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jueves, 21 de diciembre de 2023

"¿A cuánto va el ser humano?". Artículo de "Virtud y Revolución", nº6, septiembre de 2023


 ¿A CUÁNTO VA EL SER HUMANO?

Los precios suben y suben, los trabajadores cada vez son más pobres y el Estado se está forrando[1]. Al mismo tiempo, el intelectual más leído de los últimos años, el historiador Yuval Noah Harari, afirma sin pudor que los seres humanos solo tienen razón de ser en función de su valor económico. Igual que los dinosaurios se extinguieron, los humanos que no sean productivos, los que él denomina «clase inútil» o «gente superflua», serán eliminados, anticipa el profesor israelí, fanático del darwinismo[2]. Harari lleva el concepto Homo oeconomicus[3] hasta el extremo, a la esclavitud. Al prisionero de guerra se le podía perdonar la vida a cambio de que renunciara a su libertad y dignidad, dedicándose hasta la muerte al trabajo servil. El Estado hace muchos siglos que emprendió una guerra contra nosotros, la ha ganado y somos sus prisioneros, esclavizados o pronto ejecutados, en relación a nuestra valía como animal laborans[4]. Antes de preguntarnos quién eliminará a todas esas personas según Harari «improductivas», quiénes serán los nuevos nazis del siglo XXI a los que invoca el intelectual judío[5], no podemos más que constatar otro dato aterrador: mientras el precio de los macarrones, de los tomates, del pan, del pescado y de las sandías no para de subir, la carne humana se ha devaluado: los seres humanos nos degradamos.

En la década de los años 90 del pasado siglo todavía quedaban muchos yonquis en los barrios, aquellos que habían conseguido resistir los letales envites de la hepatitis, la malnutrición, los venenos que compraban en las calles para evadirse de sus monstruos interiores y los venenos que adquirían en las farmacias para combatir el sida, esa cosa rara que les diagnosticaban los curas con sotana blanca y que habían contraído como castigo divino por sus pecados de adicción o sodomía; un mal tan misterioso que, como los extraterrestres que nos visitan[6], probablemente no exista[7]. El yonqui era el ser humano más devaluado de su época. Extremadamente delgado, enfermo, pobre, peligroso, dejado, sucio, triste, patético. El miedo a contagiarnos de sida hacía que los chavales tuviéramos mucho cuidado de no pincharnos con las jeringuillas que los zombis de la heroína sembraban en los descampados de los arrabales.

Un mal pensado diría que el ayuntamiento eternamente socialista de Santa Coloma de Gramenet deseaba que los adolescentes nos drogáramos. Los que no lo hacíamos, teníamos que saltar con mucho cuidado las vallas del Institut Terra Roja, donde estudiaba, para poder jugar a la pelota en la pista de fútbol sala sin que nos vieran las patrullas de la policía local. Supuestamente, el recinto estaba cerrado por las tardes y festivos para que no se colaran toxicómanos, pero los yonquis se las ingeniaron para hacer un agujero en la valla metálica y acceder hasta el patio del instituto para pincharse. A ellos nunca les decía nada la policía. A nosotros nos llamaban la atención y telefoneaban a casa para meternos miedo. Curioso.

Una calurosa tarde de verano interrumpió el partido de fútbol uno de los compradores habituales del cercano Parque del Motocrós. Después de chutarse con el ritual del mechero, la cuchara, el papel de plata y la jeringa, el pobre desgraciado, acompañado de un hermano que se entregaba a los mismos vicios, quiso también chutar la pelota. Le dejamos hacer para evitar problemas. Resultó muy humillante para el joven de menos de treinta años caer al suelo al intentar, sin éxito, patear el balón. Con muchos problemas, consiguió incorporarse y se alejó de nosotros sin decir nada. Segundos después se desplomó y fue a caer bocabajo en una zona de hierbajos. Nosotros seguimos jugando, hasta que el hermano del toxicómano caído nos pidió ayuda. —Mi hermano se está muriendo—, nos dijo. Tenía una sobredosis; se les llamaba así, pero casi siempre se trataba de todo lo contrario ya que el contenido de heroína podía ser incluso del 5%, así que lo que mataba a los heroinómanos no era la heroína, sino la sustitución de ésta por venenos variados que provocaban reacciones alérgicas[8]. Mi amigo Kiko y yo nos miramos. Pedimos ayuda al resto del grupo, unos ocho chavales más. Ningún otro quiso ayudar. Tenían miedo, incluso alguno lo expresó: —No quiero que me pegue el sida—. Otro se atrevió a decir: —Él se lo ha buscado. Que se joda—. No hace falta recordar que en aquella época no había teléfonos móviles para avisar a emergencias; sobra decir que los adolescentes insolidarios eran los que yo consideraba mis amigos: David, Jorge, Jose…

