad de su comunidad,
entre aplausos y vítores[8].
Después de un tiempo recibiendo
comida gratis, el animal de granja, cebado y domesticado, ha mordido el anzuelo
y baja la guardia; dependiente e indefenso, no entiende porqué su depredador,
el antaño benefactor, se abalanza sobre él con aviesas intenciones. La presa,
incauta, deja de ser un objeto consumidor
para convertirse en objeto de consumo.
Al votante, siempre engañado, solo le queda suplicar por sus “derechos”, exigir
que se apliquen las leyes, añorar los tiempos en los que el estado de bienestar
era generoso y en los que la policía se presentaba ante él con una sonrisa en
los labios dispuesta a ayudarle a cruzar el paso de peatones. Cuando la riqueza
escasea y el gran hombre está afectado
por la senilidad y la decadencia, como ocurre con los actuales Estados
europeos, sus electores tienen que competir por las migajas y arrastrarse como
gusanos pidiendo una mejora salarial, un puesto de trabajo, una paguita o un
“derecho inalienable” que el mismo que nos lo concedió, por los siglos de los
siglos, nos ha arrebatado.
En los últimos lustros, las
manifestaciones han sido cada vez más multitudinarias, en tanto que las
convocan unos poderes recrecidos que se valen de la cada vez mayor influencia
de los medios de comunicación de masas y las redes sociales. El rebaño crece en
número y obediencia. Que la mayor parte de la población viva en ciudades no
hace más que mejorar los datos de asistencia a esas movilizaciones que se dicen
“populares” pero son en verdad «populacheras», en tanto que están orquestadas
por minorías de poder que usan a las masas para conseguir sus objetivos
estratégicos o enfrentarse a otros grupos de poder de las oligarquías
estatales. Que el éxito o la legitimidad de una protesta se mida por el número
de zombis que agitan una bandera es una falacia ad populum, fiel reflejo de una sociedad de mala calidad.
En su obra más conocida, La rebelión de las masas (1929), José
Ortega y Gasset define al «hombre-masa» y le señala como responsable del auge
de los nefandos totalitarismos del siglo pasado, fascismo, bolchevismo y
nacional-socialismo. Los hombres-masa
son un marasmo de «individuos sin calidad», sin criterio, sin libertad
interior, aquejados de un «yo vacío» que, guiados por aquellos que les prometen
una vida cómoda o mejor, se convierten en «muchedumbre» usada como arma
arrojadiza con el objetivo de desgastar o deponer gobiernos. Ortega, burgués,
alto funcionario del Estado español y colaborador de la infausta Segunda República
primero, y de la ominosa dictadura franquista después, tenía miedo de que estas
masas, tan útiles a los objetivos estratégicos del Estado para el que trabajaba,
escaparan al control de las minorías que las teledirigen desde los foros de la
prensa escrita y la radiodifusión (hoy, la televisión e Internet) y
protagonizaran una verdadera revolución[9].
El temor que mostraron intelectuales del poder como Ortega y Gasset y Miguel de
Unamuno a que se produjera una “rebelión de las masas” era del todo infundado,
como podemos atestiguar un siglo después. Al carecer de calidad moral,
intelectual y espiritual, las acciones de los manifestantes que gritan a coro
lemas y consignas elaboradas por otros solo puede desembocar en el
establecimiento de regímenes brutales que, con un discurso populista que
promete igualdad, grandeza o abundancia, persiguen la libertad individual y el
pensamiento libre.
Hemos visto manifestaciones de
millones de catalanes reclamando algo tan poco revolucionario como es un Estado,
uno propio, pero hecho a imagen y semejanza del «Estado opresor», solo con la
intención de tapar el escándalo de corrupción de Pujol y sus secuaces. Al mismo
tiempo, vimos manifestaciones de catalanes españolistas gritando vivas a la
Guardia Civil, el cuerpo policial más homicida de la historia de España. Hemos
visto infantiloides manifestaciones a favor de la religión del cambio
climático, grotescas astracanadas del “orgullo gay”, odiosas concentraciones
androfóbicas de colectivos feministas y ruidosos aplausos balconeros dirigidos a
los integrantes de un sistema sanitario que colaboraba activamente en el
establecimiento de una dictadura de influencia china en la que se abolieron los
derechos de asociación y circulación, al tiempo que se forzaba a la población,
niños y embarazadas incluidos, a inocularse un veneno experimental de
consecuencias imprevisibles. Hemos visto revoluciones de colores en Ucrania que
han precedido a una terrible guerra imperialista en la que están muriendo
cientos de miles de personas. Hemos visto manifestaciones pacifistas (¡No a la guerra!) programadas por un
partido político que nos metió en la O.T.A.N., el ejército más criminal de la
historia de la humanidad. Y en las últimas semanas, hemos visto manifestaciones
de protesta contra un infame gobierno de izquierdas, protagonizadas por votantes
de la derecha que aspiran a ser sometidos a la voluntad de otro gobierno que
será igualmente infame.
Podríamos pensar que, como las
sociedades europeas y el ser humano actual, los manifestantes han ido degenerado
con el paso del tiempo. Pero las concentraciones de protesta siempre han tenido
esta naturaleza, desde sus inicios. Relata Charles Tilly en Contentious Performances (2008) que las
primeras manifestaciones nacieron entre los siglos dieciocho y diecinueve,
cuando los primeros medios de comunicación imponían su opinión a las masas y las
revoluciones liberales acrecentaban el poder de los Estados a costa de la
pérdida de la soberanía de los pueblos europeos. El pueblo había dejado de ser
«pueblo», al perder su cultura y mismidad, para convertirse en un «populacho» patriótico
que, de manera más o menos crítica, se sumaba al proyecto ideológico del estado
nación. La primera manifa de la
historia se orquestó en Inglaterra, en 1768, y su motivo fue el de apoyar a un
parlamentario burgués de discurso radical llamado John Wilkes, partidario de la
libertad de prensa (de la misma prensa que había convocado las protestas) y del
derecho más insustancial que se haya otorgado jamás, el sufragio universal. La
segunda gran manifestación de ese país, en 1816, reunió a más de cien mil
veteranos de las guerras napoleónicas que exhibieron su patriotismo ante la
mirada del rey Jorge. La tercera manifestación de la historia británica, siempre
en base al estudio histórico de Tilly, provocó la llamada «Masacre de Peterloo»
de 1819, con cientos de muertos masacrados por el ejército, pobres diablos que
fallecieron reivindicando algo tan inerme como el derecho al voto, hoy
fundamental en el sostenimiento de los actuales regímenes políticos de
dominación. La cuarta gran manifestación de la historia del Reino Unido se
produjo en 1820 en favor de la «reina agraviada», Carolina de Brunswick.
