Toda mano de obra,
en cuanto se pone a competir con un esclavo,
sea este humano o mecánico,
está condenado a sufrir las condiciones de trabajo del
esclavo.
Norbert Wiener
¡No somos ratas, somos subcontratas!
Mi padre trabajó la mitad de su vida en la Motor Ibérica, gran
industria barcelonesa del sector del automóvil. Una empresa que adquirió la
multinacional japonesa Nissan cuando yo era un niño. Si me daba por
pintar una bandera, pintaba la del Japón, pues mi padre trabajaba en la Nissan.
Han pasado muchos años y ya está jubilado.
¡No somos ratas, somos subcontratas!
Hace unos meses saltó la noticia en los medios. Primero fue un sondeo. Tal
vez, a lo peor. Luego la presentaron como una dura negociación entre la
empresa y los sindicatos. Finalmente se anunció lo que ya habían decidido en
Tokio los ejecutivos de la corporación hace muchos años: las plantas catalanas
de producción de vehículos de Zona Franca y Montcada i Reixac de Nissan cerrarán
sus puertas para siempre el 31 de diciembre de 2021.
¡No somos ratas, somos subcontratas!
En total son 2.525 trabajadores los que se van a quedar sin trabajo. Una
auténtica barbaridad. Y en un contexto de crisis económica planificada en el
que les va a resultar muy complicado encontrar un nuevo empleo. Pero el
periódico El Confidencial (10/8/2020) se felicitaba por el «buen
resultado» de las negociaciones. Parece como si a los obreros de la Nissan
les hubiera tocado el gordo de Navidad. Promesas de reconversión del
espacio industrial, compensación de 60 días por año trabajado para «una parte
de los trabajadores» y la amenaza/esperanza de que podría haber sido mucho
peor. ¡Quién fuera ahora mismo trabajador de Nissan!
¡No somos ratas, somos subcontratas!
El Confidencial olvida que estos miles de trabajadores tienen familia,
hijos, cónyuges, hipotecas y alquileres que pagar, créditos personales,
facturas, impuestos, la necesidad de vestirse por los pies y comer todos los días
y un futuro por delante. El Confidencial olvida que estas personas que
vendieron su tiempo, sus energías, sus horas de sueño, su dolor físico, su
destreza, su formación, su aburrimiento, sus expectativas, su vida, han sido
traicionadas por la empresa que se ha enriquecido durante décadas con su
trabajo, y por las instituciones del Estado que la han subvencionado cada año con
millones de euros de los presupuestos del Estado[1].
¡No somos ratas, somos subcontratas!
Si solo fueran 2.525… Un total de 78 plantas industriales de producción de
piezas de automóvil o empresas que prestan servicios a Nissan van a
tener que despedir a buena parte de sus trabajadores; 23 de ellas van a cerrar
sus puertas, cifra que será muy superior. La Diputación de Barcelona estima que
14.000 trabajadores se quedarán en la calle con unas condiciones de despedido
mucho menos favorables, siendo un colectivo que ya sufría una situación laboral
precaria. Cuando Cristina Pedroche haga de maestra de ceremonias la noche del
31 de diciembre en el ritual anual de las campanadas[2],
¿se acordará también de los 14.000 trabajadores de Nissan, subcontratas
y proveedores, o solo de los enfermos de Covid 19?
¡No somos ratas, somos subcontratas!
El pasado sábado por la tarde me di un paseo por el centro de Barcelona
(sí, cometí una ilegalidad, y además llevaba la mascarilla en el bolsillo). En
Plaza Sant Jaume, antiguo foro romano de la ciudad de Barcino y sede de la
Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento de Barcelona, había una
manifestación de protesta. ¡Qué manía de convocar las concentraciones en esta
plaza! ¡Allí solo se puede ir a rendir pleitesía al poder establecido! La
particular arquitectura de los edificios que rodean la Plaza Sant Jaume
convierten ese espacio en una ratonera, que las tardes de manifestación queda
totalmente acorralada por los antidisturbios que bloquean todas las salidas. Concentrarse
en esta plaza es meterse, literalmente, en la boca del lobo.
¡No somos ratas, somos subcontratas!
Conté el número de policías. Entre antidisturbios de los Mossos
d’Esquadra, otros agentes de este cuerpo de policía y de la Guardia Urbana
de Barcelona había más de 40 funcionarios. Los manifestantes eran unos 15. El
resto de la plaza lo conformaban viandantes que ni se molestaban en leer los
carteles de los manifestantes o en mirar de reojo a los policías. ¡A quién le
importan las desgracias de los demás! La concentración reclamaba mejores
compensaciones para los trabajadores despedidos de las subcontratas de Nissan.