Este recuerdo del pasado vino a mi cabeza al conocer una noticia que da la razón al malnacido de Harari: el ser humano ya no vale nada; solo se valoran sus bienes. El pakistaní Muhammad Hassan agonizó durante tres horas hasta morir a más de ocho mil metros de altitud en las proximidades de la cumbre del K2, sin guantes, sin abrigo y sin botella de oxígeno, tras una caída que se produjo cuando preparaba las cuerdas por las que los alpinistas que lo habían contratado debían ascender hasta la cumbre de la montaña más peligrosa del mundo. Unos ciento treinta escaladores pasaron por encima del cuerpo yaciente de Hassan, todavía con vida, sin ayudarle ni socorrerle; sin ofrecerle abrigo, agua u oxígeno; sin dirigirle siquiera unas palabras de consuelo. —No quiero que me impida cumplir mi sueño—, pudo decir un escalador; —he invertido mucho dinero en este viaje—, tal vez comentó una de las alpinistas mientras apoyaba su peso en la pierna fracturada de Hassan, que se retorcía de dolor. —Él se lo ha buscado. Que se joda—, debieron pensar los ciento treinta seres inmorales y repugnantes que dejaron morir al hombre que se jugaba la vida por un puñado de dólares[9]. Una de las que pisoteó al sherpa por el ansia de gloria y reconocimiento fue la famosa deportista noruega Kristin Harila[10]. Todo sea por obtener una nueva marca al ascender los catorce ochomiles en unos cuantos meses; todo sea por conseguir hacerse una foto en la cumbre, una imagen que a nadie importa lo más mínimo. ¿Quién se ocupará ahora de la madre enferma de Muhammad Hassan? ¿La campeona noruega? ¿Campeona de la infamia?

No hace falta subir tan alto para ser un bellaco. Hace unos meses, en un call center de Madrid, Inma, una de las trabajadoras, murió en su puesto de trabajo. Un “centro de llamadas” es una oficina en la que trabajan decenas de teleoperadores que atienden las llamadas de clientes de distintas empresas, casi siempre indignados y enfadados porque, tras ser timados por alguna multinacional que les suministra un servicio energético o de comunicación, no pueden ir a reclamar a un lugar físico para que les solucionen el incidente, así que el fraude puede perpetrarse con total impunidad. Los teleoperadores también se dedican a llamar insistentemente a cualquiera de nosotros para despertarnos, acosarnos e intentar vendernos una moto. Se trata, sin duda, de un “oficio” indigno, se mire por donde se mire, cementerio de titulados universitarios que no han encontrado un trabajo mejor y venden su tiempo a cambio de muy poco dinero, un régimen laboral de tipo militar y la certeza de que a los pocos meses serán reemplazados por otros incautos que todavía no se habrán quemado a causa de la degradación que supone realizar este tipo de trabajo.

Inma falleció de forma súbita. Sus compañeros se asustaron y se levantaron de la silla desatendiendo sus obligaciones. Los jefes de turno de la compañía Konecta ordenaron a las empleadas que volvieran al trabajo inmediatamente. Tras la indignación expresada por algunos trabajadores, la encargada de la sala les aseguró que tenían la obligación de mantenerse en su puesto porque realizaban un “servicio esencial”, un servicio tan imprescindible como el de atender a los usuarios de una empresa de suministro eléctrico... Así que los compañeros de la víctima tuvieron que seguir respondiendo a las llamadas de los clientes de Iberdrola[11] con el cadáver de su compañera a pocos metros de distancia durante aproximadamente cincuenta minutos, el tiempo que tardaron los servicios de emergencia en constatar el fallecimiento de Inmaculada, y el que tardó el juez en dictaminar su muerte para poder retirar el cuerpo sin vida de la fallecida y llevar sus despojos a la morgue[12]. ¿La dignidad de un fallecido y la salud mental de sus compañeros es menos “esencial” que los euros que hubiera dejado de ingresar la empresa Konecta en menos de una hora por permitir a sus empleadas salir a tomar el aire y reflexionar sobre lo sucedido?

Descansen en paz Inma y Muhammad. En paz pero desterrados de nuestra memoria: el filósofo y antropólogo Higinio Marín denuncia que en nuestra sociedad ignoramos a los muertos al considerar la muerte como algo obsceno[13]. Es por esa razón que los tanatorios se ubican a las afueras de las poblaciones y están construidos de tal manera que el finado queda oculto en una esquina, en el interior de una sala interior, acorazado entre cristales y maquillado. Todo para que nadie vea al muerto o, en su defecto, para que no parezca un cadáver. Hace mucho que los niños no van a entierros ni velatorios, no sea que alguno se dé cuenta de que es un ser mortal y no un pequeño dios al que sus padres idolatran. Es mejor incinerar que inhumar: hay que deshacerse del cuerpo para no tener que visitar la tumba de vez en cuando, como si en vez de tener un familiar muerto hubiésemos cometido un asesinato. Higinio Marín se lamenta de que en los rituales funerarios solo se consuela a los vivos y se ignora al fallecido, pues éste no tiene valor per se. También afirma que la muerte se ha vuelto irrelevante, que no merece la pena prestar atención al acontecimiento decisivo de nuestras vidas.