Solo por imitación de este
modelo de movimiento de masas auspiciado por el Estado y apoyado en
festividades religiosas o conmemoraciones militares, los líderes sindicales de
los trabajadores industriales de Gran Bretaña comenzaron a organizar las
primeras manifestaciones obreras en la década de 1820. El interés de las
organizaciones sindicales centralizadas era canalizar el descontento de un
proletariado explotado que se había entregado al sabotaje, el ludismo y la
violencia contra los patrones. Vincent Robert[10]
asegura que esas concentraciones de protesta estaban fomentadas y toleradas por
los poderes estatales, al menos hasta la década de 1880, cuando se produjeron
masacres indiscriminadas como el Bloody
Sunday, el «Domingo sangriento»
de Londres del trece de noviembre de 1887. Tras estos episodios, las
organizaciones sindicales que convocaban los actos de protesta se cuidaban
mucho de reclamar solo aquello que las autoridades competentes estaban
dispuestas a reconocer, desde el derecho al voto a la reducción de la jornada
laboral. Ya en 1909, las protestas suscitadas por la ejecución del pedagogo
Francesc Ferrer i Guàrdia en Cataluña contaron con un servicio de orden interno
que evitó cualquier exceso o demanda inapropiada por parte de unos obreros
barceloneses todavía exaltados por la revuelta popular que habían protagonizado
unos días antes, la llamada «Semana Trágica» de Barcelona. La organización de esta
manifestación fue la manera que encontró el Estado español de encarrilar el
descontento popular de un pueblo que había emprendido un proceso revolucionario
y antimilitarista en verano de 1909.
La manifestación es una
herramienta útil para los que viven de su pertenencia a un sindicato, oenegé o
partido político. La manifestación es una forma de protesta reformista de
personas que aceptan el orden estatal y capitalista y aspiran a mejorarlo, así
que a consolidarlo y fortalecerlo. La manifestación es la manera que tienen las
autoridades de controlar la indignación popular antes de que derive en una
transformación social significativa. Como el trabajo asalariado, la
manifestación es una forma de dominación, en tanto que el operario no participa
de modo alguno en la organización, estrategia y orientación del acto de
protesta, sino que, alienado, se limita a repetir consignas, aguantar la
pancarta y desfilar sumisamente tras los pasos de sus líderes, solo a cambio de
una limosna. Desde el punto de vista de la estrategia miliciana, cualquier
manifestación es un contrasentido; los manifestantes, lejos de beneficiarse del
factor sorpresa y del conocimiento del terreno, convocan y publicitan el acto
con anticipación, acuden a la concentración desarmados y desprotegidos,
carentes de cualquier organización de combate, táctica y formación, y se
concentran en el centro de una ciudad, frente a la sede de poder de su supuesto
enemigo donde son -o pueden ser- acorralados, identificados, detenidos,
gaseados, aporreados, rociados con chorros de agua a presión o disparados con
diferentes tipos de munición. Acudir a una manifestación es como escribir una
carta a los Reyes Magos sabiendo que nos van a traer carbón.
¡No a las manifestaciones! ¡Hagamos
la revolución![11]
[1] Manifestación de la Diada del once de septiembre de 1979.
[2] El juez José María de la Mata Amaya,
titular del Juzgado Central de Instrucción número cinco, consideró en julio de
2020 que la familia Pujol Ferrusola conformaba una asociación ilícita y
criminal destinada al blanqueo de capitales, falsedad documental y fraude a la
Hacienda pública. Fuentes policiales estiman que el dinero sustraído de manera ilegítima
por la familia Pujol ronda los 500 millones de euros; el partido Ciudadanos estimó que el montante
ascendía a 2.500 millones; se sabe que la cuenta bancaria de los hermanos Pujol
Ferrusola en Suiza contaba con 137 millones de euros de dudosa procedencia. El Periódico (29-11-2017), La Sexta (15-10-2021) y Libertad Digital (3-8-2014).
[3] Además de mentir como una bellaca
asegurando que su familia vivía prácticamente en la indigencia «(mis hijos) van con una mano delante y otra detrás» o
«no tenemos ni un duro» [frases traducidas
del catalán], Marta Ferrusola también dejó numerosas sentencias de corte
racista dirigidas contra inmigrantes extranjeros o procedentes de otras zonas
de la península, como cuando criticó al expresidente de la Generalitat, José
Montilla, por no hablar bien el catalán y por haber nacido en Andalucía («me molesta mucho», confesó). Curiosas
declaraciones las de la primera dama, siendo toda la familia materna de Marta
Ferrusola originaria de Daroca (Aragón).
[4] Solo los 3.000 millones de euros del caso
de los ERE en la comunidad autónoma de Andalucía, un caso de corrupción
vinculado en esta ocasión al Partido Socialista, superaría el montante de
dinero apropiado indebidamente por el clan mafioso de los Pujol en Cataluña. Telecinco, 23-3-2023.
[5] Recuerdo que un compañero de trabajo de
la línea dos del taller ocho de Seat de
origen marroquí hacía frecuentemente un chiste con el nombre del sindicato
CC.OO. Mientras pronunciaba la palabra «Comisiones» con una sonrisa en la boca,
hacía un gesto con los dedos que simboliza «ganar dinero con avaricia».
[6] La famosa negociación sindical en el
hotel de las putas era vox populi durante
las conversaciones de la parada del bocadillo.
