Mostrando entradas con la etiqueta Sindicalismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sindicalismo. Mostrar todas las entradas

jueves, 21 de diciembre de 2023

"Me manifiesto contra las manifestaciones". Artículo en "Virtud y Revolución", nº9, diciembre de 2023

 


ME MANIFIESTO CONTRA LAS MANIFESTACIONES

Quien no llora, no mama. Pero quien llora mucho es un llorica y el que mama es un mamón.

La humanidad, como bien supieron vaticinar los “sabios” darwinistas del diecinueve, no ha hecho más que “evolucionar”, y como resultado de este “progreso” hemos alcanzado un nuevo estadio que podríamos denominar «lactante». Hace mucho que la sociedad dejó de ser tediosamente adulta, así que conformada por individuos responsables, autosuficientes y libres, para rejuvenecer transformada en una sala hospitalaria de neonatos prematuros, pedigüeños, cagones y a medio cocer. Nos falta un hervor. Como le falta un hervor al sujeto que sujeta la pancarta de la imagen de la entradilla en la que manifiesta su amor incondicional a un Estado que reprime sus libertades y atenta contra su vida. España me pega porque me quiere, porque le importo, se autoengaña el derechista maltratado. Es una pena que el Ministerio del Interior no haya puesto a su disposición un número de teléfono de atención a los votantes que sufren «violencia de Estado».

Siendo un pequeño mamón acudí a mi primera manifestación en brazos de mis padres, un acto de masas en el que se exigió algo tan alejado de nuestros intereses como la aprobación del Estatut d’autonomia[1]. Esa movilización de protesta había sido convocada por los dirigentes del Estado español en Cataluña, una mafia de ricachones liderada por el corruptísimo banquero Jordi Pujol[2] y su sacrosanta esposa, la racista Marta Ferrusola[3]. Como resultado de este acto multitudinario, el populacho legitimó un régimen político que, cuarenta y cuatro años después, sigue mostrándose como el segundo tinglado más corrupto de la «España de las autonomías», el llamado «Oasis catalán»[4].

Ya crecidito, mi segunda manifa fue con quince años de edad. Los profesores-funcionarios del instituto Terra Roja de Santa Coloma de Gramenet, donde me saqué el bachillerato, organizaron una protesta reclamando vallas. ¡Queremos vallas!, gritábamos los chavales, eufóricos por perder un día de clases. Altas vallas para que el centro de enseñanza se pareciera un poco más a un recinto penitenciario y para que los toxicómanos no se colaran en el interior de la escuela para pincharse. Como era de esperar, la “espontánea” movilización de los adolescentes colomenses para ponerle puertas al campo fue todo un “éxito”: a las pocas semanas teníamos unas flamantes vallas… que fueron agujereadas unos días después.

Cuando tenía veintiséis, los obreros de Seat cortamos la A-2 a la altura de Martorell, realizamos varios días de huelga y nos manifestamos en Barcelona porque la empresa quería recortar la plantilla. Unas semanas después se llevó a cabo una negociación entre la propiedad y los representantes sindicales de Comisiones[5], U.G.T. y C.G.T. en un hotel de cinco estrellas donde no faltaron la comida, la bebida y las prostitutas[6]. Resultado: varios cientos de trabajadores de Seat se quedaron sin trabajo. Fueron despedidos poco a poco, día a día, a lo largo de meses, sin avisar, sembrando el pánico entre los obreros que temían ser los siguientes en ser despedidos; siempre al inicio del turno de mañana, enterándose de su nueva situación de desempleados al no poder acceder al recinto industrial tras pasar su tarjeta por el torno de la entrada; siendo custodiados hasta la calle por los seguratas que impedían que los gritos de protesta de los nuevos parados contagiaran a sus somnolientos compañeros que, paralizados por el miedo al desempleo, giraban la cara y subían las escaleras que les conducían al matadero de la línea de montaje.

La última manifestación a la que he asistido —y asistiré— se produjo en el transcurso de la “letal epidemia” de constipado asiático. Ni el ballet Bolshói de Moscú hubiera sido capaz de representar una coreografía tan acompasada; a las inequívocas señales de los antidisturbios de los Mossos d’Esquadra le siguieron los precisos movimientos de violencia callejera gratuita de un conjunto de manifestantes con la cara tapada (policías de la secreta o confidentes) que tiraron petardos y piedras con tan mala puntería que no llegaron a impactar contra los agentes uniformados. Esta performance sirvió de excusa a los policías que, armados hasta los dientes, emprendieran una carga violenta contra el resto de manifestantes, los que no tirábamos piedras, los mismos que intentábamos salir de esa ratonera llamada Plaça de Sant Jaume que tenía las salidas taponadas por las lecheras de los Mossos y donde, qué casualidad, residen los poderes autonómico y municipal en Barcelona[7]. Unas instituciones que, por cierto, nunca escucharon nuestra voz de protesta y continuaron implementando la demente dictadura sanitaria en curso.

A las manifestaciones, igual que a una entrevista de trabajo, igual que a la oficina del director de una entidad bancaria, igual que al comedor social de Cáritas se va a mendigar, lo que resulta en dependencia, sumisión y pérdida de dignidad. Llorar para que te den es suplicar por unas cadenas y reconocer la autoridad del que tiene poder. Algunos antropólogos consideran que el origen de las jefaturas se encuentra en las sociedades que reconocieron a un «gran hombre», un listillo que, a base de trabajo o persuasión, conseguía acaparar un mayor número de bienes de consumo que luego compartía “generosamente” con un populacho agradecido en el transcurso de grandes banquetes que él mismo organizaba y en los que conseguía ser reconocido como máxima autoridad de su comunidad, entre aplausos y vítores[8].