La sexualidad, ancestralmente privada, secreta, transgresora y maravillosa, se ha banalizado en la modernidad para convertirse en una cosa pública regulada por los Estados. El sexo, como todo lo personal, ahora es político; del sexo se tiene que hablar en la primera cita; nuestras relaciones sexuales se han convertido en una orgía multitudinaria en la que, además de los asustados practicantes, intervienen médicos, sexólogas, feministas, abogados y policías; el sexo se ha convertido para hombres, mujeres y niñas[14] en un reclamo constante con el que se mercadea. La muerte, en cambio, ha pasado a ocupar el lugar que antaño tenía en nuestras vidas la sexualidad —dadora de vida—, así que hemos sustituido el eros por la prostitución, la pornografía y la infertilidad, nos entregamos al tánatos y enviamos a nuestros muertos a vagar eternamente por el limbo de la ignorancia[15]. ¿Muerto? ¿Qué muerto? ¿Que se muere una empleada? Pues seguimos trabajando junto al cadáver como si no hubiera pasado nada… ¿Qué cadáver? ¡Es mucho más importante prestar un servicio a los vivos! ¿Qué se está muriendo el hombre que nos permite escalar una montaña? Pasamos —literalmente— por encima de él, vaya a ser que nos contagie la muerte.

Ignoramos que nosotros seremos los siguientes en abandonar el mundo de los vivos, convencidos de que la muerte es un accidente evitable, o al menos eso afirma el fantasioso sacerdote del transhumanismo, Yuval Noah Harari. Si ignoramos a nuestros muertos no aprendemos nada de los ancestros y acabamos siguiendo como corderitos los dictados de los sabihondos del poder: en eso consiste el progresismo. Harari le tiene tanto miedo a la muerte que, más que esconderla debajo de la alfombra, la niega, creyendo ingenuamente que sus tan admirados —como sobrevalorados— científicos podrán llegar algún día, no muy lejano, a poner fecha de caducidad al acto de morir[16]. ¿Los mismos científicos que fueron incapaces de curar un constipado van a librarnos de la muerte? ¿Esos que no se dieron cuenta de que había gato encerrado? ¿Los mismos científicos que contemplan impotentes cómo la esperanza de vida disminuye de forma significativa en las “sociedades avanzadas” son los que van a espantar a la parca?[17] ¿Aquellos que viven en países en los que la tercera causa de muerte son las prácticas yatrogénicas me convertirán en un dios, eterno y todopoderoso?[18]

Bueno... ¿Qué importa? Aunque consiguieran inventar el elixir de la eterna juventud en un laboratorio, a nosotros, los sin poder, nunca nos van a bendecir con la vida eterna. Tampoco la deseamos. Los únicos vampiros con los que sueña Harari son los tipos más ricos y poderosos, los mismos que promocionan sus panfletos, los únicos que podrían pagar el costosísimo precio de la inmortalidad, si es que la vida eterna fuera posible y tuviera un precio. Pero mucho me temo que el intelectual del poder, más tarde o más temprano, morirá. Su pequeño y contrahecho cuerpo será devorado por los gusanos, los mismos que convertirán en polvo a los multimillonarios a los que adula, las mismas larvas que se darán un festín con vuestros despojos y con los míos. La muerte nos iguala, algo que los fanáticos de la voluntad de poder y el capitalismo no pueden soportar[19].

Hay una relación clara entre la ocultación de la muerte, el deseo infantil y egoísta de inmortalidad, el desprecio por la vida de los demás y la ausencia de propósitos trascendentes en nuestras vidas. Nuestros coetáneos se han abandonado al egocentrismo, de manera que son incapaces de dedicar sus vidas a legar valiosos bienes inmateriales a todos aquellos que les sobrevivan; nuestros coetáneos se han abandonado al hedonismo, así que consumen su tiempo en la búsqueda de unos placeres sensoriales que mueren tan pronto como se alcanzan; nuestros coetáneos se han abandonado al epicureísmo, así que tienen tanto miedo a la enfermedad y a la muerte que prefieren ser esclavos de aquellos que aseguran ponerles a salvo[20], entregados a la comida, el alcohol, las drogas, el dinero, la adrenalina y las diversiones fingidas. Una vida sin propósitos relevantes finaliza con una muerte sin sentido.