[7] Recomiendo la lectura de mi artículo Definición de las ratas publicado en la
revista Amor y Falcata (28/12/2020),
en el que resalto cuán absurdo y contraproducente resulta organizar una
manifestación en una plaza con pocas salidas que suele estar sitiada por los
antidisturbios de la policía.
https://amoryfalcata.wordpress.com/2020/12/28/definicion-de-las-ratas/
[8] Consultar la obra A Solomon Island Society: Kinship and Leadership Among the Sivai of
Bouganville (1955) de Douglas Oliver y el artículo Poor Man, Rich Man, Big Man, Chief: Political Types in Melanesia and
Polinesia (1963) del antropólogo norteamericano Marshall Sallins.
[9] No solo José Ortega y Gasset tenía miedo
de que las masas acabaran con el hobbesiano orden estatal. Otro intelectual
veleta contemporáneo de Ortega, Miguel de Unamuno, escribió: «Se conducen bien las aguas; pero cuando la
cañería se rompe, no hay manera de encauzarlas. Igual que ocurre con las masas,
es peligroso movilizarlas, porque nadie puede vaticinar adónde llegarán en
definitiva». Referenciado en la obra En
el torbellino, Unamuno en la Guerra Civil (2018) de C. Rabaté y J.C.
Rabaté.
[10] Les
chemins de la manifestation (1848-1914) de Vicent Robert (1996).
[11] En los próximos días se publicarán las Bases para una Revolución Integral donde
se concreta el ideario y naturaleza transformadora del Movimiento por la
Revolución Integral del que participo.
"Una historia de hombres". Artículo en "Virtud y Revolución", nº8, noviembre de 2023
UNA HISTORIA DE HOMBRES
Trabajo junto a otros veintitrés docentes,
de los que solo tres son hombres. La feminización de la educación es una de las
explicaciones de que el llamado “fracaso escolar” sea mayoritariamente
masculino, estadística que pasa por alto el sistema educativo estatal, así que
feminista. Pero este es otro tema, distinto al que quiero abordar.
Por mi trabajo, y otras razones que no
vienen al caso, mi mundo se ha vuelto cada vez más femenino, tanto que a veces
pienso que cualquier día de estos me va a venir la regla. Aunque doy mi palabra
de hombre que si algún día me pongo a menstruar no me odiaré por ello como sí
hacía la infame Simone de Beauvoir, santa matrona del feminismo, mártir del
autoodio y la más ilustre misógina del panteón de la fama. Tan poco masculino
es mi mundo que cuando mi cuñado me llamó para que fuera a jugar a pádel junto
a dos amigos suyos no dudé en decirle que sí, a pesar de los muchos kilómetros
y el atasco en hora punta que suponía pasar una tarde de lunes en compañía
masculina.
El pádel es el nuevo fútbol. Como cada vez
es más difícil reunir a unos cuántos, y el riesgo de lesión aumenta
considerablemente a partir de los cuarenta, este juego para cuatro sin contacto
físico se ha convertido en el nuevo deporte rey del siglo XXI. El pádel
es tan popular en los barrios obreros que ha conseguido desprenderse del
estigma que tuvo en sus inicios, como deporte vinculado a la derecha casposa y
codiciosa del expresidente José María Aznar.
Los dos amigos de mi cuñado, muy buena
gente.
El olor a sudor en el coche después de una
larga jornada laboral me pareció el mejor de los augurios, tan acostumbrado al
aroma del desodorante femenino; sentir los comentarios festivos que celebraban
las características físicas de las cuatro mujeres que jugaban en la pista de al
lado me indicaba que el esfuerzo valdría la pena; los constantes chistes que se
lanzaban como dardos los tres amigos con excusa de sus defectos físicos, falta
de habilidades deportivas o ausencia de vida sexual, unas bromas que en ningún
caso carcomían la autoestima del compañero sino que servían para estrechar los
lazos de camaradería a base de ingenio y sentido del humor, elevaron mi estado
de ánimo. Poco a poco noté cómo mi masculinidad resurgía con fuerza, abriéndose
camino entre la camiseta de fibra sintética de color verde fosforito y los
pantalones del Atlético de Madrid. Atrás quedaron todas esas charlas de apoyo
emocional tan comprensivas y esa obsesión por quedar bien con los demás. Como el Increíble Hulk, comencé una
metamorfosis que me hacía sentir más fuerte, más bruto y más hombre. Así con
fuerza la pala y golpeé la pelota como si mi vida dependiera de ello. El Antonio
profesor, consagrado al arquetipo del monje, había muerto, ahogado
entre libros; renacía el Antonio guerrero, ese fiero ser humano sediento
de belicosidad que aguardaba su oportunidad desde hacía mucho tiempo en el
interior del escroto. Mi vida por fin tenía sentido: mi único propósito era
ganar esa partida de pádel.
Perdimos. Perdí.
Supongo que el hecho de llevar tantos
meses sin practicar fue decisivo en la ajustada derrota que sufrimos. Me
imaginé a mi madre vestida de espartana despidiéndome de casa con un escudo
para decirme que si no volvía victorioso sería mejor estar muerto. Pero la
sangre no llegó al río. Sí llegaron las cervezas, tan rápido como se
consumieron, consumición que pagó mi cuñado. El que pierde, paga.
Y ese momento, el de la charla después del
partido, fue sin duda el más significativo de la tarde. Los dos hombres estaban
divorciados. Uno de ellos explicó que su exmujer se quejaba constantemente de
que él no colaboraba en las tareas domésticas y que, «para no escucharla», se ponía a limpiar los cristales a las once
de la noche después de una agotadora jornada laboral como camionero que
comenzaba a las cuatro y media de la madrugada. Parece ser que esa mujer no
valoraba que su marido, además de aportar el único sueldo que entraba en casa,
hiciera la comida para toda la familia, entre otras tareas que para su exigente
esposa pasaban desapercibidas. Una mujer que aseguraba no tener tiempo
suficiente para los quehaceres domésticos pese a negarse a trabajar porque «no había venido desde Argentina para ser barrendera».