O al menos eso me pareció, porque la estrategia de los escasos participantes
brillaba por su ausencia, y los carteles (que yo sí leí) no reflejaban una
línea de actuación definida. No había ni rastro de los sindicatos. Sin noticias
de UGT, CC.OO. o CGT. Teniendo en cuenta que la restauración tenía que cerrar
sus puertas a las 10 de la noche, estarían todos los sindicalistas en las
marisquerías.
¡No somos ratas, somos subcontratas!
Los manifestantes tenían un semblante depresivo; sus rostros reflejaban
tristeza y desolación. No se percibía un ápice de esperanza en su mirada.
Estaban tan faltos de energía que ni parecían enfadados. La presencia de la
policía resultaba, además de innecesaria, obscena. Pero había una excepción.
Una mujer de unos 50 años estaba llena de rabia. Se había comprado un megáfono
y coreaba a gritos una consigna dirigida a la fachada del Palacio de la
Generalitat, una frase que ya conocéis y que yo pude escuchar mucho antes de
llegar a la plaza.
¡No somos ratas, somos subcontratas!
No había otra consigna. No había otro discurso. No había otra estrategia.
No había nada más que esa frase que ninguno de sus compañeros coreaba. Una
frase tan contundente y pegadiza, como inadecuada. Una frase mal escogida,
contraproducente y tristemente significativa. Una frase en negativo, que es
justo lo que la lingüista Carme J. Huertas desaconseja. La frase de una mujer
que tiene toda la buena intención del mundo; la frase de una mujer que tiene
toda la valentía del mundo; la frase de una mujer que tiene todas las razones
del mundo para quejarse, protestar y mandar a la mierda a todos los políticos,
policías y empresarios del mundo; la frase de una mujer que se siente como una
rata, a la que han tratado peor que a una rata y a la que los viandantes de
Plaza Sant Jaume prestaban menos atención que si una sucia rata de cloaca se
hubiese cruzado en su camino. La frase de una mujer digna que no quiere ser una
rata para defender su derecho a seguir trabajando en una subcontrata, es decir,
en una empresa que paga menos a sus trabajadores que la Nissan, y que
impone peores condiciones laborales y de despido. Una mujer que reivindica algo
tan inhumano como el trabajo industrial a cambio de un salario. Una mujer que
reivindica no ser una rata para seguir siendo tratada como una rata en la
empresa que la ha estado explotando durante años y que ahora quiere prescindir
de sus servicios ratunos.
¡No somos ratas, somos subcontratas!
El trabajo asalariado, especialmente el que se realiza en fábricas
mecanizadas, es alienador y deshumanizador. La reconversión industrial, el
derribo controlado de la economía occidental en 2020 y el cierre de Nissan
son una grave tragedia, y al mismo tiempo la mejor oportunidad para que podamos
recuperar la dignidad humana a través de la práctica del trabajo libre. Del
trabajo en comunidad. Del trabajo de uno mismo. Del trabajo con alegría. Del
trabajo con las manos, las herramientas y los animales; del trabajo sin
máquinas. Del trabajo sin salario. Del trabajo humano, el que no se pide, el
que no se pierde.
¡Claro que no somos ratas! ¡Tampoco subcontratas!
Somos el pueblo. Somos la clase trabajadora. Somos seres humanos.
¿Qué sois vosotros, explotadores?
Sois peor que las ratas.
Antonio Hidalgo Diego
Colectivo Amor y Falcata
[1] Nissan
ha recibido 179,7 millones de euros desde 2009 de parte del Estado español
y de la Generalitat de Catalunya, 154,64 millones del Estado central y otros
25,1 millones del gobierno autonómico. La Vanguardia, 27/3/2019.
[2] Las celebraciones
de Navidad y cambio de año son un ejemplo de fiesta popular tradicional
autogestionada, razón por la que las instituciones del poder no han parado de
pervertirlas y boicotearlas. La Iglesia quería que la gente dejase su casa y su
familia para escuchar el sermón de la misa del gallo; el capitalismo lleva
años convirtiendo la Navidad en una orgía consumista a través de los reyes
magos, Papa Noel, Caga tió, Olentzero y el resto de su séquito.
El ritual de las campanadas es contemporáneo, prefabricado y requiere de la
televisión. Debemos abandonar la conversación y la espontaneidad de una
celebración en familia o con amigos para obedecer las órdenes de un reloj que,
oportunamente, se encuentra en la capital del Estado, en el centro de la
capital. El Covid 19 o excusa para todo quiere poner la puntilla a las
fiestas con la prohibición de facto de las reuniones familiares. ¡Este año no
me como las uvas!
No hay comentarios:
Publicar un comentario