martes, 28 de septiembre de 2021

CULPA, VENGANZA, PERDÓN

 



El cine se ha utilizado como herramienta del poder para adoctrinar a las masas. Esta ha sido, y no otra, su principal función y razón de ser. Productores, directores, guionistas y actores han formado parte del clero adoctrinador de la modernidad, una casta sacerdotal que usaba como reclamo para atrapar a los incautos la belleza de sus imágenes y el encanto de sus historias, burda manipulación de los sentimientos del pasivo espectador que acudía al tocólogo de emociones previo pago de una entrada que le aseguraba ser sermoneado para creerse más culto y mejor ciudadano.

Hoy es prácticamente imposible ver una buena película. El cine actual se ha desprendido de su bonito envoltorio de luces de neón y belleza de postín para mostrarse tal cual es, pura propaganda. Hace ya tres décadas era casi imposible ver películas de cierta calidad como Teniente Corrupto (1992), una oscura y controvertida película dirigida por Abel Ferrara y extraordinariamente protagonizada por Harvey Keitel. Tan bueno fue el resultado del filme que la industria del celuloide tuvo que lanzar una reposición en 2009 para enterrarlo en el olvido: la película Teniente Corrupto de Werner Herzog, protagonizada por un vergonzoso Nicolas Cage, es más mala que la quina.

El cine es cosa del pasado, y en su funeral admito que soy uno de esos incautos que ha malgastado a saber cuántas horas de su vida delante de una pantalla, reducido a triste receptor de la ingeniería social de Hollywood. Hace ya un tiempo que decidí, igual que el cura del Quijote, realizar un donoso escrutinio de todas esas obras que me han secado los sesos; y si el Licenciado Pedro Pérez salvó del fuego a la novela Tirant lo Blanc de Joanot Martorell, yo haré lo propio con el Teniente Corrupto de Abel Ferrara, una peli tan cruda y realista, como trascendente.

El teniente, corrupto hasta el paroxismo, no tiene nombre. Es un policía de Nueva York casado y con hijos, que se pasa el día y la noche fuera de casa, bebiendo y tomando todo tipo de drogas en compañía de prostitutas. En medio de una irreversible crisis personal, el teniente trabaja en la investigación del asalto a la iglesia católica del barrio, un acto vandálico en el que los agresores destrozaron el templo, se entregaron a todo tipo de sacrilegios y violaron y torturaron a una joven monja de origen irlandés. El policía solo necesita reunir las pruebas suficientes para incriminar a los culpables, pues todo el barrio conoce la identidad de los jóvenes autores de la brutal agresión, antiguos alumnos de la joven a la que violaron. Mientras avanza la investigación, se acelera también la caída al abismo del antihéroe, entregado en cuerpo y alma a su propia autodestrucción, un proceso aniquilador que no pasa por alto la ludopatía. En las series finales de béisbol se empaña en apostar su dinero, y el de sus colegas, a la improbable victoria de los Mets, y dobla la apuesta tras cada derrota sin disponer del capital suficiente para hacerse cargo de la enorme deuda contraída con la mafia.

La ‘culpa’, según la teología, es ‘el pecado o transgresión voluntaria de la ley de Dios’. El teniente se siente tan culpable por su vida disoluta como deberían sentirse los delincuentes a los que investiga, así que mientras se autodestruye por puro arrepentimiento poniendo en serio peligro su vida timando a la mafia y consumiendo estupefacientes, propone a la joven novicia “tomarse la justicia por su mano” y matar a los violadores, en vez de detenerlos. Pero la monja se opone a esta propuesta de venganza con gran entereza y paz de espíritu, asegurando haber perdonado ya a sus torturadores. El teniente pretendía redimirse a sí mismo cometiendo un asesinato que vengara el honor de otra persona, depositando su propia culpa en unos jóvenes camellos de poca monta que habían cometido un crimen mesurablemente más aberrante que los desmanes habituales del funcionario.