El divorcio estaba siendo todo un drama debido a las muchas exigencias económicas
y personales que la ex estaba imponiendo a ese santo varón con el
beneplácito de la ley y los abogados. «Tengo
el cielo ganado», aseguró en más de una ocasión mi contrincante. Luego pude
saber que, además de los abusos y desprecios que este hombre recibía con
asiduidad de su antigua pareja, en varias ocasiones había soportado golpes y
violencia física, una circunstancia tristemente frecuente pero que sigue sorprendiéndonos,
especialmente si el hombre maltratado mide más de un metro noventa y pesa más
de cien kilos.
Al día siguiente fui incapaz de disfrutar
de un paseo por mi pueblo por culpa de dos circunstancias: las molestas
agujetas que me recordaban la derrota a cada paso que daba, y la lectura de
unas ofensivas pintadas que han aparecido en las fachadas de los edificios
aledaños al ayuntamiento. Una decía (traduzco del catalán): «Machirulo muerto, abono para mi huerto»;
otra mostraba esta frase (vuelvo a traducir): «Hombre aliado, te tenemos bien calado»; la mayoría de los
grafitis, perpetrados probablemente por el mismo grupo de indeseables,
insistían en un mismo lema: «zona antifeixista» («zona antifascista»). Supongo que no debería perder el
tiempo en explicar que las fascistas del pueblo son precisamente ellas o, más
que fascistas, nazis, femi-nazis, en tanto que desean exterminar a un colectivo
humano en base a sus características biológicas a través de una ideología
impuesta por el Estado y la gran empresa capitalista. Y no debería perder el
tiempo explicando por qué razones estas mujeres deben ser llamadas «nazis» ya
que estoy seguro de que ellas no me leen, entre otras cosas porque carecen de
este saludable hábito, pero también porque mis lectores son bien conscientes de
que el feminismo es la principal y más peligrosa forma de fascismo que
existe actualmente en nuestra sociedad.
Soy muy consciente de que la mayoría de
las mujeres, con sus defectos y sus virtudes, son seres humanos dignos que nada
tienen en común con los engendros
empoderados que han realizado las pintadas en mi pueblo o maltratan a sus
parejas. Pero lo mismo podemos decir de nosotros, los hombres. Ya está bien de
ser tachados de agresores, maltratadores, violadores y vagos insolidarios. Ya
está bien de ser discriminados por el sistema legal. Ya está bien de
feminismo.
Hagamos que cada día sea el Día contra
el feminismo y contra los poderes que lo han creado, lo financian y
promocionan. Hagamos que cada día sea el Día del hombre, del hombre
trabajador, del hombre digno, del hombre bueno, del hombre
revolucionario, del hombre que se respeta a sí mismo y respeta a las
mujeres. Celebremos el Día del orgullo masculino, el Día del
orgullo heterosexual, también el Día del padre.
Me tenéis bien calado, enemigas feministas; y por eso os digo que nunca
seré vuestro aliado. Como nunca seré aliado de ningún nazi que desprecie o discrimine
a otro ser humano por su sexo, raza o condición
sexual.
"¿A cuánto va el ser humano?". Artículo de "Virtud y Revolución", nº6, septiembre de 2023
Los precios suben y suben, los
trabajadores cada vez son más pobres y el Estado se está forrando[1].
Al mismo tiempo, el intelectual más leído de los últimos años, el historiador
Yuval Noah Harari, afirma sin pudor que los seres humanos solo tienen razón de
ser en función de su valor económico. Igual que los dinosaurios se
extinguieron, los humanos que no sean productivos, los que él denomina «clase inútil» o «gente superflua», serán eliminados, anticipa
el profesor israelí, fanático del darwinismo[2].
Harari lleva el concepto Homo oeconomicus[3]
hasta el extremo, a la esclavitud. Al prisionero de guerra se le podía
perdonar la vida a cambio de que renunciara a su libertad y dignidad,
dedicándose hasta la muerte al trabajo servil. El Estado hace muchos siglos que
emprendió una guerra contra nosotros, la ha ganado y somos sus prisioneros,
esclavizados o pronto ejecutados, en relación a nuestra valía como animal laborans[4].
Antes de preguntarnos quién eliminará a todas esas personas según Harari «improductivas»,
quiénes serán los nuevos nazis del siglo XXI a los que invoca el intelectual
judío[5],
no podemos más que constatar otro dato aterrador: mientras el precio de los macarrones,
de los tomates, del pan, del pescado y de las sandías no para de subir, la
carne humana se ha devaluado: los seres humanos nos degradamos.
En la década de los años 90 del
pasado siglo todavía quedaban muchos yonquis en los barrios, aquellos que
habían conseguido resistir los letales envites de la hepatitis, la
malnutrición, los venenos que compraban en las calles para evadirse de sus
monstruos interiores y los venenos que adquirían en las farmacias para combatir
el sida, esa cosa rara que les diagnosticaban los curas con sotana blanca y que
habían contraído como castigo divino por sus pecados de adicción o sodomía; un
mal tan misterioso que, como los extraterrestres que nos visitan[6],
probablemente no exista[7].
El yonqui era el ser humano más devaluado de su época. Extremadamente delgado, enfermo,
pobre, peligroso, dejado, sucio, triste, patético. El miedo a contagiarnos de
sida hacía que los chavales tuviéramos mucho cuidado de no pincharnos con las
jeringuillas que los zombis de la heroína sembraban en los descampados de los
arrabales.
Un mal pensado diría que el
ayuntamiento eternamente socialista de Santa Coloma de Gramenet deseaba que los
adolescentes nos drogáramos. Los que no lo hacíamos, teníamos que saltar con
mucho cuidado las vallas del Institut
Terra Roja, donde estudiaba, para poder jugar a la pelota en la pista de
fútbol sala sin que nos vieran las patrullas de la policía local.
Supuestamente, el recinto estaba cerrado por las tardes y festivos para que no
se colaran toxicómanos, pero los yonquis se las ingeniaron para hacer un
agujero en la valla metálica y acceder hasta el patio del instituto para
pincharse. A ellos nunca les decía nada la policía. A nosotros nos llamaban la atención
y telefoneaban a casa para meternos miedo. Curioso.