Después de un tiempo recibiendo comida gratis, el animal de granja, cebado y domesticado, ha mordido el anzuelo y baja la guardia; dependiente e indefenso, no entiende porqué su depredador, el antaño benefactor, se abalanza sobre él con aviesas intenciones. La presa, incauta, deja de ser un objeto consumidor para convertirse en objeto de consumo. Al votante, siempre engañado, solo le queda suplicar por sus “derechos”, exigir que se apliquen las leyes, añorar los tiempos en los que el estado de bienestar era generoso y en los que la policía se presentaba ante él con una sonrisa en los labios dispuesta a ayudarle a cruzar el paso de peatones. Cuando la riqueza escasea y el gran hombre está afectado por la senilidad y la decadencia, como ocurre con los actuales Estados europeos, sus electores tienen que competir por las migajas y arrastrarse como gusanos pidiendo una mejora salarial, un puesto de trabajo, una paguita o un “derecho inalienable” que el mismo que nos lo concedió, por los siglos de los siglos, nos ha arrebatado.

En los últimos lustros, las manifestaciones han sido cada vez más multitudinarias, en tanto que las convocan unos poderes recrecidos que se valen de la cada vez mayor influencia de los medios de comunicación de masas y las redes sociales. El rebaño crece en número y obediencia. Que la mayor parte de la población viva en ciudades no hace más que mejorar los datos de asistencia a esas movilizaciones que se dicen “populares” pero son en verdad «populacheras», en tanto que están orquestadas por minorías de poder que usan a las masas para conseguir sus objetivos estratégicos o enfrentarse a otros grupos de poder de las oligarquías estatales. Que el éxito o la legitimidad de una protesta se mida por el número de zombis que agitan una bandera es una falacia ad populum, fiel reflejo de una sociedad de mala calidad.  

En su obra más conocida, La rebelión de las masas (1929), José Ortega y Gasset define al «hombre-masa» y le señala como responsable del auge de los nefandos totalitarismos del siglo pasado, fascismo, bolchevismo y nacional-socialismo. Los hombres-masa son un marasmo de «individuos sin calidad», sin criterio, sin libertad interior, aquejados de un «yo vacío» que, guiados por aquellos que les prometen una vida cómoda o mejor, se convierten en «muchedumbre» usada como arma arrojadiza con el objetivo de desgastar o deponer gobiernos. Ortega, burgués, alto funcionario del Estado español y colaborador de la infausta Segunda República primero, y de la ominosa dictadura franquista después, tenía miedo de que estas masas, tan útiles a los objetivos estratégicos del Estado para el que trabajaba, escaparan al control de las minorías que las teledirigen desde los foros de la prensa escrita y la radiodifusión (hoy, la televisión e Internet) y protagonizaran una verdadera revolución[9]. El temor que mostraron intelectuales del poder como Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno a que se produjera una “rebelión de las masas” era del todo infundado, como podemos atestiguar un siglo después. Al carecer de calidad moral, intelectual y espiritual, las acciones de los manifestantes que gritan a coro lemas y consignas elaboradas por otros solo puede desembocar en el establecimiento de regímenes brutales que, con un discurso populista que promete igualdad, grandeza o abundancia, persiguen la libertad individual y el pensamiento libre.  

Hemos visto manifestaciones de millones de catalanes reclamando algo tan poco revolucionario como es un Estado, uno propio, pero hecho a imagen y semejanza del «Estado opresor», solo con la intención de tapar el escándalo de corrupción de Pujol y sus secuaces. Al mismo tiempo, vimos manifestaciones de catalanes españolistas gritando vivas a la Guardia Civil, el cuerpo policial más homicida de la historia de España. Hemos visto infantiloides manifestaciones a favor de la religión del cambio climático, grotescas astracanadas del “orgullo gay”, odiosas concentraciones androfóbicas de colectivos feministas y ruidosos aplausos balconeros dirigidos a los integrantes de un sistema sanitario que colaboraba activamente en el establecimiento de una dictadura de influencia china en la que se abolieron los derechos de asociación y circulación, al tiempo que se forzaba a la población, niños y embarazadas incluidos, a inocularse un veneno experimental de consecuencias imprevisibles. Hemos visto revoluciones de colores en Ucrania que han precedido a una terrible guerra imperialista en la que están muriendo cientos de miles de personas. Hemos visto manifestaciones pacifistas (¡No a la guerra!) programadas por un partido político que nos metió en la O.T.A.N., el ejército más criminal de la historia de la humanidad. Y en las últimas semanas, hemos visto manifestaciones de protesta contra un infame gobierno de izquierdas, protagonizadas por votantes de la derecha que aspiran a ser sometidos a la voluntad de otro gobierno que será igualmente infame.