¿Cuántas ideologías líquidas y terapias modernas pretenden liberarnos de nuestra culpa encerrando nuestro ego en una burbuja solipsista y depositando la responsabilidad de nuestros actos en otras personas, desde nuestros padres a nuestra expareja, pasando por aquellos jefes y profesores que nos hicieron la vida imposible o por misteriosos traumas intergeneracionales acontecidos siglos ha? La culpa es el resultado de un yerro personal que implica una responsabilidad individual, un doloroso aviso que nos recuerda que no hemos actuado correctamente, que nos hemos equivocado, y que por nuestras decisiones hay otras personas que han salido malparadas. Así que la culpa no es buena ni es mala, convive con nosotros, y es tan humana como el dolor, la muerte, el miedo y la enfermedad. La culpa es un mecanismo necesario que ayuda a regular el comportamiento humano. Un mundo liberado de toda culpa sería muy guay y muy new age, pero también daría paso a una sociedad de psicópatas reincidentes.

Tan nocivo es renunciar a la responsabilidad de nuestros actos como asumir la culpa de los crímenes que han cometido otros. Igual que no debemos cargar con las consecuencias del comportamiento de las personas que nos rodean, tampoco debemos caer en la trampa del autoodio que tanto fomentan las instituciones de poder, sus intelectuales a sueldo, medios de comunicación y grupos de presión. Ser europeo no me convierte en imperialista; ser “blanco” no implica ser racista; vivir en el siglo XXI no me hace responsable del llamado cambio climático; y que sea hombre no significa que sea machista. La culpa no debe ser desviada a otras personas, ni diluirse en un colectivo. No soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, como aseguraba la escuela sociológica de Chicago; no vivo en un país disfuncional porque Colón descubriera América; ni soy un solitario mamarracho con baja autoestima por vivir en una sociedad homófoba y heteropatriarcal. Como dijo Karl Jaspers, ‘solo es criminal el individuo’[1]. Que cada palo aguante su vela, y que cada hijo de vecina asuma la responsabilidad de sus malos actos tratando de no volver a cometerlos.

Pero somos humanos, imperfectos, así que cometemos errores y dañamos a otras personas. El teniente corrupto de Abel Ferrara es una exagerada caricatura de todos nosotros, el reflejo perverso que no queremos ver en el espejo. Porque no somos seres de luz, y el mal es una elección que muchas veces escogemos, por comodidad, por ignorancia, por codicia, por error, por imitación, por costumbre, por lujuria, porque obedecemos órdenes, por envidia, porque sí.  El dolor que infligimos a los demás no desaparece con una disculpa, sino que es un daño irreversible que solo fingimos camuflar, como el que pone un parche en una rueda pinchada. La culpa que arrastramos será más llevadera cuando asumamos la responsabilidad de redimir nuestras faltas. La ‘redención’, según la RAE, consiste en ‘rescatar, sacar de la esclavitud al cautivo mediante precio’ (primera acepción). La culpa nos esclaviza en cumplimiento de una condena cósmica que nos recuerda a todas horas que tenemos un cadáver enterrado en el jardín de nuestra azotea. Solo la consciencia de nuestros malos actos y el compromiso personal de no volver a cometerlos puede pagar el precio de nuestra culpa y liberarnos.

Una sociedad egocéntrica, maquiavélica y desespiritualizada como la que hemos consentido edificar no favorece, precisamente, la asunción de responsabilidades. Cada día soportamos todo tipo de injusticias por las que no obtenemos ningún tipo de reparación. Recibimos los golpes, nos sentimos impotentes, nos llenamos de rabia. Friedrich Nietzsche escribió en La genealogía de la moral (1887): ‘Todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro (…) La enemistad, la crueldad, el placer en la persecución, en la agresividad, en el cambio, en la destrucción… Todo esto se vuelve contra el poseedor de tales instintos: ése es el origen de la mala conciencia’. Muchos se deprimen, algunos se suicidan, otros se evaden de una realidad cada vez más difícil de soportar; la mayoría se rinde. Nietzsche nos propone desahogar las frustraciones que nos ocasionan los abusos que recibimos descargando nuestra ira en aquellos que son más débiles que nosotros, en nuestros iguales o en las personas con que las que convivimos. Frente a la actitud católica de la monja de poner la otra mejilla mientras estaba siendo vejada, la no menos católica respuesta del teniente: iniciar una larga marcha hacia la autodestrucción agobiado por el peso de la culpa. Todas ellas son pésimas soluciones.