Una calurosa tarde de verano
interrumpió el partido de fútbol uno de los compradores habituales del cercano
Parque del Motocrós. Después de chutarse
con el ritual del mechero, la cuchara, el papel de plata y la jeringa, el pobre
desgraciado, acompañado de un hermano que se entregaba a los mismos vicios,
quiso también chutar la pelota. Le
dejamos hacer para evitar problemas. Resultó muy humillante para el joven de
menos de treinta años caer al suelo al intentar, sin éxito, patear el balón.
Con muchos problemas, consiguió incorporarse y se alejó de nosotros sin decir
nada. Segundos después se desplomó y fue a caer bocabajo en una zona de
hierbajos. Nosotros seguimos jugando, hasta que el hermano del toxicómano caído
nos pidió ayuda. —Mi hermano se está
muriendo—, nos dijo. Tenía una sobredosis; se les llamaba así, pero casi
siempre se trataba de todo lo contrario ya que el contenido de heroína podía
ser incluso del 5%, así que lo que mataba a los heroinómanos no era la heroína,
sino la sustitución de ésta por venenos variados que provocaban reacciones alérgicas[8].
Mi amigo Kiko y yo nos miramos. Pedimos ayuda al resto del grupo, unos ocho
chavales más. Ningún otro quiso ayudar. Tenían miedo, incluso alguno lo
expresó: —No quiero que me pegue el sida—.
Otro se atrevió a decir: —Él se lo ha
buscado. Que se joda—. No hace falta recordar que en aquella época no había
teléfonos móviles para avisar a emergencias; sobra decir que los adolescentes
insolidarios eran los que yo consideraba mis amigos: David, Jorge, Jose…
Este recuerdo del pasado vino a
mi cabeza al conocer una noticia que da la razón al malnacido de Harari: el ser
humano ya no vale nada; solo se valoran sus bienes. El pakistaní Muhammad
Hassan agonizó durante tres horas hasta morir a más de ocho mil metros de
altitud en las proximidades de la cumbre del K2, sin guantes, sin abrigo y sin
botella de oxígeno, tras una caída que se produjo cuando preparaba las cuerdas
por las que los alpinistas que lo habían contratado debían ascender hasta la
cumbre de la montaña más peligrosa del mundo. Unos ciento treinta escaladores pasaron
por encima del cuerpo yaciente de Hassan, todavía con vida, sin ayudarle ni socorrerle;
sin ofrecerle abrigo, agua u oxígeno; sin dirigirle siquiera unas palabras de
consuelo. —No quiero que me impida
cumplir mi sueño—, pudo decir un escalador; —he invertido mucho dinero en este viaje—, tal vez comentó una de
las alpinistas mientras apoyaba su peso en la pierna fracturada de Hassan, que
se retorcía de dolor. —Él se lo ha
buscado. Que se joda—, debieron pensar los ciento treinta seres inmorales y
repugnantes que dejaron morir al hombre que se jugaba la vida por un puñado de
dólares[9].
Una de las que pisoteó al sherpa por
el ansia de gloria y reconocimiento fue la famosa deportista noruega Kristin
Harila[10].
Todo sea por obtener una nueva marca al ascender los catorce ochomiles en unos cuantos meses; todo
sea por conseguir hacerse una foto en la cumbre, una imagen que a nadie importa
lo más mínimo. ¿Quién se ocupará ahora de la madre enferma de Muhammad Hassan? ¿La
campeona noruega? ¿Campeona de la infamia?
No hace falta subir tan alto
para ser un bellaco. Hace unos meses, en un call
center de Madrid, Inma, una de las trabajadoras, murió en su puesto de
trabajo. Un “centro de llamadas” es una oficina en la que trabajan decenas de
teleoperadores que atienden las llamadas de clientes de distintas empresas,
casi siempre indignados y enfadados porque, tras ser timados por alguna
multinacional que les suministra un servicio energético o de comunicación, no
pueden ir a reclamar a un lugar físico para que les solucionen el incidente, así
que el fraude puede perpetrarse con total impunidad. Los teleoperadores también
se dedican a llamar insistentemente a cualquiera de nosotros para despertarnos,
acosarnos e intentar vendernos una moto. Se trata, sin duda, de un “oficio”
indigno, se mire por donde se mire, cementerio de titulados universitarios que
no han encontrado un trabajo mejor y venden su tiempo a cambio de muy poco
dinero, un régimen laboral de tipo militar y la certeza de que a los pocos
meses serán reemplazados por otros incautos que todavía no se habrán quemado a
causa de la degradación que supone realizar este tipo de trabajo.
Inma falleció de forma súbita. Sus
compañeros se asustaron y se levantaron de la silla desatendiendo sus obligaciones.
Los jefes de turno de la compañía Konecta
ordenaron a las empleadas que volvieran al trabajo inmediatamente. Tras la
indignación expresada por algunos trabajadores, la encargada de la sala les
aseguró que tenían la obligación de mantenerse en su puesto porque realizaban
un “servicio esencial”, un servicio tan imprescindible como el de atender a los
usuarios de una empresa de suministro eléctrico... Así que los compañeros de la
víctima tuvieron que seguir respondiendo a las llamadas de los clientes de Iberdrola[11]
con el cadáver de su compañera a pocos metros de distancia durante aproximadamente
cincuenta minutos, el tiempo que tardaron los servicios de emergencia en constatar
el fallecimiento de Inmaculada, y el que tardó el juez en dictaminar su muerte para
poder retirar el cuerpo sin vida de la fallecida y llevar sus despojos a la
morgue[12].
¿La dignidad de un fallecido y la salud mental de sus compañeros es menos
“esencial” que los euros que hubiera dejado de ingresar la empresa Konecta en menos de una hora por
permitir a sus empleadas salir a tomar el aire y reflexionar sobre lo sucedido?
Descansen en paz Inma y Muhammad.
En paz pero desterrados de nuestra
memoria: el filósofo y antropólogo Higinio Marín denuncia que en nuestra
sociedad ignoramos a los muertos al considerar la muerte como algo obsceno[13].
Es por esa razón que los tanatorios se ubican a las afueras de las poblaciones
y están construidos de tal manera que el finado queda oculto en una esquina, en
el interior de una sala interior, acorazado entre cristales y maquillado. Todo
para que nadie vea al muerto o, en su defecto, para que no parezca un cadáver.