Podríamos pensar que, como las sociedades europeas y el ser humano actual, los manifestantes han ido degenerado con el paso del tiempo. Pero las concentraciones de protesta siempre han tenido esta naturaleza, desde sus inicios. Relata Charles Tilly en Contentious Performances (2008) que las primeras manifestaciones nacieron entre los siglos dieciocho y diecinueve, cuando los primeros medios de comunicación imponían su opinión a las masas y las revoluciones liberales acrecentaban el poder de los Estados a costa de la pérdida de la soberanía de los pueblos europeos. El pueblo había dejado de ser «pueblo», al perder su cultura y mismidad, para convertirse en un «populacho» patriótico que, de manera más o menos crítica, se sumaba al proyecto ideológico del estado nación. La primera manifa de la historia se orquestó en Inglaterra, en 1768, y su motivo fue el de apoyar a un parlamentario burgués de discurso radical llamado John Wilkes, partidario de la libertad de prensa (de la misma prensa que había convocado las protestas) y del derecho más insustancial que se haya otorgado jamás, el sufragio universal. La segunda gran manifestación de ese país, en 1816, reunió a más de cien mil veteranos de las guerras napoleónicas que exhibieron su patriotismo ante la mirada del rey Jorge. La tercera manifestación de la historia británica, siempre en base al estudio histórico de Tilly, provocó la llamada «Masacre de Peterloo» de 1819, con cientos de muertos masacrados por el ejército, pobres diablos que fallecieron reivindicando algo tan inerme como el derecho al voto, hoy fundamental en el sostenimiento de los actuales regímenes políticos de dominación. La cuarta gran manifestación de la historia del Reino Unido se produjo en 1820 en favor de la «reina agraviada», Carolina de Brunswick. 

Solo por imitación de este modelo de movimiento de masas auspiciado por el Estado y apoyado en festividades religiosas o conmemoraciones militares, los líderes sindicales de los trabajadores industriales de Gran Bretaña comenzaron a organizar las primeras manifestaciones obreras en la década de 1820. El interés de las organizaciones sindicales centralizadas era canalizar el descontento de un proletariado explotado que se había entregado al sabotaje, el ludismo y la violencia contra los patrones. Vincent Robert[10] asegura que esas concentraciones de protesta estaban fomentadas y toleradas por los poderes estatales, al menos hasta la década de 1880, cuando se produjeron masacres indiscriminadas como el Bloody Sunday, el «Domingo sangriento» de Londres del trece de noviembre de 1887. Tras estos episodios, las organizaciones sindicales que convocaban los actos de protesta se cuidaban mucho de reclamar solo aquello que las autoridades competentes estaban dispuestas a reconocer, desde el derecho al voto a la reducción de la jornada laboral. Ya en 1909, las protestas suscitadas por la ejecución del pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia en Cataluña contaron con un servicio de orden interno que evitó cualquier exceso o demanda inapropiada por parte de unos obreros barceloneses todavía exaltados por la revuelta popular que habían protagonizado unos días antes, la llamada «Semana Trágica» de Barcelona. La organización de esta manifestación fue la manera que encontró el Estado español de encarrilar el descontento popular de un pueblo que había emprendido un proceso revolucionario y antimilitarista en verano de 1909.  

La manifestación es una herramienta útil para los que viven de su pertenencia a un sindicato, oenegé o partido político. La manifestación es una forma de protesta reformista de personas que aceptan el orden estatal y capitalista y aspiran a mejorarlo, así que a consolidarlo y fortalecerlo. La manifestación es la manera que tienen las autoridades de controlar la indignación popular antes de que derive en una transformación social significativa. Como el trabajo asalariado, la manifestación es una forma de dominación, en tanto que el operario no participa de modo alguno en la organización, estrategia y orientación del acto de protesta, sino que, alienado, se limita a repetir consignas, aguantar la pancarta y desfilar sumisamente tras los pasos de sus líderes, solo a cambio de una limosna. Desde el punto de vista de la estrategia miliciana, cualquier manifestación es un contrasentido; los manifestantes, lejos de beneficiarse del factor sorpresa y del conocimiento del terreno, convocan y publicitan el acto con anticipación, acuden a la concentración desarmados y desprotegidos, carentes de cualquier organización de combate, táctica y formación, y se concentran en el centro de una ciudad, frente a la sede de poder de su supuesto enemigo donde son -o pueden ser- acorralados, identificados, detenidos, gaseados, aporreados, rociados con chorros de agua a presión o disparados con diferentes tipos de munición. Acudir a una manifestación es como escribir una carta a los Reyes Magos sabiendo que nos van a traer carbón.

¡No a las manifestaciones! ¡Hagamos la revolución![11]



[1] Manifestación de la Diada del once de septiembre de 1979.

[2] El juez José María de la Mata Amaya, titular del Juzgado Central de Instrucción número cinco, consideró en julio de 2020 que la familia Pujol Ferrusola conformaba una asociación ilícita y criminal destinada al blanqueo de capitales, falsedad documental y fraude a la Hacienda pública. Fuentes policiales estiman que el dinero sustraído de manera ilegítima por la familia Pujol ronda los 500 millones de euros; el partido Ciudadanos estimó que el montante ascendía a 2.500 millones; se sabe que la cuenta bancaria de los hermanos Pujol Ferrusola en Suiza contaba con 137 millones de euros de dudosa procedencia. El Periódico (29-11-2017), La Sexta (15-10-2021) y Libertad Digital (3-8-2014). 

[3] Además de mentir como una bellaca asegurando que su familia vivía prácticamente en la indigencia «(mis hijos) van con una mano delante y otra detrás» o «no tenemos ni un duro» [frases traducidas del catalán], Marta Ferrusola también dejó numerosas sentencias de corte racista dirigidas contra inmigrantes extranjeros o procedentes de otras zonas de la península, como cuando criticó al expresidente de la Generalitat, José Montilla, por no hablar bien el catalán y por haber nacido en Andalucía («me molesta mucho», confesó). Curiosas declaraciones las de la primera dama, siendo toda la familia materna de Marta Ferrusola originaria de Daroca (Aragón). 