El teniente, desesperado por sus patéticas circunstancias, despierta de su martirio autoimpuesto y pretende descargar su culpa vengando a una chica que representa toda la pureza de la que el policía adolece; el protagonista cree que el individuo puede vencer a la injusticia mediante la práctica de la venganza. ¿Cuántas veces habré fantaseado con matar con mis propias manos a determinados psicópatas que salen en televisión? ¿El “placer” de practicar la violencia contra los malvados nos hace libres? ¿Cuántas películas de Hollywood han glorificado la sed de venganza, como Harry el sucio, Kill Bill o Django desencadenado?

Los filósofos estoicos estaban convencidos de que la venganza nos enferma, y el perdón nos cura. Séneca abogaba por el uso de la razón y no dejarse arrastrar por la servidumbre de la ira; Epicteto rechazaba el derecho de venganza, también el de las instituciones del Estado; Marco Aurelio apostaba por la comprensión de las faltas del prójimo. Así que el perdón (la clementia latina) no es un invento judeo-cristiano, sino que estaba muy presente en la Antigüedad, tal y como ha argumentado Charles L. Griswold[2]. Entregarse a la venganza es dejarse dominar por las pasiones: perdemos el control de nuestros actos, nos rebajamos a la altura de quien nos ha ofendido y demostramos que hemos sido incapaces de asumir un dolor que nos ha acabado destruyendo, en vez de hacernos más fuertes. La venganza no enmienda el daño que nos han infligido, ni puede resucitar a los muertos. La venganza no puede reparar lo irreparable. Saber perdonar no nos convierte en personas débiles, sino en individuos autoconstruidos y seguros de nosotros mismos.

Después de tocar fondo al masturbarse en la calle delante de dos adolescentes a las que coacciona enseñando su placa, el teniente visita la destrozada iglesia y recibe la aparición de Jesucristo, al que suplica perdón por sus pecados y acaba besando los pies. Tras esta revelación, tal vez provocada por el consumo de alucinógenos, el teniente corrupto decide redimirse a sí mismo con un sorprendente acto de generosidad: se dirige al antro en el que malviven los dos jóvenes violadores y, lejos de acabar con sus vidas tal y como el espectador espera, los secuestra, les entrega una buena suma de dinero y los mete en un autocar que les va a trasladar a la otra punta del país con la condición de que no vuelvan a pisar Nueva York y empiecen una nueva vida más edificante y mejor. En la siguiente escena, el redimido policía cae abatido por los disparos de la mafia.

Nunca sabremos si los dos jóvenes violadores consiguieron redimirse y dejar atrás su vida de odio y de violencia. Probablemente se gastarían el dinero en armas, en drogas o en regresar a la ciudad para seguir haciendo de las suyas. Nunca lo sabremos, porque es un relato de ficción. En todo caso, ¿quién era el teniente corrupto para redimir a nadie? Podría haber empleado sus energías en rehabilitarse a sí mismo, enderezar su vida desnortada y dar amor a su familia. Porque el verdadero acto de amor de esta historia lo protagonizó la joven monja que tuvo la entereza de perdonar a sus agresores demostrando más valentía en otorgar el perdón que en la defensa de su integridad.

‘Al que te hiera en la mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, no le niegues tampoco la túnica’ (Lucas, 6:29). Este versículo evangélico, probablemente falseado por la Iglesia romana, es una auténtica aberración. Saber perdonar las faltas de los que nos ofenden no significa abandonarse al masoquismo. Permanecer pasivo ante las ofensas es aceptar la moral del esclavo, justificar la injusticia, colaborar con el abusador y desprenderse de la dignidad humana. La religiosa irlandesa de la película de Ferrara debió luchar con todas sus fuerzas para evitar ser violentada por los dos adolescentes, pelear hasta la muerte o hasta causar la muerte a sus agresores. Tan legítimo es el derecho de defensa, como innecesario el de venganza. Las guerras son tan despreciables como convenientes cuando estamos siendo ultrajados. ‘Las armas son instrumentos de mal agüero y la guerra es un asunto peligroso (…) Las armas solo deben usarse cuando no existe otro remedio’, El arte de la guerra de Sun Tzu.