Aquellos que malgastan sus vidas ocupando todo su tiempo en trabajar para ganar dinero y consagrarse al consumo de bienes y servicios superfluos[21] nunca tienen tiempo de realizarse como seres humanos; siempre insatisfechos, se empeñan en alargar eternamente su agonía, ignorando que el rumbo de su vida transita por un callejón que conduce inexorablemente al vacío. Cuando se ignora el amor por los demás y se sustituye por la voluntad de poder, el otro se percibe como un enemigo, un competidor que nos arrebatará nuestra porción de la tarta, un rival del que nos podremos aprovechar o un lastre en la consecución de objetivos tan insustanciales como un ascenso laboral en un call center o un ascenso hasta el pico del K2 para hacerse un selfie. Si nosotros mismos somos incapaces de tomar en serio nuestra propia vida, ¿cómo vamos a respetar la vida de los demás?

En Sobre la brevedad de la vida escribió Lucio Anneo Séneca: «Tenéis miedo de todo, como mortales que sois y, sin embargo, ambicionáis todas las cosas, como si fuerais inmortales. Oirás a la mayor parte de los humanos que dicen: “A partir de mis cincuenta años me retiraré a descansar, y cuando cumpla los sesenta abandonaré todas las ocupaciones”. ¿Y quién te garantiza, a fin de cuentas, que has de vivir una vida tan larga? ¿No será demasiado tarde comenzar a vivir cuando ha llegado ya el momento de morir? (…) Durante toda la vida debemos aprender a morir»[22]. No es un buen lugar para morir una triste oficina llena de ordenadores y luces fluorescentes, entre encargados sin escrúpulos; tampoco es una muerte digna fallecer de hipotermia en soledad, al tiempo que más de cien desconocidos bien abrigados te pasan por encima como si no existieras; como no es una buena forma de morir tener un colapso inducido por la droga en un infecto descampado de un barrio marginal, junto a un instituto de enseñanza de paredes prefabricadas, a causa de un pinchazo que prometía la felicidad pero es la causa y consecuencia de tu fracaso personal. Por esa razón, mi compañero Kiko y yo decidimos no seguir el criterio de la manada del grupo de amigos adolescentes, dejar a un lado nuestro miedo al sida y cargar con el cuerpo de ese yonqui anónimo al que conseguimos sacar del recinto escolar y llevar hasta una fuente próxima donde pusimos su cabeza bajo un chorro de agua fría. Su hermano empujó repetidas veces el cuerpo inconsciente del toxicómano hasta que los golpes activaron su organismo y permitieron que la sangre volviera a circular por sus maltrechas venas. No somos dioses, Harari, pero sí seres humanos que confían en sus congéneres; seres con corazón que no vemos al prójimo como un objeto del que podamos extraer algún beneficio; seres humanos que sacralizamos la vida humana.

Por esa razón, cuando, una semana después, en las proximidades de la discoteca Shadon, nos encontramos con el mismo yonqui y nos quiso quitar el poco dinero que llevábamos encima, lejos de lamentarnos, Kiko y yo nos miramos y sonreímos, al ver que el hombre estaba bien de salud, dentro de lo que cabía esperar. Uno de nuestros “amigos” aprovechó la circunstancia para justificar su cobardía y ausencia de humanidad y echarnos en cara que, el mismo tipo al que nos empeñamos en ayudar, ahora quería robarnos. Hicimos oídos sordos a sus palabras, bromeamos con el toxicómano y seguimos nuestro camino[23]. El yonqui no entendió nada, pues no se acordaba de nosotros. Tal vez muriese a las pocas semanas o meses por culpa de sus malos hábitos. Tal vez. O tal vez consiguiera encontrarle sentido a la vida, enterrar sus monstruos interiores, dejar las drogas y escapar del devaluado colectivo de carne para la picadora que Yuval Noah Harari denomina «clase inútil». Tal vez dejó de tontear con la muerte y de buscar insistentemente dañinos placeres fugaces para aceptar al fin su condición de mortal, de ser humano sufriente que acepta el reto de la vida, sus dificultades y su finitud, sin pretender evadirse de ella pretendiendo ser un Dios[24].    



[1] El espectacular aumento de los precios que estamos sufriendo ha permito al Estado español incrementar un 65% su recaudación tributaria. El Confidencial (8/6/2023).