[4] Solo los 3.000 millones de euros del caso de los ERE en la comunidad autónoma de Andalucía, un caso de corrupción vinculado en esta ocasión al Partido Socialista, superaría el montante de dinero apropiado indebidamente por el clan mafioso de los Pujol en Cataluña. Telecinco, 23-3-2023.

[5] Recuerdo que un compañero de trabajo de la línea dos del taller ocho de Seat de origen marroquí hacía frecuentemente un chiste con el nombre del sindicato CC.OO. Mientras pronunciaba la palabra «Comisiones» con una sonrisa en la boca, hacía un gesto con los dedos que simboliza «ganar dinero con avaricia».   

[6] La famosa negociación sindical en el hotel de las putas era vox populi durante las conversaciones de la parada del bocadillo.

[7] Recomiendo la lectura de mi artículo Definición de las ratas publicado en la revista Amor y Falcata (28/12/2020), en el que resalto cuán absurdo y contraproducente resulta organizar una manifestación en una plaza con pocas salidas que suele estar sitiada por los antidisturbios de la policía.

https://amoryfalcata.wordpress.com/2020/12/28/definicion-de-las-ratas/  

[8] Consultar la obra A Solomon Island Society: Kinship and Leadership Among the Sivai of Bouganville (1955) de Douglas Oliver y el artículo Poor Man, Rich Man, Big Man, Chief: Political Types in Melanesia and Polinesia (1963) del antropólogo norteamericano Marshall Sallins.  

[9] No solo José Ortega y Gasset tenía miedo de que las masas acabaran con el hobbesiano orden estatal. Otro intelectual veleta contemporáneo de Ortega, Miguel de Unamuno, escribió: «Se conducen bien las aguas; pero cuando la cañería se rompe, no hay manera de encauzarlas. Igual que ocurre con las masas, es peligroso movilizarlas, porque nadie puede vaticinar adónde llegarán en definitiva». Referenciado en la obra En el torbellino, Unamuno en la Guerra Civil (2018) de C. Rabaté y J.C. Rabaté.  

[10] Les chemins de la manifestation (1848-1914) de Vicent Robert (1996).

[11] En los próximos días se publicarán las Bases para una Revolución Integral donde se concreta el ideario y naturaleza transformadora del Movimiento por la Revolución Integral del que participo.


miércoles, 24 de noviembre de 2021

¿LUCHA OBRERA O SINDICALISMO?

 



El diccionario de la RAE define ‘sindicato’ como una ‘asociación de trabajadores para la defensa y promoción de sus intereses’, sin especificar qué intereses defiende, si los intereses de los trabajadores o los que tienen los miembros del sindicato. La experiencia sociológica e histórica se ajusta fundamentalmente a la segunda interpretación.  

¿Son los sindicatos una herramienta útil para los trabajadores en la actualidad? Rotundamente, no. ¿Alguna vez lo han sido?

Las justas reivindicaciones del proletariado industrial del siglo XIX que realizaban, no los sindicatos, sino los propios obreros de cada una de las fábricas, tierras de labor, talleres, almacenes y minas fueron instrumentalizadas por las oportunamente creadas organizaciones sindicales centralizadas, casi siempre dependientes de algún partido político, es decir, de las cloacas del Estado. Los sindicatos nacieron con una cosmovisión materialista, ajena a los valores espirituales del amor al prójimo, la dignidad, la convivencia y el sentido de la vida, preocupados solamente por elementos tan fungibles como los salarios y la cantidad de horas que trabajamos, aspectos igualmente esenciales. 

Los sindicatos se adscriben a ideologías y a los intereses que éstas generan, al tiempo que se olvidan del trabajador. Algunos líderes sindicales llegaron a animar a los trabajadores a alistarse en el ejército estatal durante la Primera Guerra Mundial para morir en una guerra ajena a sus intereses o para matar a otros trabajadores[1]. La UGT se inscribió en el sindicato vertical protofascista de Miguel Primo de Rivera[2]. Sindicalistas “anarquistas” de la CNT llegaron a ser ministros de la II República[3]. La genocida dictadura soviética creó en España el sindicato Comisiones Obreras[4]. Veinte mil trabajadores fueron estafados por la UGT en el llamado ‘caso PSV’[5]. En los Estados Unidos, la palabra ‘sindicato’ es sinónimo de ‘mafia’[6].    

Si las Naciones Unidas, a través de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), y la Constitución española de 1978 abogan por lo que ellos llaman ‘libertad sindical’ y los ‘derechos de los trabajadores’ es porque tiene que haber gato encerrado. Los sindicatos son una herramienta al servicio de los intereses del Estado y del capitalismo, por esa razón nacieron con el capitalismo industrial del siglo XIX y se han convertido en parte fundamental del mismo. Los sindicatos reciben millones de euros en subvenciones del Estado[7], tienen ventajas fiscales[8] y el poder judicial ha sido muy comprensivo con las corruptelas en las que éstos se han visto involucrados[9]. Los sindicalistas son los últimos empleados de una empresa que pueden perder su puesto de trabajo y tienen horas sindicales en las que evaden el trabajo productivo. Los líderes de los grandes sindicatos llevan décadas sin acudir a su puesto de trabajo[10]. ¿Cómo van a defender los intereses de los trabajadores si están sobornados?[11] Confiar en la acción sindical es creer que un gatito gordo y consentido defenderá el rebaño de los lobos.