A todas, todos y todes aquellos que me habéis censurado este verano por argumentar la perversidad del feminismo de Estado; a todos los libreros que no queréis vender mi libro porque molesta al poder establecido; a todos los que me habéis impedido hacer actos públicos por no ser políticamente correcto; a los que habéis censurado mis contenidos en las redes sociales; a los que han hecho libelos difamatorios contra mi persona de forma anónima; a los que me habéis insultado por no compartir vuestras ideas (que son las del poder); a los que me habéis ordenado censurar mis textos; a todos vosotros, yo os perdono. Pero tened bien presente que no soy como la monja de Teniente corrupto: sé defenderme y os haré frente. Responderé a cada una de vuestras agresiones con la contundencia de mis textos y mis argumentos, y estoy dispuesto a entablar una lucha encarnizada cada vez que no respetéis mi libertad de conciencia y de expresión.

Os comprendo. Sé que tenéis vuestras razones. Unos lo hacéis por ignorancia, otros por dinero, otros por pura intransigencia. No quiero convenceros de nada, ¡pensad como os dé la gana!, podéis seguir siendo unos fascistas posmodernos, de esos que reprimen sin dar la cara. Cuando recapacitéis y dejéis de ser censores quedaréis redimidos, y juntos podremos aprender a convivir y a trabajar por el bien común.

 

                                                                 ANTONIO HIDALGO DIEGO

Colectivo AMOR Y FALCATA 


[1] La pregunta por la culpa. De la responsabilidad política de Alemania (1946).

[2] Ancient Forgiveness. Classical, Judaic and Christian (2012).


¡DISPAREN, ES UNA ORDEN! El Submarino Subversivo analiza mi artículo sobre quién es más responsable de un crimen, quien da la orden o el que la ejecuta. Se puede consultar entre las 3º16' y las 3º41' del programa.


https://www.ivoox.com/episodio-12d-el-procesamiento-apofenico-la-audios-mp3_rf_75955622_1.html 

jueves, 23 de septiembre de 2021

ENTREVISTA sobre el CRIMEN SÁDICO en uVe Disidente


Empecemos por el principio. ¿Quién es Antonio Hidalgo Diego?

Vivo en Cataluña y me gano la vida como profesor de historia en un centro de enseñanza secundaria. También me dedico a escribir; además de la autoría del libro El Minotauro en Alcàsser. Crimen sádico, voluntad de poder y feminismo de Estado (Potlatch, 2020) colaboro como articulista en el colectivo Amor y Falcata y este otoño publicaré la obra Trabajo libre. ¡No al salariado! que he escrito junto al filósofo Félix Rodrigo Mora.

¿Qué leeremos en ‘El Minotauro en Alcàsser’?

No es un libro centrado en el triple crimen de Alcàsser, sino una reflexión acerca de la naturaleza del crimen sádico en el presente, y a lo largo de la historia. Alcàsser es el paradigma de este tipo de sucesos, por la inocencia de las víctimas, el ensañamiento de sus victimarios y la gran relevancia que tuvo el suceso en los medios de comunicación españoles.

El texto indaga en las justificaciones ideológicas de este tipo de crímenes tomando como ejemplo a tres intelectuales de la modernidad: el egocentrismo y el clasismo que generan comportamientos sádicos, a través de la vida y la obra del escritor Donatien de Sade; el relativismo moral y el todo vale para hacer realidad la voluntad de poder, expresado por el filósofo Friedrich Nietzsche; y la justificación del sadismo y la pederastia que realizó la feminista francesa Simone de Beauvoir. A pesar de la dureza de las historias que relata y de lo aburrido que resulta leer a escritores como Sade, Nietzsche o Beauvoir, considero que El Minotauro es un libro accesible a todo tipo de lectores y respetuoso con las víctimas, a las que dedico la obra.

Si tuviera que escribir una descripción muy concisa del libro diría qué nos hablas de la relación del crimen de Alcàsser con multitud de crímenes sádicos, satánicos y despiadados a niños, a manos de las élites, gobiernos, poderes fácticos, etc. ¿El caso Alcàsser es un crimen sádico y satánico?

Sin lugar a dudas, Alcàsser fue un crimen sádico, en tanto que el móvil del triple asesinato, dijera lo que dijera la sentencia del juicio contra Miguel Ricart, no fue sexual, sino sádico, tal y como detalló en su informe pericial el forense Luis Frontela. Las tres niñas sufrieron durante días todo tipo de torturas y vejaciones, sexuales y no sexuales, unas agresiones especialmente perversas y refinadas.