[2] «La gente vive mucho más tiempo de lo que se esperaba y no hay dinero para pagar las pensiones y los tratamientos médicos (…) ¿Qué le ocurrirá al mercado laboral cuando la inteligencia artificial consiga mejores resultados que los humanos en la mayoría de las tareas cognitivas? ¿Cuál será el impacto político de una nueva clase de personas inútiles desde el punto de vista económico? (…) En el siglo XXI podemos asistir a la creación de una nueva y masiva clase no trabajadora: personas carentes de ningún valor económico, político o incluso artístico, que no contribuyen en nada a la prosperidad, al poder y a la gloria de la sociedad. Esta “clase inútil” no solo estará desempleada: será inempleable (…) Los humanos perderán su utilidad económica y militar, de ahí que el sistema económico y político deje de atribuirles mucho valor (…)». Extractos literales de la obra Homo Deus (2016) de Yuval Noah Harari. ¿Ninguna “asociación de ofendidos” ha denunciado por delito de odio a Harari por semejante apología del genocidio?

[3] Término usado en el siglo XIX para denunciar la visión del ser humano que tenían los economistas utilitaristas y capitalistas de corte liberal (John S. Mill, David Ricardo, Adam Smith), obsesionados con una idea mutiladora y reduccionista: el motor de toda acción humana es la búsqueda de la riqueza material.  

[4] Término acuñado por la filósofo germano-estadounidense Hannah Arendt en su obra La condición humana (1958) para referirse al ser humano de la modernidad, consagrado en cuerpo y alma a la producción y valorado socialmente por su productividad económica.

[5] «Debido a una creencia humanista intransigente en la sacralidad de la vida humana, mantenemos a personas con vida hasta que llegan a un estado tan lamentable que nos vemos obligados a preguntar: “¿qué es exactamente tan sagrado aquí?” (...) Quizá el hundimiento del humanismo también sea beneficioso (…) Mientras que Hitler y sus acólitos planeaban crear superhumanos mediante la cría selectiva y la limpieza étnica, el tecnohumanismo del siglo XXI espera alcanzar el objetivo de manera mucho más pacífica, con ayuda de la ingeniería genética, de la nanotecnología y de interfaces cerebro-ordenador (…) De ahí que el dataísmo amenace con hacer a Homo sapiens lo que Homo sapiens ha hecho a todos los demás animales». Extractos literales de la obra Homo Deus (2016) de Yuval Noah Harari. ¿Ninguna “asociación de ofendidos” ha denunciado por apología del Holocausto al israelí Harari? 

[6] El fenómeno ovni vuelve a chocar en Estados Unidos contra la falta de pruebas: “Declaran algo que ni siquiera han visto”, artículo de RTVE.es (30/7/2023) escrito por Samuel A. Pilar.

[7] Si usted tampoco se ha creído el cuento del sida ni confía en la industria farmacéutica, le recomiendo el texto Desmontar el sida de Lluís Botinas o ver el documental ELISA mató a Ruth, disponibles en el sitio de Plural-21; también la película Dallas Buyers Club (2013) de Jean-Marc Vallée.

[8] Consultar el informe: Adulterantes de las drogas y sus efectos en la salud de los usuarios: una revisión crítica (2019) publicado por la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (CICAD) de la Organización de los Estados Americanos (OEA). 

[9] Muere un sherpa subiendo el K2 y decenas de escaladores le pasan por encima sin prestarle ayuda. El Mundo (11/8/2023).

[10] Kristin Harila y “los récords vacíos”, artículo de Óscar Gorgoza. El País (1/8/2023).

[11] La obra social de la energética Iberdrola está dedicada en exclusiva a promocionar con mucho dinero la ideología feminista. ¿Qué feminismo apoya Iberdrola? ¿El de la defensa de la dignidad de la mujer de 60 años de clase trabajadora fallecida en su puesto de trabajo? ¿El de las empleadas de Konecta, malpagadas y obligadas a trabajar junto al cadáver de su compañera? ¿O tal vez el feminismo del empoderamiento de la encargada que obligó a sus congéneres a seguir trabajando con Inmaculada de cuerpo presente? Adivinen…

[12] Inma era teleoperadora, murió en la oficina y “no se paró el trabajo”: “Es un síntoma de deshumanización”, artículo de Laura Olías. elDiario.es (19/6/2023).

[13] Entrevista de Álvaro Espinosa y Josema Visiers a Higinio Marín en El Debate (12/8/2023). Consultar también El hombre y sus alrededores. Estudios de filosofía del hombre y de la cultura (2013) de Higinio Marín.

[14] Adolescentes y niñas prepúberes se contonean semidesnudas delante del teléfono móvil con bailes y gestos de reclamo sexual que luego comparten en sus redes sociales. Niñas y jóvenes acuden a playas y piscinas en tanga. ¿Se puede saber en qué están pensando sus padres?

[15] Historia de la sexualidad (1976), Michel Foucault.