La verdadera función de los sindicatos es:

1.     Amortiguar el descontento de los trabajadores alienados y explotados creando una falsa disidencia.

2.  Atender con relativa eficacia los casos particulares en los que las empresas medianas y pequeñas incumplen la legislación laboral. Los sindicatos nunca combaten las dinámicas y patrones de explotación y degradación de los trabajadores que generan el Estado y la gran empresa capitalista, salvo cuando repiten como loros la eterna letanía de crítica al ‘neoliberalismo’, a la ‘precariedad’ y a los ‘recortes’ en la función pública. Un discurso que nunca va acompañado de acciones efectivas.

3.  Convocar pequeñas huelgas de un solo día que no sirven para nada (aunque son cada vez menos frecuentes) y manifestaciones a las que solo acuden ellos. Estos actos no son más que escenificaciones rituales en los que los propios sindicatos se afirman a sí mismos. Los sindicalistas son retratados en los medios de comunicación mostrando sus banderas al tiempo que corean estúpidas consignas vacías de contenido. Los líderes sindicales se muestran como seres comprometidos en la defensa de los trabajadores y algunos empleados ilusos se lo llegan a creer.

4.   Los sindicatos son muy activos en las precampañas electorales a la hora de criticar a los partidos de derecha y decantar el voto hacia los partidos de izquierda. No hay que olvidar que el partido que más ha contribuido a desarmar la cohesión de la clase trabajadora, y que más leyes ha impulsado a favor de los intereses de la banca y la gran empresa capitalista durante el Régimen de 1978, ha sido el Partido Socialista Obrero Español[12].

5.     Los sindicatos participan de los nuevos campos de batalla de la izquierda. En su discurso han olvidado casi por completo los intereses de la clase trabajadora para centrarse en el proselitismo de las nuevas religiones políticas: feminismo institucional, homosexualismo e inmigracionismo[13].

El incremento en flecha del desempleo a raíz de la crisis pandémica de 2020, la cada vez más acusada deslocalización industrial a países de Asia y África que comenzó hace medio siglo, la llegada masiva de inmigrantes procedentes de países en los que los conceptos de libertad y dignidad apenas existen y la concentración de capital en unas pocas y gigantescas empresas transnacionales que monopolizan la actividad económica hacen que la situación actual de los trabajadores sea especialmente delicada. La Unión Europea y los voceros del gran capital ya han anunciado la implantación del modelo semiesclavista chino en Europa[14]. Los sindicatos callan y otorgan, esperando poder seguir disfrutando de su posición laboral privilegiada en medio de esta sociedad distópica que se acaba de implantar.

Ha llegado el momento de recuperar el sentimiento de clase, de clase trabajadora, porque trabajadores somos todos, salvo aquellos que viven de prebendas, subvenciones y tinglados, salvo aquellos que viven del trabajo de los demás. Es el momento de recuperar la lucha obrera, al mismo tiempo que debemos desvincularnos y combatir a los sindicatos. 

Las reivindicaciones laborales deben ser obra de los trabajadores, no de los que pretenden hablar en su nombre. Las luchas laborales deben nacer en el seno de una única empresa, por iniciativa de los trabajadores y nunca siguiendo consignas de una central sindical con sede en la capital. La organización de los trabajadores debe ser asamblearia, de base, descentralizada y autofinanciada. La acción de los trabajadores debe ser valiente, nunca superficial. La huelga debe ser indefinida. El boicot y el sabotaje pueden ser herramientas útiles y necesarias. El sindicalista que persista en defender su parcelita de poder y bienestar debe ser excluido socialmente por sus compañeros, debe ser aislado y neutralizado por el resto. El Estado y la gran empresa no pueden subsistir sin sus trabajadores; un trabajador puede subsistir con el apoyo y la solidaridad de sus compañeros de trabajo. ¡Que no nos dividan por categorías salariales, puestos de responsabilidad o sexo!

Los trabajadores deben hacerse cargo del acto productivo y ser propietarios de los medios de producción. Los monopolios económicos del Estado y las grandes empresas deben desaparecer, así como los tributos obligatorios que gravan los ingresos de los trabajadores. El principal objetivo de los obreros debe ser el de poder desarrollar su labor con dignidad, hacerlo en base a valores éticos y pelear por unas condiciones materiales justas, rechazar la obsesión productivista del ‘vivir para trabajar’ y dejar de rendir culto a la tecnología que deshumaniza la labor de los seres humanos. Los trabajadores autoconstruidos integralmente debemos edificar una sociedad basada en la libertad del acto productivo y abolir esa forma de esclavitud llamada trabajo asalariado.




[1] Pese a la postura del socialista francés Jean Jaurès en contra de la Primera Guerra Mundial, la mayor parte de la socialdemocracia europea se posicionó del lado de los ejércitos de sus respectivos Estados animando a los obreros a luchar en esta contienda. Un claro ejemplo es el de la Oficina Socialista Internacional que, en la reunión de emergencia celebrada en verano de 1914, apostó por el apoyo del socialismo al Ejército, tal y como acordaron el austríaco Víctor Adler y el checo Antonin Nemec. Jaurès fue asesinado el 31 de julio de 1914. Además de los denominados ‘socialpatriotas’, algunos anarquistas como el ruso Piotr Kropotkin o el francés Charles Malato alentaron a los obreros a luchar en las trincheras para “combatir al agresivo imperialismo alemán”. Guerra a la guerra. El movimiento obrero frente a la guerra (1898-1918) de Julián Vadillo Muñoz. Publicado por la Universidad de La Rioja.