El crimen de Alcàsser fue, efectivamente, un crimen satánico. No solo porque hay elementos compatibles con algún tipo de ritual esotérico, sino porque se ajusta a la perfección con las bases ideológicas del satanismo que definieron autores como Aleister Crowley o Anton LaVey. El satanismo no es más que la práctica absoluta de la libertad individual sin empatía ni responsabilidad, la satisfacción de cualquier capricho o deseo egoísta sin reparar en el daño causado a los demás, resumido en el lema ‘Haz tu voluntad: será toda la ley’, justo lo que hicieron los verdaderos autores del crimen de Alcàsser. ¡No hay que imaginar a un conjunto de friquis vestidos con hábitos negros que invocan a Belcebú en una especie de misa negra! El único “dios” al que adora esta gentuza es el dinero, y su única motivación es la de ejercer el poder sobre los demás.  

Hablas del sadismo del Marqués de Sade, del satanismo de los crímenes de Ciudad Juárez y del poder de Nietzsche. ¿Qué simbolismos o similitudes existen en el caso Alcàsser con crímenes sádicos, satánicos y de poder, del poder someter en otros países o de la historia?

No seré yo quien niegue los crímenes que cometen las personas de a pie, las personas humildes, nuestros vecinos; existen y son igualmente despreciables. El problema radica en que un obrero de una fábrica automovilística no suele tener ni tiempo, ni energía, ni los recursos que se precisan para organizar el secuestro de tres adolescentes, trasladarlas y mantenerlas encerradas durante días en un lugar que no levante sospechas y deshacerse de los cadáveres en helicóptero en un paraje de difícil acceso. Cuando una persona sin poder comete un crimen, lo más probable es que acabe con sus huesos en la cárcel. Este tipo de crímenes sádicos cometidos contra niños y adolescentes requieren de una gran impunidad de la que solo se benefician las personas de gran poder económico y político. Tapar la verdad del crimen de Alcàsser y construir una versión oficial falsa requiere de muchos contactos en las instituciones del Estado y en los medios de comunicación.

Por otro lado, hay que señalar la naturaleza misma del ejercicio de poder. Una persona cuyo trabajo consiste en ordenar asesinatos masivos, envenenar a los consumidores o engañar a los espectadores carece de escrúpulos morales y puede cometer esos mismos abusos en su vida privada. En el libro cito a numerosos personajes históricos que gozaron de gran poder y se consagraron al crimen sádico: el político soviético Lavrenti Beria, violador, asesino y torturador; el aristócrata Gilles de Rais, conocido como ‘Barba Azul’, sádico pederasta y asesino en serie; el emperador Tiberio; el príncipe de Condé; Isabel Báthory, la condesa sangrienta; y un largo etcétera.

Las élites de poder nos imponen unos tabúes que ellos mismos tienen el privilegio de transgredir. Que los miembros de estas minorías puedan viajar a la isla de las orgías de Jeffrey Epstein para violar a una niña les otorga un elevado estatus de privilegio, pues una cajera del supermercado iría a prisión si hiciera lo mismo, contando con que pudiera pagarse el billete o que fuera aceptada en el jet privado.   

¿El crimen de Macastre es un ensayo del crimen de Alcàsser?

Desconozco quiénes fueron los autores de ambos crímenes, así que no puedo asegurar que los responsables de ambos sucesos sean los mismos; aunque, si tuviera que apostar, diría que sí. Hay muchas coincidencias: pocos años de diferencia entre ambos casos; las víctimas vivían en la provincia de València y eran adolescentes de 14 y 15 años de edad; una de las niñas de Macastre sufrió torturas y amputaciones similares a las que padecieron las niñas de Alcàsser… ¡Que el día 27 de enero de 1989 apareciera en la calle Alcàsser de València el pie amputado de una de las víctimas de Macastre resulta de lo más sorprendente, teniendo en cuenta que un 27 de enero de 1993 aparecieron los cadáveres de Desiré, Miriam y Toñi!   

¿Crees en Juan Ignacio Blanco y las cintas?

No soy un hombre de fe. Más que creer, admiro la valentía y el rigor de la investigación que realizó el periodista y criminólogo Juan Ignacio Blanco. En una sociedad repleta de cobardes que son capaces de arrastrarse hasta los infiernos para mantener un puesto de trabajo, resulta encomiable el sacrificio personal que realizó JIB en pro de la dignidad de las víctimas.