Hace mucho que los niños no van a entierros ni velatorios, no sea que alguno se
dé cuenta de que es un ser mortal y no un pequeño dios al que sus padres
idolatran. Es mejor incinerar que inhumar: hay que deshacerse del cuerpo para
no tener que visitar la tumba de vez en cuando, como si en vez de tener un
familiar muerto hubiésemos cometido un asesinato. Higinio Marín se lamenta de
que en los rituales funerarios solo se consuela a los vivos y se ignora al
fallecido, pues éste no tiene valor per
se. También afirma que la muerte se ha vuelto irrelevante, que no merece la
pena prestar atención al acontecimiento decisivo de nuestras vidas.
La sexualidad, ancestralmente
privada, secreta, transgresora y maravillosa, se ha banalizado en la modernidad
para convertirse en una cosa pública regulada
por los Estados. El sexo, como todo lo personal, ahora es político; del sexo se
tiene que hablar en la primera cita; nuestras relaciones sexuales se han
convertido en una orgía multitudinaria en la que, además de los asustados practicantes,
intervienen médicos, sexólogas, feministas, abogados y policías; el sexo se ha
convertido para hombres, mujeres y niñas[14]
en un reclamo constante con el que se mercadea. La muerte, en cambio, ha pasado
a ocupar el lugar que antaño tenía en nuestras vidas la sexualidad —dadora de
vida—, así que hemos sustituido el eros por
la prostitución, la pornografía y la infertilidad, nos entregamos al tánatos y
enviamos a nuestros muertos a vagar eternamente por el limbo de la ignorancia[15].
¿Muerto? ¿Qué muerto? ¿Que se muere una empleada? Pues seguimos trabajando
junto al cadáver como si no hubiera pasado nada… ¿Qué cadáver? ¡Es mucho más
importante prestar un servicio a los vivos! ¿Qué se está muriendo el hombre que
nos permite escalar una montaña? Pasamos —literalmente— por encima de él, vaya
a ser que nos contagie la muerte.
Ignoramos que nosotros seremos los
siguientes en abandonar el mundo de los vivos, convencidos de que la muerte es
un accidente evitable, o al menos eso afirma el fantasioso sacerdote del
transhumanismo, Yuval Noah Harari. Si ignoramos a nuestros muertos no
aprendemos nada de los ancestros y acabamos siguiendo como corderitos los
dictados de los sabihondos del poder: en eso consiste el progresismo. Harari le
tiene tanto miedo a la muerte que, más que esconderla debajo de la alfombra, la
niega, creyendo ingenuamente que sus tan admirados —como sobrevalorados—
científicos podrán llegar algún día, no muy lejano, a poner fecha de caducidad
al acto de morir[16].
¿Los mismos científicos que fueron incapaces de curar un constipado van a librarnos
de la muerte? ¿Esos que no se dieron cuenta de que había gato encerrado? ¿Los
mismos científicos que contemplan impotentes cómo la esperanza de vida disminuye
de forma significativa en las “sociedades avanzadas” son los que van a espantar
a la parca?[17]
¿Aquellos que viven en países en los que la tercera causa de muerte son las
prácticas yatrogénicas me convertirán en un dios, eterno y todopoderoso?[18]
Bueno... ¿Qué importa? Aunque consiguieran
inventar el elixir de la eterna juventud en un laboratorio, a nosotros, los sin poder, nunca nos van a bendecir con
la vida eterna. Tampoco la deseamos. Los únicos vampiros con los que sueña
Harari son los tipos más ricos y poderosos, los mismos que promocionan sus
panfletos, los únicos que podrían pagar el costosísimo precio de la
inmortalidad, si es que la vida eterna fuera posible y tuviera un precio. Pero
mucho me temo que el intelectual del poder, más tarde o más temprano, morirá.
Su pequeño y contrahecho cuerpo será devorado por los gusanos, los mismos que
convertirán en polvo a los multimillonarios a los que adula, las mismas larvas
que se darán un festín con vuestros despojos y con los míos. La muerte nos
iguala, algo que los fanáticos de la voluntad de poder y el capitalismo no
pueden soportar[19].
Hay una relación clara entre la
ocultación de la muerte, el deseo infantil y egoísta de inmortalidad, el
desprecio por la vida de los demás y la ausencia de propósitos trascendentes en
nuestras vidas. Nuestros coetáneos se han abandonado al egocentrismo, de manera
que son incapaces de dedicar sus vidas a legar valiosos bienes inmateriales a
todos aquellos que les sobrevivan; nuestros coetáneos se han abandonado al
hedonismo, así que consumen su tiempo en la búsqueda de unos placeres
sensoriales que mueren tan pronto como se alcanzan; nuestros coetáneos se han
abandonado al epicureísmo, así que tienen tanto miedo a la enfermedad y a la
muerte que prefieren ser esclavos de aquellos que aseguran ponerles a salvo[20],
entregados a la comida, el alcohol, las drogas, el dinero, la adrenalina y las
diversiones fingidas. Una vida sin propósitos relevantes finaliza con una
muerte sin sentido.
Aquellos que malgastan sus vidas
ocupando todo su tiempo en trabajar para ganar dinero y consagrarse al consumo
de bienes y servicios superfluos[21]
nunca tienen tiempo de realizarse como seres humanos; siempre insatisfechos, se
empeñan en alargar eternamente su agonía, ignorando que el rumbo de su vida transita
por un callejón que conduce inexorablemente al vacío. Cuando se ignora el amor por
los demás y se sustituye por la voluntad de poder, el otro se percibe como un enemigo, un competidor que nos arrebatará
nuestra porción de la tarta, un rival del que nos podremos aprovechar o un
lastre en la consecución de objetivos tan insustanciales como un ascenso
laboral en un call center o un ascenso
hasta el pico del K2 para hacerse un selfie.
Si nosotros mismos somos incapaces de tomar en serio nuestra propia vida, ¿cómo
vamos a respetar la vida de los demás?