[2] Con la excusa de que “la democracia es burguesa”, el líder socialista Julián Besteiro se opuso a las propias bases del PSOE para posicionarse a favor de la dictadura monárquica-militarista de Miguel Primo de Rivera (1923-1930). Asimismo, el líder de la UGT Francisco Largo Caballero colaboró activamente con la dictadura hermana del fascismo mussoliniano como Consejero de Estado entre 1924 y 1929. Consultar la crítica a Largo Caballero y a buena parte del socialismo que realizó Salvador de Madariaga y Rojo en España. Ensayo de historia contemporánea (1931).

[3] El 4 de noviembre de 1936 cuatro miembros del sindicato anarquista CNT ingresaron como ministros en el gobierno republicano de Largo Caballero: Federica Montseny, Juan García Oliver, Joan Peiró y Juan López.

[4] Las primeras ‘Comisiones Obreras’ nacieron en la década de 1950 y fueron impulsadas por el Partido Comunista de España (PCE), una formación ilegal durante el franquismo y dependiente del Kominform u Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros, creada por Andréi Zhdánov en 1947 en el seno de la Unión Soviética de Stalin.

[5] El escándalo comenzó en diciembre de 1993 con la quiebra de la empresa Promoción Social de Viviendas (PSV) creada en 1988 por la Unión General de Trabajadores (UGT), sindicato vinculado al partido gubernamental, el PSOE de Felipe González. La UGT contaba también con una constructora (IGS) y una compañía de seguros (UNIAL). PSV vendió unas 20.000 viviendas a personas de clase trabajadora en terrenos públicos cedidos por la Administración socialista. La empresa sindical quebró antes de que los inmuebles fuesen edificados y el dinero de los cooperativistas se esfumó. UGT (sindicato que vive de las subvenciones estatales) tuvo que hacerse cargo de los 78,13 millones de euros de responsabilidad civil subsidiaria (sentencia de 2003), pero el director de PSV, Carlos Sotos, solo fue condenado a dos años y cuatro meses de cárcel por estafa y apropiación indebida. El secretario general del sindicato, Nicolás Redondo, se libró de la cárcel a cambio de abandonar su carrera sindical.      

[6] El camionero y líder sindical estadounidense James Riddle Hoffa, “Jimmy” Hoffa, fue presidente general del sindicato IBT entre 1957 y 1971, la organización de trabajadores más grande del país con 2,3 millones de afiliados. Desde sus inicios como sindicalista en la Hermandad Internacional de Camioneros, Hoffa estuvo vinculado al crimen organizado. Llegó a ser condenado por soborno y fraude, y solo un sorprendente acuerdo con el presidente Richard Nixon permitió que Hoffa permaneciera tan solo unos pocos meses en prisión. Desapareció para siempre en 1975.

[7] El BOE recoge la Orden de 18 de septiembre de 2020 en la que el Estado español destina 45 millones de euros a las organizaciones sindicales.

[8] Los sindicatos, partidos políticos, organizaciones empresariales, oenegés y organizaciones religiosas gozan de grandes privilegios fiscales en virtud de la Ley 49/2002 (gobierno del PP de José María Aznar), privilegios tan decisivos que, en la práctica, ninguna de estas corporaciones paga impuestos. Estas exenciones incluyen las actividades económicas remuneradas que estas asociaciones llevan a cabo, como los servicios de asesoría o la venta de productos. Por no pagar, no pagan ni el IBI, igual que ocurre con la Iglesia, aunque los programas de La Sexta, los tuiteros de izquierda y los humoristas del Club de la comedia solo se acuerdan de los indecentes privilegios que la ley otorga a la Iglesia cristiana. Libremercado, 1/3/2012.

[9] Además del referido ‘caso PSV’, los grandes sindicatos españoles se han visto implicados en otras corruptelas, como el ‘Caso Forcem’. La Audiencia Nacional investigó el presunto fraude de 100 millones de euros por la apropiación indebida de parte de los 630 millones de euros en subvenciones que el Estado destinó a cursos de formación continua que debía gestionar la Fundación Tripartita para la Formación en el Empleo (FORCEM), tinglado vinculado a los sindicatos UGT, CC.OO. y CIG (Confederación Intersindical Gallega) y a las patronales CEOE y CEPYME. El País (15/6/2014) publicó que el Estado gastó 21.000 millones de euros, en tan solo 10 años, solo en cursos de formación. Los tribunales absolvieron a los procesados del ‘Caso Forcem’ en 2017. El líder sindical asturiano José Ángel Fernández Villa, Secretario general del Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias (SOMA-UGT) durante 34 años, diputado autonómico y senador por el PSOE, fue condenado a tan solo 3 años de cárcel por la evasión fiscal de 1,4 millones de euros en 2018.    

[10] Unai Sordo, secretario general de CC.OO., lleva sin trabajar en el sector maderero desde el año 2000. José María Álvarez Suárez, secretario general de la UGT, ¡lleva sin trabajar en el sector del metal desde 1978!

[11] La Comisión Ejecutiva Confederal de Comisiones Obreras, cúpula directiva del sindicato, se ha subido el sueldo un 46% (Memoria Anual de CC.OO. del año 2019) al mismo tiempo que aceptaba una subida media de los salarios en España del 2%. Desde que Unai Sordo es el máximo mandatario del sindicato (2017), los dirigentes de “Comisiones” se han subido el sueldo un 85% (OK diario, 11/12/2020 y 12/12/2020).