El tema de las cintas ha hecho mucho daño a la causa que mantenemos viva las miles de personas que conocemos la falsedad de la versión oficial de Alcàsser. Juan Ignacio ha sido un héroe, pero no era infalible. Era un hombre coaccionado, que vivió durante décadas amenazado y sin poder trabajar porque estaba vetado por todos los medios de comunicación. Descanse en paz.

¿Qué fin tuvo el crimen de Alcàsser?

Cualquier operación de la élite se realiza a muchos niveles. Un ejemplo. Los atentados del 11-S sobre las torres gemelas de Nueva York permitieron justificar la invasión de Afganistán e Irak, pero también modificaron las leyes de los Estados Unidos y el transporte aéreo internacional para limitar los derechos y las libertades de los ciudadanos. Las personas pierden y engrosan las cifras de fallecidos, mientras que las élites incrementan su poder y se llevan el dinero de las compañías aseguradoras. Alcàsser se puede explicar de la misma manera. Fue un ritual, y también fue un crimen que satisfizo el sadismo enfermizo de unos cuantos malnacidos.

Aunque, por encima de todo, Alcàsser fue un crimen por poder, un crimen de Estado. Alcàsser fue un golpe de Estado en el que una minoría se hizo con todo el pastel financiero del Estado español, un pacto de sangre que aseguró la complicidad de los asistentes (que no tuvieron porqué participar en las torturas y violaciones, solo hacer acto de presencia), ya que los organizadores del evento reunieron las pruebas suficientes para chantajear a los beneficiados del nuevo reparto y asegurar su obediencia.

Alcàsser fue también un trauma colectivo representado a través de los medios de comunicación. El poder nos inculcó miedo, miedo de la gente del pueblo, miedo a nuestros iguales, inmolando a dos chivos expiatorios que eran un par de delincuentes de poca monta. Poco después “se atrevieron” a sacar en televisión a Fernando García, el padre de Miriam, para que dijera la verdad y nos sintiéramos impotentes, magnificando de esta manera el poder de la élite frente a su gran impunidad. 

En el libro hablas del feminismo de estado. Hay que matizar el feminismo como ideología o progreso femenino, para aclarar este dato, tenemos que hablar sobre el verdadero feminismo en la historia y el progreso de la mujer en la sociedad a lo largo de los años hasta la fecha. Sin dejar de lado el movimiento MeToo que ha ayudado recientemente a exponer toda clase de abusos a mujeres, incluidos poderosos como Harvey Weinstein. Pero nos hablas sobre el feminismo más poderoso, el feminismo con subvenciones del estado o el feminismo del gobierno, háblanos un poco de esto.

Mi libro acusa al Estado de cometer el crimen de Alcàsser; pongo en su sitio a altas personalidades de la política y las finanzas, con nombres y apellidos; denuncio otros crímenes similares. Así que podía imaginar, antes de publicar El Minotauro, que iba a tener problemas con la censura. ¡Lo que nunca hubiera imaginado es que todos los contratiempos provengan de mi crítica al feminismo institucional o feminismo de Estado! ¿Cuánta verdad puede haber en una ideología defendida hasta la saciedad por los medios de comunicación y las instituciones de poder que tiene que imponerse mediante la práctica de la censura? ¿Este feminismo defiende a las mujeres de las clases populares, cuando Ana Patricia Botín o la reina Leticia se han declarado “feministas”? Mi libro solo se puede encontrar en internet porque las librerías (salvo una) no se atreven a venderlo. Me han impedido hacer presentaciones públicas, me han censurado vídeos en las redes, incluso han impedido mi presencia en algunos lugares solo por criticar una ideología.

Evidentemente estoy a favor de la dignidad de las mujeres y en contra del patriarcado, por eso considero que es de vital importancia que haya un feminismo activo y combativo en las sociedades dominadas por el Islam. Pero, mientras las feministas subvencionadas alaban el patriarcado islámico y disculpan las violaciones grupales que una minoría de musulmanes comete contra mujeres y niñas europeas, me llaman “machista” única y exclusivamente por criticar su ideología y denunciar la misoginia de personajes tan siniestros como la escritora francesa Simone de Beauvoir.