[16] «Después de haber conseguido niveles sin precedentes de prosperidad, salud y armonía (…) es probable que los próximos objetivos de la humanidad sean la inmortalidad, la felicidad y la divinidad (…) y transformar a Homo sapiens en Homo Deus (...) Al buscar la dicha y la inmortalidad, los humanos tratan en realidad de ascender a dioses». Homo Deus (2016). ¿Harari se cree este cuento o nos toma por imbéciles? Mientras leía su libro no podía dejar de pensar en el soldado Svejk, el genial personaje de la obra cumbre de la literatura checa creado por Jarsolav Hasek. ¿Es tonto o se está quedando con todos nosotros?

[17] Preocupante disminución de la esperanza de vida en los países de la Unión Europea. Euronews (1/5/2023).

[18] El error médico, tercera causa de muerte en Estados Unidos, artículo de Live-Med (8/3/2018). Consultar también BBC (4/5/2016), Atlas Abogados (24/6/2019), El Confidencial (30/3/2017), IntraMed (18/7/2016) o France 24 (15/9/2019). Casualmente, casi todas estas informaciones fueron publicadas en tiempos prepandémicos. Sorprende la “inocencia” de Harari cuando afirma en Homo Deus (2016): «¿Qué harán durante todo el día científicos, inversores, banqueros y presidentes? ¿Escribirán poesía? (…) Como bomberos en un mundo sin fuego, en el siglo XXI la humanidad necesita plantearse una pregunta sin precedentes: ¿qué vamos a hacer con nosotros? En un mundo saludable, próspero y armonioso (…)».

[19] «Ved de quánd poco valor / son las cosas tras que andamos / y corremos / que, en este mundo traidor, /aun primero que muramos / las perdemos (…) Estos reyes poderosos / que vemos por escripturas / ya pasadas, / con casos tristes, llorosos, / fueron sus buenas venturas / trastornadas; / así que no ay cosa fuerte, / que a papas y emperadores / y perlados, /así los trata la muerte / como a los pobres pastores / de ganados». Versos de Jorge Manrique en Coplas por la muerte de su padre. ¡A ver si te enteras, Harari: te vas a morir, como todos los demás!

[20] «Puede llamarse feliz el que no desea ni teme nada, beneficiándose del uso de la razón». Frase extraída de la obra Sobre la felicidad, Capítulo VI, de Séneca.

[21] «Esas cosas que se ponen a la vista de todo el mundo (…) que muchos las enseñan a los otros con estupefacción, es cierto que por fuera brillan, pero por dentro son miserables. Busquemos algo, no solamente bueno en apariencia, sino sólido a la vez (…) Porque, en lugar de los placeres, en lugar de otras satisfacciones que son insignificantes y frágiles, además de perniciosas (…) surge un inmenso gozo, inquebrantable y continuado; entonces viene la paz en bella armonía con el espíritu, y la grandeza, en estrecha unión con la humildad». «Esos que olvidaron sus principios por el placer se verán privados de ambas cosas; porque pierden la virtud, y además no son ellos los que poseen el placer, sino que el placer los posee a ellos: o se sienten atormentados por el placer o su abundancia los estrangula». Fragmentos de la obra Sobre la felicidad de Séneca, Capítulos III y XIV.

[22] Capítulos IV y VII.

[23] «Te equivocas cuando preguntas cuál es la finalidad que me mueve a buscar la virtud: es como si quisieras conocer algo que puede existir por encima de lo supremo, más allá del fin. Me preguntas, ¿qué es lo que pretendo de la virtud? Ella misma; porque nada tiene que sea mejor». Fragmento de la obra Sobre la felicidad, Capítulo IX, de Séneca.

[24] ¿Cuánto más necesito para ser Dios? Recomiendo al lector que escuche la canción Jesucristo García de Extremoduro justo al acabar la lectura del presente texto.

"Virtud y Revolución". Editorial de abril, nº1 de la revista VIRTUD Y REVOLUCIÓN


VIRTUD Y REVOLUCIÓN

 

Revolución (del latín tardío revolutio): Acción y efecto de provocar un cambio radical / Cambio profundo en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad.

Virtud (del latín virtus, virtutis): Fuerza, vigor, valor / Potestad de obrar / Integridad de ánimo y bondad de vida /Acción virtuosa o recto modo de proceder /Disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos e ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza.

 

Es propio de este tiempo que las leyes del Estado determinen casi todas nuestras acciones, un proceder que nos permite evitar sanciones a costa de pagar el elevado precio que supone renunciar a nuestra libertad y convicciones; nos alejamos del bien y de la verdad solo porque apoyamos, por miedo o egoísmo, los intereses de la minoría que ha legislado las cientos de miles de normas que guían nuestras vidas. Las leyes, incluso las mejores, se imponen por la fuerza; mientras que la ética personal se practica por convicción interior[1]. Los capitanes que dirigen nuestras desorientadas naves hace mucho que perdieron el rumbo y nos encaminamos al abismo más profundo, por lo que nuestra supervivencia depende de desobedecerles, amotinarse, tomar el control de nuestras vidas y de las decisiones que nos atañen. No hay virtud más eminente que el hacer sencillamente lo que tenemos que hacer[2]. Si debo, puedo.