En Sobre la brevedad de la vida escribió Lucio Anneo Séneca: «Tenéis
miedo de todo, como mortales que sois y, sin embargo, ambicionáis todas las
cosas, como si fuerais inmortales. Oirás a la mayor parte de los humanos que
dicen: “A partir de mis cincuenta años me retiraré a descansar, y cuando cumpla
los sesenta abandonaré todas las ocupaciones”. ¿Y quién te garantiza, a fin de
cuentas, que has de vivir una vida tan larga? ¿No será demasiado tarde comenzar
a vivir cuando ha llegado ya el momento de morir? (…) Durante toda la vida
debemos aprender a morir»[22]. No es un buen lugar para morir una
triste oficina llena de ordenadores y luces fluorescentes, entre encargados sin
escrúpulos; tampoco es una muerte digna fallecer de hipotermia en soledad, al
tiempo que más de cien desconocidos bien abrigados te pasan por encima como si
no existieras; como no es una buena forma de morir tener un colapso inducido
por la droga en un infecto descampado de un barrio marginal, junto a un
instituto de enseñanza de paredes prefabricadas, a causa de un pinchazo que
prometía la felicidad pero es la causa y consecuencia de tu fracaso personal.
Por esa razón, mi compañero Kiko y yo decidimos no seguir el criterio de la
manada del grupo de amigos adolescentes, dejar a un lado nuestro miedo al sida
y cargar con el cuerpo de ese yonqui anónimo al que conseguimos sacar del
recinto escolar y llevar hasta una fuente próxima donde pusimos su cabeza bajo un
chorro de agua fría. Su hermano empujó repetidas veces el cuerpo inconsciente
del toxicómano hasta que los golpes activaron su organismo y permitieron que la
sangre volviera a circular por sus maltrechas venas. No somos dioses, Harari,
pero sí seres humanos que confían en sus congéneres; seres con corazón que no
vemos al prójimo como un objeto del que podamos extraer algún beneficio; seres
humanos que sacralizamos la vida humana.
Por
esa razón, cuando, una semana después, en las proximidades de la discoteca Shadon, nos encontramos con el mismo yonqui
y nos quiso quitar el poco dinero que llevábamos encima, lejos de lamentarnos,
Kiko y yo nos miramos y sonreímos, al ver que el hombre estaba bien de salud,
dentro de lo que cabía esperar. Uno de nuestros “amigos” aprovechó la
circunstancia para justificar su cobardía y ausencia de humanidad y echarnos en
cara que, el mismo tipo al que nos empeñamos en ayudar, ahora quería robarnos. Hicimos
oídos sordos a sus palabras, bromeamos con el toxicómano y seguimos nuestro camino[23].
El yonqui no entendió nada, pues no se acordaba de nosotros. Tal vez muriese a
las pocas semanas o meses por culpa de sus malos hábitos. Tal vez. O tal vez
consiguiera encontrarle sentido a la vida, enterrar sus monstruos interiores,
dejar las drogas y escapar del devaluado colectivo de carne para la picadora
que Yuval Noah Harari denomina «clase inútil». Tal vez dejó de tontear con
la muerte y de buscar insistentemente dañinos placeres fugaces para aceptar al
fin su condición de mortal, de ser humano sufriente que acepta el reto de la
vida, sus dificultades y su finitud, sin pretender evadirse de ella
pretendiendo ser un Dios[24].
[1] El espectacular aumento de los precios
que estamos sufriendo ha permito al Estado español incrementar un 65% su
recaudación tributaria. El Confidencial (8/6/2023).
[2] «La
gente vive mucho más tiempo de lo que se esperaba y no hay dinero para pagar
las pensiones y los tratamientos médicos (…) ¿Qué le ocurrirá al mercado
laboral cuando la inteligencia artificial consiga mejores resultados que los
humanos en la mayoría de las tareas cognitivas? ¿Cuál será el impacto político
de una nueva clase de personas inútiles desde el punto de vista económico? (…) En
el siglo XXI podemos asistir a la creación de una nueva y masiva clase no
trabajadora: personas carentes de ningún valor económico, político o incluso
artístico, que no contribuyen en nada a la prosperidad, al poder y a la gloria
de la sociedad. Esta “clase inútil” no solo estará desempleada: será
inempleable (…) Los humanos perderán su utilidad económica y militar, de ahí
que el sistema económico y político deje de atribuirles mucho valor (…)».
Extractos literales de la obra Homo Deus (2016)
de Yuval Noah Harari. ¿Ninguna “asociación de ofendidos” ha denunciado por delito de odio a Harari por semejante
apología del genocidio?
[3] Término usado en el siglo XIX para
denunciar la visión del ser humano que tenían los economistas utilitaristas y capitalistas
de corte liberal (John S. Mill, David Ricardo, Adam Smith), obsesionados con
una idea mutiladora y reduccionista: el motor de toda acción humana es la
búsqueda de la riqueza material.
[4] Término acuñado por la filósofo
germano-estadounidense Hannah Arendt en su obra La condición humana (1958) para referirse al ser humano de la
modernidad, consagrado en cuerpo y alma a la producción y valorado socialmente
por su productividad económica.
[5] «Debido
a una creencia humanista intransigente en la sacralidad de la vida humana,
mantenemos a personas con vida hasta que llegan a un estado tan lamentable que
nos vemos obligados a preguntar: “¿qué es exactamente tan sagrado aquí?” (...)
Quizá el hundimiento del humanismo también sea beneficioso (…) Mientras que
Hitler y sus acólitos planeaban crear superhumanos mediante la cría selectiva y
la limpieza étnica, el tecnohumanismo del siglo XXI espera alcanzar el objetivo
de manera mucho más pacífica, con ayuda de la ingeniería genética, de la
nanotecnología y de interfaces cerebro-ordenador (…) De ahí que el dataísmo
amenace con hacer a Homo sapiens lo
que Homo sapiens ha hecho a todos los
demás animales». Extractos literales de la obra Homo Deus (2016) de Yuval Noah Harari. ¿Ninguna “asociación de
ofendidos” ha denunciado por apología del
Holocausto al israelí Harari?
[6] El fenómeno
ovni vuelve a chocar en Estados Unidos contra la falta de pruebas: “Declaran
algo que ni siquiera han visto”, artículo de RTVE.es (30/7/2023) escrito por Samuel A. Pilar.