El feminismo de Estado es satánico y es diabólico. Es diabólico porque el significado de esta palabra quiere decir ‘aquello que separa’, y ésta es una ideología perpetrada desde las alturas del poder para enfrentarnos con nuestros iguales, contra el amor y la convivencia. El feminismo de Estado es también satánico porque, partiendo de una idea noble, la igualdad de sexos, propone justo lo contrario, un paquete de leyes sexistas que consideran a las mujeres seres inferiores a las que las instituciones deben “proteger” de sus semejantes de sexo masculino. El feminismo de Estado es una ideología que elimina el amor y lo sustituye por la voluntad de poder, por el deseo de “empoderamiento”, de ver al otro como un objeto del que sacar algún tipo de beneficio.  

¿Qué te parece el documental del caso Alcàsser de Netflix?

Como documental, como producto comercial para la televisión, me parece correcto, no está mal. Como ser humano, considero que el documental de Netflix es una bazofia. Como un metrónomo, el documental va dando bandazos de lado a lado; primero alienta la versión oficial y luego da alas a los conspiracionistas, ¡como si pudiera haber dos verdades sobre un mismo suceso! Los “hechos probados” que ratificó la Audiencia Provincial de Valencia en 1997 no se ajustan a la realidad porque hay cientos de evidencias que los contradicen. Así que el documental despista al espectador poco informado y no aporta ningún dato relevante.

Y el final… El final del documental es un chiste de mal gusto, una broma pesada que ofende la inteligencia del espectador. ¡Alcàsser no fue un crimen machista! Fue un crimen misógino en el que participaron hombres, ricos y poderosos, pero también mujeres de la misma clase. Criminalizar a todos los hombres, a los hombres del pueblo, de un crimen tan aberrante es clasista y maquiavélico, además de falsario. Las élites fueron las que hicieron las leyes que discriminaban a las mujeres, no los hombres; los verdaderos autores del triple crimen de Alcàsser quisieron profanar lo más sagrado que existe: la vida humana, la infancia y el cuerpo femenino, que es creador de vida. No fue un crimen machista, sino un crimen de Estado contra la humanidad.

Te he visto en entrevistas por Youtube hablando del caso Lucía Vivar y no apoyas la versión oficial, la verdad es que muchas cosas no encajan y además la niña no tenia sangre en el cuerpo, y no había ni gota en las vías donde encontraron el cuerpo. ¿Crees qué se trata de otro crimen sádico? 

A los lectores que desconozcan los pormenores de la muerte de la niña Lucía Vivar les recomiendo que se informen y escuchen las denuncias que han vertido los padres de la víctima. La versión oficial asegura que la niña fue arrollada por un tren, cuando esto no se sostiene de ninguna de las maneras. La insistencia de los medios y las autoridades en sostener una hipótesis a todas luces incongruente nos lleva a pensar que pueden estar protegiendo al verdadero responsable/s de la muerte de la chiquilla.

La escena décima del libro dice: “De Macastre a Baleares pasando por Alcàsser”, “Zorros que cuidan el gallinero”. Existen casos de abuso y negocio sexual en centros tutelados por el gobierno; los conocemos como el caso Baleares y el caso Bar España, entre otros casos. Que por cierto, los medios ya se han ocupado de este último llamándolo bulo. ¿En los centros tutelados qué pasa?

En los centros sociales no hay amor. Son trabajadores los que se ocupan de estos menores tutelados y, en el mejor de los casos, hacen bien su trabajo, pero a cambio de dinero. En el peor de los casos, los centros de menores son una manera fácil para que los más indeseables tengan un acceso fácil a niñas y niños a los que poder violar o maltratar.

Vivimos en una sociedad cada día más materialista y sin valores. Las autoridades piensan que si un menor tiene cama, comida, colegio y videojuegos ya es feliz. Es curioso que los jueces y los servicios sociales sean tan estrictos con la moralidad de las familias a las que retiran la custodia de sus hijos, y no tengan ningún escrúpulo en investigar los abusos que se cometen a diario en los cientos de centros de acogida de menores tutelados por las instituciones. ¿Por qué el gobierno autonómico balear no ha dimitido en pleno por haber permitido que prostituyeran a la mayoría de las niñas que tenían a su cargo? ¿Por qué la política Mónica Oltra sigue dando a diario lecciones de moralidad después de haber protegido a su exmarido, un asqueroso agresor sexual condenado que agredió a una niña de un centro de menores de la Comunidad Valenciana? Si esto sigue así, acabaremos sufriendo un régimen similar al de China, en el que se condena a muerte a los presos en función de su grupo sanguíneo para poder vender sus órganos.