Para transformar la sociedad, debemos antes transformarnos a nosotros mismos. Una revolución es inmoral si está dirigida por sujetos inmorales, motivados por fines espurios. Para que la Revolución Integral sea exitosa tenemos que esforzarnos para ser individuos virtuosos, es decir, fuertes, valerosos, abnegados, altruistas, amorosos, sinceros, rectos y de buen corazón. Pero no basta con pregonar las virtudes, pues quien virtud vende, en vicio la convierte, y todo el mérito de la virtud reside en su ejercicio[3]. Todo se consigue con el trabajo, incluso la virtud[4]; así como el cuerpo cobra fuerza y se calienta con el trabajo moderado, así se fortifica y confirma el ánimo con los ejercicios y actos virtuosos[5]. Un deportista está destinado al fracaso si no ha entrenado duro; una revolución fracasará irremediablemente si sus protagonistas no han cultivado la virtud. Largo y duro es el camino que emprendemos, y muchos serán los errores que cometamos. Pero no desesperaremos. La perseverancia en el bien consiste, no tanto en no caer nunca, sino en levantarse tras cada tropiezo.

No fuisteis criados para vivir como bestias, sino para seguir en pos de la virtud y de la sabiduría[6]. ¡Virtud, hija del cielo, la más ilustre empresa de la vida![7] Constante y perpetua riqueza es la virtud[8], porque la riqueza está en la virtud y el que tiene virtud no necesita de nada para vivir bien[9]. Entre buenos es fuero que valga más la virtud que el dinero[10], teniendo en cuenta que va el vicio con ropa rozagante, y la virtud con un trapo detrás y otro delante. Y es que no suele ser la riqueza de la virtud compañera[11]; el oro, luce, y la virtud, reluce. La virtud es alérgica al dinero y a los intereses egoístas; mientras los serviles trepan entre las malezas del favoritismo, los austeros ascienden por la escalinata de las virtudes[12]. El lujo no estimula la virtud, antes sofoca todos los buenos sentimientos[13], y es que la virtud es el premio de sí misma[14]. Contaba Miguel de Cervantes en La fuerza de la sangre lo que le pasó a uno de sus personajes, del que la intención de sus abuelos era hacerle virtuoso y sabio, ya que no le podían hacer rico; como si la sabiduría y la virtud no fuesen las riquezas sobre quien no tienen jurisdicción los ladrones, ni la que llaman Fortuna. Cervantes no solo se ocupó del desprecio por la riqueza material -que debe ser enseña de todo individuo de valía-, sino también del desprecio por el poder, los títulos y los honores; en el Quijote, Cervantes escribió: Mira Sancho, si tomas por medio la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que nacieron príncipes o señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista; y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Unos años antes, advirtió Manrique en sus coplas: buen caballero, dejad el mundo engañoso y su halago / vuestro corazón de acero muestre su esfuerzo famoso en este trago / y pues de vida y salud hicisteis tan poca cuenta por la fama, / esfuércese la virtud para sufrir esta afrenta que os llama.

El verdadero honor es el que resulta del ejercicio de la virtud y del cumplimiento de los propios deberes, decía el infame Jovellanos, cuyo deber fue el de expropiar al pueblo lo que se quedó el Estado, regalándonos, eso sí, la oportunidad de mejorarnos a nosotros mismos en la empresa revolucionaria que estamos emprendiendo. Porque el día que el género humano conozca que su verdadera gloria y ciencia consiste en la virtud, mirarán los hombres con tedio a los que tanto les pasman ahora[15]. Aunque hoy debemos lamentar que se ha convertido en costumbre aplaudir al infame y marginar al bienintencionado, pero esta tendencia no debe ser excusa para la rendición o la genuflexión ante los poderhabientes. Hay que afrontar el reto revolucionario con buen ánimo, porque la primera de las virtudes es la alegría, y es preciso que el que obra bien se regocije de su propia conducta[16]. ¡Ánimo! Este es el color de la virtud[17] y solo la virtud tiene argumentos poderosos contra el pesimismo[18]. ¿Miedo a ser marginados por defender un ideal todavía minoritario? ¡En absoluto! El verdadero destierro se encuentra allí donde no hay lugar para la virtud[19].