[7] Si usted tampoco se ha creído el cuento
del sida ni confía en la industria farmacéutica, le recomiendo el texto Desmontar el sida de Lluís Botinas o ver
el documental ELISA mató a Ruth,
disponibles en el sitio de Plural-21; también la película Dallas Buyers Club (2013) de Jean-Marc Vallée.
[8] Consultar el informe: Adulterantes de las drogas y sus efectos en
la salud de los usuarios: una revisión crítica (2019) publicado por la
Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (CICAD) de la
Organización de los Estados Americanos (OEA).
[9] Muere
un sherpa subiendo el K2 y decenas de escaladores le pasan por encima sin
prestarle ayuda. El Mundo (11/8/2023).
[10] Kristin
Harila y “los récords vacíos”, artículo de Óscar Gorgoza. El País (1/8/2023).
[11] La obra social de la energética Iberdrola está dedicada en exclusiva a
promocionar con mucho dinero la ideología feminista. ¿Qué feminismo apoya Iberdrola? ¿El de la defensa de la dignidad
de la mujer de 60 años de clase trabajadora fallecida en su puesto de trabajo?
¿El de las empleadas de Konecta,
malpagadas y obligadas a trabajar junto al cadáver de su compañera? ¿O tal vez el
feminismo del empoderamiento de la encargada que obligó a sus congéneres a
seguir trabajando con Inmaculada de cuerpo presente? Adivinen…
[12] Inma
era teleoperadora, murió en la oficina y “no se paró el trabajo”: “Es un
síntoma de deshumanización”, artículo de Laura Olías. elDiario.es (19/6/2023).
[13] Entrevista de Álvaro Espinosa y Josema
Visiers a Higinio Marín en El Debate (12/8/2023).
Consultar también El hombre y sus
alrededores. Estudios de filosofía del hombre y de la cultura (2013) de
Higinio Marín.
[14] Adolescentes y niñas prepúberes se
contonean semidesnudas delante del teléfono móvil con bailes y gestos de
reclamo sexual que luego comparten en sus redes sociales. Niñas y jóvenes
acuden a playas y piscinas en tanga. ¿Se puede saber en qué están pensando sus
padres?
[15] Historia
de la sexualidad (1976), Michel Foucault.
[16] «Después
de haber conseguido niveles sin precedentes de prosperidad, salud y armonía (…)
es probable que los próximos objetivos de la humanidad sean la inmortalidad, la
felicidad y la divinidad (…) y transformar a Homo sapiens en Homo Deus (...) Al buscar la dicha y la inmortalidad, los humanos tratan en
realidad de ascender a dioses». Homo
Deus (2016). ¿Harari se cree este cuento o nos toma por imbéciles? Mientras
leía su libro no podía dejar de pensar en el soldado Svejk, el genial personaje
de la obra cumbre de la literatura checa creado por Jarsolav Hasek. ¿Es tonto o
se está quedando con todos nosotros?
[17] Preocupante
disminución de la esperanza de vida en los países de la Unión Europea. Euronews (1/5/2023).
[18] El
error médico, tercera causa de muerte en Estados Unidos, artículo de Live-Med (8/3/2018). Consultar también BBC (4/5/2016), Atlas Abogados (24/6/2019), El
Confidencial (30/3/2017), IntraMed (18/7/2016)
o France 24 (15/9/2019). Casualmente,
casi todas estas informaciones fueron publicadas en tiempos prepandémicos.
Sorprende la “inocencia” de Harari cuando afirma en Homo Deus (2016): «¿Qué harán
durante todo el día científicos, inversores, banqueros y presidentes?
¿Escribirán poesía? (…) Como bomberos en un mundo sin fuego, en el siglo XXI la
humanidad necesita plantearse una pregunta sin precedentes: ¿qué vamos a hacer
con nosotros? En un mundo saludable, próspero y armonioso (…)».
[19] «Ved
de quánd poco valor / son las cosas tras que andamos / y corremos / que, en
este mundo traidor, /aun primero que muramos / las perdemos (…) Estos reyes
poderosos / que vemos por escripturas / ya pasadas, / con casos tristes,
llorosos, / fueron sus buenas venturas / trastornadas; / así que no ay cosa
fuerte, / que a papas y emperadores / y perlados, /así los trata la muerte /
como a los pobres pastores / de ganados». Versos de Jorge Manrique en Coplas por la muerte de su padre. ¡A ver
si te enteras, Harari: te vas a morir, como todos los demás!
[20] «Puede
llamarse feliz el que no desea ni teme nada, beneficiándose del uso de la razón».
Frase extraída de la obra Sobre la
felicidad, Capítulo VI, de Séneca.
[21] «Esas
cosas que se ponen a la vista de todo el mundo (…) que muchos las enseñan a los
otros con estupefacción, es cierto que por fuera brillan, pero por dentro son
miserables. Busquemos algo, no solamente bueno en apariencia, sino sólido a la vez
(…) Porque, en lugar de los placeres, en lugar de otras satisfacciones que son
insignificantes y frágiles, además de perniciosas (…) surge un inmenso gozo,
inquebrantable y continuado; entonces viene la paz en bella armonía con el
espíritu, y la grandeza, en estrecha unión con la humildad». «Esos que
olvidaron sus principios por el placer se verán privados de ambas cosas; porque
pierden la virtud, y además no son ellos los que poseen el placer, sino que el
placer los posee a ellos: o se sienten atormentados por el placer o su
abundancia los estrangula». Fragmentos de la obra Sobre la felicidad de Séneca, Capítulos III y XIV.
[22] Capítulos IV y VII.
[23] «Te
equivocas cuando preguntas cuál es la finalidad que me mueve a buscar la
virtud: es como si quisieras conocer algo que puede existir por encima de lo
supremo, más allá del fin. Me preguntas, ¿qué es lo que pretendo de la virtud?
Ella misma; porque nada tiene que sea mejor». Fragmento de la obra Sobre la felicidad, Capítulo IX, de
Séneca.
[24] ¿Cuánto
más necesito para ser Dios? Recomiendo al lector que escuche la canción Jesucristo García de Extremoduro justo
al acabar la lectura del presente texto.