¿Qué pasó con el niño Jesús Ander?

La muerte de Jesús Ander ha tenido muy poca trascendencia en los medios de comunicación, así que voy a explicar someramente el caso. Jesús Ander era un niño navarro que vivía con su abuela y con su tío, ambos colombianos. Tuvo un accidente doméstico, se fracturó un hueso de la pierna y servicios sociales decidieron quitarle la custodia del niño a su familia e internarlo en un centro de menores. Al ser trasladado a Tudela, Jesús Ander fue asesinado, dos veces, aunque resulte macabro decirlo. El menor llamaba a su familia pidiendo que le rescataran y… No sabemos qué ocurrió, pero el niño “fue encontrado” ahorcado en su habitación, algo sencillamente imposible para un niño de su edad; las autoridades aseguraron sin pudor que se había suicidado. Pero Jesús Ander no murió, y al final lo hizo en un hospital, donde decidieron donar sus órganos sin el permiso de sus familiares.   

¿La ley es igual para todos?

Cuando delegamos a otros, personas que no conocemos, las decisiones que nos afectan, y cuando esas personas tienen el poder de las leyes y de las armas, se producen abusos. No podemos ser tan inocentes como para confiar en la buena fe de aquellos que nos expolian y nos explotan.

Estoy convencido de que la mayoría de los agentes de la Guardia Civil son unas personas magníficas y cargadas de buenas intenciones. El problema es que obedecen órdenes, en última instancia, del Ministerio del Interior. Muchos confían en que el poder judicial o las fuerzas policiales detengan y castiguen a los verdaderos responsables del triple crimen de Alcàsser. ¿Los mismos que construyeron la mentira van a sacar a la luz la verdad? Nunca se va a hacer justicia con las niñas de Alcàsser; ni con las víctimas de Macastre; ni con Jesús Ander o Lucía Vivar. Nunca. Pero sí podemos construir una sociedad más justa, más amorosa y mejor, donde este tipo de crímenes apenas se produzcan.

¡No era el aceite, eran los tomates!  Así es el título del anexo 4 de tu libro. ¿El aceite de colza fue el causante de 3.000 muertes en los años 80?

El aceite de colza no es muy bueno para la salud, como le pasa al resto de aceites vegetales. Pero no es ningún veneno. La colza no mató a nadie. El llamado ‘Síndrome del Aceite Tóxico’ fue, como tantos otros, un crimen de Estado. Algunos científicos demostraron que el veneno que mató a miles de personas era un compuesto organofosforado. Tengo el placer de conocer personalmente a un médico que formó parte de la comisión que el gobierno creó para que investigara la intoxicación colectiva. Las autoridades “no quisieron” escuchar la verdad y optaron por aferrarse a la mentira del aceite de colza. ¿Qué nos ha ocultado el Estado?

Bueno Antonio, un placer realizarte la entrevista, y por nuestra parte, hemos terminado. Siempre dejamos que acaben los invitados y no vas a ser la excepción. Para despedir ¿algo qué quieras añadir o contarnos?

En primero lugar quiero agradecer el espacio que me habéis ofrecido para dar a conocer mi obra. Agradezco vuestra generosidad y la valentía de los contenidos de uVe Disidente.

Y me gustaría acabar con la imagen de portada de El Minotauro en Alcàsser. En ella se puede ver a Teseo a punto de matar al Minotauro, ese monstruo que demandaba el sacrificio de jóvenes como tributo impuesto a las personas del pueblo. El Minotauro parece un monstruo temible, y ciertamente lo es, pero si Teseo tuvo la valentía de acabar con él, ¿por qué no acabamos nosotros de una vez por todas con el poder sádico?



https://entrevistasescritas.com/2021/09/20/entrevista-a-antonio-hidalgo-diego-escritor-de-el-minotauro-en-alcasser-crimenes-de-poder-sadico-y-satanico/


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