[12] Fueron los gobiernos socialistas de Felipe González (1982-1996) los que impulsaron la “reconversión industrial”, o desmantelamiento de la minería, los astilleros, el textil y buena parte de la industria española, además de la implantación de las Empresas de Trabajo Temporal (ETT). Con el socialista José Luis Rodríguez Zapatero se abarató para las empresas el despido de los trabajadores, se retrasó la edad de jubilación a los 67 años y se desvirtuaron los convenios colectivos.

[13] La llegada masiva de trabajadores extranjeros genera dumping laboral, es decir, mantiene el alto porcentaje de desempleados y contribuye decisivamente al descenso de los salarios y a la precarización laboral, especialmente si los trabajadores migrantes proceden de países sin experiencia histórica en la lucha obrera. La homosexualización de la sociedad y el aumento de años de formación académica y de horas de trabajo de las mujeres son factores decisivos que ayudan a entender la caída en picado de la natalidad en Europa, lo que estimula la importación de mano de obra foránea. En definitiva, podemos afirmar que las grandes centrales sindicales españolas están contribuyendo al exterminio de los pueblos ibéricos y a su sustitución étnica.

[14] El ‘Plan Europeo de Recuperación’ que la Unión Europea ha preparado para los próximos años como reacción a la crisis económica generada por las medidas pandémicas se reduce a la implantación del modelo económico chino en Europa. Más información en ¿En qué consiste el plan de recuperación tras la pandemia acordado por la UE?, artículo publicado por El Economista el 21 de julio de 2020. 


jueves, 31 de diciembre de 2020

DEFINICIÓN DE LAS RATAS

 



Toda mano de obra,

en cuanto se pone a competir con un esclavo,

sea este humano o mecánico,

está condenado a sufrir las condiciones de trabajo del esclavo.

 

Norbert Wiener

 

 

 

¡No somos ratas, somos subcontratas!

Mi padre trabajó la mitad de su vida en la Motor Ibérica, gran industria barcelonesa del sector del automóvil. Una empresa que adquirió la multinacional japonesa Nissan cuando yo era un niño. Si me daba por pintar una bandera, pintaba la del Japón, pues mi padre trabajaba en la Nissan. Han pasado muchos años y ya está jubilado.

¡No somos ratas, somos subcontratas!

Hace unos meses saltó la noticia en los medios. Primero fue un sondeo. Tal vez, a lo peor. Luego la presentaron como una dura negociación entre la empresa y los sindicatos. Finalmente se anunció lo que ya habían decidido en Tokio los ejecutivos de la corporación hace muchos años: las plantas catalanas de producción de vehículos de Zona Franca y Montcada i Reixac de Nissan cerrarán sus puertas para siempre el 31 de diciembre de 2021.

¡No somos ratas, somos subcontratas!

En total son 2.525 trabajadores los que se van a quedar sin trabajo. Una auténtica barbaridad. Y en un contexto de crisis económica planificada en el que les va a resultar muy complicado encontrar un nuevo empleo. Pero el periódico El Confidencial (10/8/2020) se felicitaba por el «buen resultado» de las negociaciones. Parece como si a los obreros de la Nissan les hubiera tocado el gordo de Navidad. Promesas de reconversión del espacio industrial, compensación de 60 días por año trabajado para «una parte de los trabajadores» y la amenaza/esperanza de que podría haber sido mucho peor. ¡Quién fuera ahora mismo trabajador de Nissan!

¡No somos ratas, somos subcontratas!

El Confidencial olvida que estos miles de trabajadores tienen familia, hijos, cónyuges, hipotecas y alquileres que pagar, créditos personales, facturas, impuestos, la necesidad de vestirse por los pies y comer todos los días y un futuro por delante. El Confidencial olvida que estas personas que vendieron su tiempo, sus energías, sus horas de sueño, su dolor físico, su destreza, su formación, su aburrimiento, sus expectativas, su vida, han sido traicionadas por la empresa que se ha enriquecido durante décadas con su trabajo, y por las instituciones del Estado que la han subvencionado cada año con millones de euros de los presupuestos del Estado[1].

¡No somos ratas, somos subcontratas!

Si solo fueran 2.525… Un total de 78 plantas industriales de producción de piezas de automóvil o empresas que prestan servicios a Nissan van a tener que despedir a buena parte de sus trabajadores; 23 de ellas van a cerrar sus puertas, cifra que será muy superior. La Diputación de Barcelona estima que 14.000 trabajadores se quedarán en la calle con unas condiciones de despedido mucho menos favorables, siendo un colectivo que ya sufría una situación laboral precaria. Cuando Cristina Pedroche haga de maestra de ceremonias la noche del 31 de diciembre en el ritual anual de las campanadas[2], ¿se acordará también de los 14.000 trabajadores de Nissan, subcontratas y proveedores, o solo de los enfermos de Covid 19?

¡No somos ratas, somos subcontratas!

El pasado sábado por la tarde me di un paseo por el centro de Barcelona (sí, cometí una ilegalidad, y además llevaba la mascarilla en el bolsillo). En Plaza Sant Jaume, antiguo foro romano de la ciudad de Barcino y sede de la Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento de Barcelona, había una manifestación de protesta. ¡Qué manía de convocar las concentraciones en esta plaza! ¡Allí solo se puede ir a rendir pleitesía al poder establecido! La particular arquitectura de los edificios que rodean la Plaza Sant Jaume convierten ese espacio en una ratonera, que las tardes de manifestación queda totalmente acorralada por los antidisturbios que bloquean todas las salidas. Concentrarse en esta plaza es meterse, literalmente, en la boca del lobo.