Per aspera, ad astra[20]. El camino de la virtud es el camino correcto, pero no es para nada un camino fácil, ya que la senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio, ancho y espacioso[21]. Solo en la adversidad sale a la luz la virtud, pues la virtud resplandece en los infortunios[22]; la virtud, como el arte, hallarse suele cerca de lo difícil[23]. No hace tanto que los Estados vulneraron nuestras libertades con la falsa excusa de proteger nuestra salud, cuando, en verdad, no sabe qué es salud quien no la pierde, ni aquel que no la pierde sabe cuánto sin ella la virtud se perfecciona[24]. Poco me satisface aquella ciencia que no ha sabido hacer más virtuosos a quienes las profesaron[25]. ¡Más virtud y menos seguridad, pues plácida y tranquila es la vida del animal de granja antes de ir al matadero! Yo honro con el nombre de virtud a la costumbre de realizar acciones penosas y útiles a los demás[26].

Decía Séneca que languidece la virtud sin adversarios, y advertía Cervantes que la valentía es una virtud que está puesta entre dos extremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad; pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario, que no que baje y toque en el punto de cobarde, pues virtud es fortaleza, y ser bueno es ser valiente[27]. Nuestra meta es la virtud y nuestro adversario es el Estado y sus dirigentes, todos aquellos que usurpan nuestro tiempo, nuestra riqueza y nuestras libertades. No seamos timoratos: de todos los beneficios que nos reporta la virtud, uno de los más grandes es el desprecio de la muerte[28], y el que muere por amor a la virtud, nunca perece[29]. De todos los premios que puede recibir la virtud, el mayor es la gloria, por los peldaños de la cual parece subir el humano al mismo cielo[30]. El heroísmo puede salvar a un pueblo en las circunstancias difíciles; mas aquello que lo hace grande es la acumulación diaria de pequeñas virtudes[31]. ¡Seamos virtuosos!, en nuestro quehacer diario, en nuestras relaciones personales, en nuestras vidas; porque solamente es duradero lo que con la virtud se consigue[32].

Quien no sepa hallar el camino de la virtud, que siga el consejo de Plutarco, ese que dice que el amor nos enseña todas las virtudes. Y quien prefiera el camino del mal, que busque el poder, porque la voluntad de poder es contraria a la práctica del amor al prójimo, y el amor es el bien. Dad todo el poder al hombre más virtuoso que exista y pronto le veréis cambiar de actitud[33]. ¡Qué se pudran todos aquellos que se mueven por poder! Si los honores mudan nuestras costumbres, váyanse los honores, vengan virtudes; porque sin ellas, las pompas de este mundo son muy funestas[34]. Solo un pueblo virtuoso es capaz de vivir en libertad. A medida que las naciones se hacen corruptas y viciosas, aumenta su necesidad de amos[35]; y es que el principio de la democracia es la virtud[36]. Los individuos degradados, con su incapacidad y falta de principios, sirven al poder, se entregan a la tiranía, razón por la que donde quiera que esté la virtud en grado eminente, es perseguida[37].

Tratemos con respeto y esfuerzo desinteresado a nuestros semejantes, luchemos con arrojo contra los que tienen poder, y amémonos a nosotros mismos, ya que el respeto por uno mismo es la piedra angular de toda virtud[38]. Seamos fuertes y autosuficientes, sin olvidar que nunca conseguiremos nuestro propósito si no trabajamos juntos, si nos comportamos como seres asociales. La virtud no habita en la soledad: debe tener vecinos[39]. Juntos construiremos los cimientos de un ser más fuerte y más capaz, y de una sociedad más libre y más humana. Y para que la revolución perdure, recomendad a vuestros hijos ser virtuosos[40] porque todos nacemos con igual condición y solo por virtud nos diferenciamos.

Ha nacido Virtud y Revolución con el propósito de promover la Revolución Integral y con el firme compromiso de ser virtuosos en cada una de nuestras publicaciones.

 



[1] Félix Rodrigo Mora.

[2] José María Pemán.

[3] Cicerón.

[4] Diógenes el cínico.

[5] Isócrates.

[6] Dante.

[7] Fray Luis de León.

[8] Sófocles.

[9] Cicerón.

[10] Cervantes.

[11] Alonso de Barros.

[12] José Ingenieros.

[13] Federico II de Prusia.

[14] Claudio Claudiano.

[15] José Cadalso.

[16] Romain Rolland.

[17] Diógenes el cínico.

[18] Leopoldo Alas Clarín.

[19] Cicerón.

[20] Séneca.

[21] Cervantes.

[22] Aristófanes.

[23] Lope de Vega.

[24] Bartolomé Cairasco de Figueroa.

[25] Salustio.

[26] Stendhal.

[27] Antonio Machado.

[28] Michel de Montaigne.

[29] Plauto.

[30] Cicerón.

[31] Gustave Le Bon.

[32] Sófocles.

[33] Heródoto de Halicarnaso.

[34] Melchor de Palau.

[35] Franklin.

[36] Montesquieu.

[37] Cervantes.

[38] John Herschel.

[39] Confucio.

[40] Beethoven. 

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