¡No somos ratas, somos subcontratas!

Conté el número de policías. Entre antidisturbios de los Mossos d’Esquadra, otros agentes de este cuerpo de policía y de la Guardia Urbana de Barcelona había más de 40 funcionarios. Los manifestantes eran unos 15. El resto de la plaza lo conformaban viandantes que ni se molestaban en leer los carteles de los manifestantes o en mirar de reojo a los policías. ¡A quién le importan las desgracias de los demás! La concentración reclamaba mejores compensaciones para los trabajadores despedidos de las subcontratas de Nissan. O al menos eso me pareció, porque la estrategia de los escasos participantes brillaba por su ausencia, y los carteles (que yo sí leí) no reflejaban una línea de actuación definida. No había ni rastro de los sindicatos. Sin noticias de UGT, CC.OO. o CGT. Teniendo en cuenta que la restauración tenía que cerrar sus puertas a las 10 de la noche, estarían todos los sindicalistas en las marisquerías.

¡No somos ratas, somos subcontratas!

Los manifestantes tenían un semblante depresivo; sus rostros reflejaban tristeza y desolación. No se percibía un ápice de esperanza en su mirada. Estaban tan faltos de energía que ni parecían enfadados. La presencia de la policía resultaba, además de innecesaria, obscena. Pero había una excepción. Una mujer de unos 50 años estaba llena de rabia. Se había comprado un megáfono y coreaba a gritos una consigna dirigida a la fachada del Palacio de la Generalitat, una frase que ya conocéis y que yo pude escuchar mucho antes de llegar a la plaza.

¡No somos ratas, somos subcontratas!

No había otra consigna. No había otro discurso. No había otra estrategia. No había nada más que esa frase que ninguno de sus compañeros coreaba. Una frase tan contundente y pegadiza, como inadecuada. Una frase mal escogida, contraproducente y tristemente significativa. Una frase en negativo, que es justo lo que la lingüista Carme J. Huertas desaconseja. La frase de una mujer que tiene toda la buena intención del mundo; la frase de una mujer que tiene toda la valentía del mundo; la frase de una mujer que tiene todas las razones del mundo para quejarse, protestar y mandar a la mierda a todos los políticos, policías y empresarios del mundo; la frase de una mujer que se siente como una rata, a la que han tratado peor que a una rata y a la que los viandantes de Plaza Sant Jaume prestaban menos atención que si una sucia rata de cloaca se hubiese cruzado en su camino. La frase de una mujer digna que no quiere ser una rata para defender su derecho a seguir trabajando en una subcontrata, es decir, en una empresa que paga menos a sus trabajadores que la Nissan, y que impone peores condiciones laborales y de despido. Una mujer que reivindica algo tan inhumano como el trabajo industrial a cambio de un salario. Una mujer que reivindica no ser una rata para seguir siendo tratada como una rata en la empresa que la ha estado explotando durante años y que ahora quiere prescindir de sus servicios ratunos.

¡No somos ratas, somos subcontratas!

El trabajo asalariado, especialmente el que se realiza en fábricas mecanizadas, es alienador y deshumanizador. La reconversión industrial, el derribo controlado de la economía occidental en 2020 y el cierre de Nissan son una grave tragedia, y al mismo tiempo la mejor oportunidad para que podamos recuperar la dignidad humana a través de la práctica del trabajo libre. Del trabajo en comunidad. Del trabajo de uno mismo. Del trabajo con alegría. Del trabajo con las manos, las herramientas y los animales; del trabajo sin máquinas. Del trabajo sin salario. Del trabajo humano, el que no se pide, el que no se pierde.

¡Claro que no somos ratas! ¡Tampoco subcontratas!

Somos el pueblo. Somos la clase trabajadora. Somos seres humanos.

¿Qué sois vosotros, explotadores?

Sois peor que las ratas.

 

 

Antonio Hidalgo Diego

Colectivo Amor y Falcata

www.amoryfalcata.com

amoryfalcata@riseup.net



[1] Nissan ha recibido 179,7 millones de euros desde 2009 de parte del Estado español y de la Generalitat de Catalunya, 154,64 millones del Estado central y otros 25,1 millones del gobierno autonómico. La Vanguardia, 27/3/2019.   

[2] Las celebraciones de Navidad y cambio de año son un ejemplo de fiesta popular tradicional autogestionada, razón por la que las instituciones del poder no han parado de pervertirlas y boicotearlas. La Iglesia quería que la gente dejase su casa y su familia para escuchar el sermón de la misa del gallo; el capitalismo lleva años convirtiendo la Navidad en una orgía consumista a través de los reyes magos, Papa Noel, Caga tió, Olentzero y el resto de su séquito. El ritual de las campanadas es contemporáneo, prefabricado y requiere de la televisión. Debemos abandonar la conversación y la espontaneidad de una celebración en familia o con amigos para obedecer las órdenes de un reloj que, oportunamente, se encuentra en la capital del Estado, en el centro de la capital. El Covid 19 o excusa para todo quiere poner la puntilla a las fiestas con la prohibición de facto de las reuniones familiares. ¡Este año no me como las uvas!    


Entradas populares

La Autopsia. Nº2: "Eugenesia". Con Sara Valens (vídeo)