jueves, 21 de diciembre de 2023
"Me manifiesto contra las manifestaciones". Artículo en "Virtud y Revolución", nº9, diciembre de 2023
ME
MANIFIESTO CONTRA LAS MANIFESTACIONES
Quien no llora, no mama. Pero
quien llora mucho es un llorica y el que mama es un mamón.
La humanidad, como bien supieron
vaticinar los “sabios” darwinistas del diecinueve, no ha hecho más que “evolucionar”,
y como resultado de este “progreso” hemos alcanzado un nuevo estadio que
podríamos denominar «lactante». Hace mucho que la sociedad dejó de ser
tediosamente adulta, así que conformada por individuos responsables,
autosuficientes y libres, para rejuvenecer transformada en una sala
hospitalaria de neonatos prematuros, pedigüeños, cagones y a medio cocer. Nos
falta un hervor. Como le falta un hervor al sujeto que sujeta la pancarta de la
imagen de la entradilla en la que manifiesta su amor incondicional a un Estado
que reprime sus libertades y atenta contra su vida. España me pega porque me quiere, porque le importo, se autoengaña
el derechista maltratado. Es una pena que el Ministerio del Interior no haya
puesto a su disposición un número de teléfono de atención a los votantes que
sufren «violencia de Estado».
Siendo un pequeño mamón acudí a
mi primera manifestación en brazos de mis padres, un acto de masas en el que se
exigió algo tan alejado de nuestros intereses como la aprobación del Estatut d’autonomia[1].
Esa movilización de protesta había sido convocada por los dirigentes del Estado
español en Cataluña, una mafia de ricachones liderada por el corruptísimo banquero
Jordi Pujol[2]
y su sacrosanta esposa, la racista Marta Ferrusola[3].
Como resultado de este acto multitudinario, el populacho legitimó un régimen político
que, cuarenta y cuatro años después, sigue mostrándose como el segundo tinglado
más corrupto de la «España de las autonomías», el llamado «Oasis catalán»[4].
Ya crecidito, mi segunda manifa fue con quince años de edad. Los
profesores-funcionarios del instituto Terra
Roja de Santa Coloma de Gramenet, donde me saqué el bachillerato,
organizaron una protesta reclamando vallas. ¡Queremos
vallas!, gritábamos los chavales, eufóricos por perder un día de clases. Altas
vallas para que el centro de enseñanza se pareciera un poco más a un recinto
penitenciario y para que los toxicómanos no se colaran en el interior de la escuela
para pincharse. Como era de esperar, la “espontánea” movilización de los
adolescentes colomenses para ponerle puertas al campo fue todo un “éxito”: a las
pocas semanas teníamos unas flamantes vallas… que fueron agujereadas unos días
después.
Cuando tenía veintiséis, los
obreros de Seat cortamos la A-2 a la
altura de Martorell, realizamos varios días de huelga y nos manifestamos en
Barcelona porque la empresa quería recortar la plantilla. Unas semanas después se
llevó a cabo una negociación entre la propiedad y los representantes sindicales
de Comisiones[5],
U.G.T. y C.G.T. en un hotel de cinco estrellas donde no faltaron la comida, la
bebida y las prostitutas[6].
Resultado: varios cientos de trabajadores de Seat se quedaron sin trabajo. Fueron despedidos poco a poco, día a
día, a lo largo de meses, sin avisar, sembrando el pánico entre los obreros que
temían ser los siguientes en ser despedidos; siempre al inicio del turno de
mañana, enterándose de su nueva situación de desempleados al no poder acceder al
recinto industrial tras pasar su tarjeta por el torno de la entrada; siendo
custodiados hasta la calle por los seguratas que impedían que los gritos de
protesta de los nuevos parados contagiaran a sus somnolientos compañeros que,
paralizados por el miedo al desempleo, giraban la cara y subían las escaleras
que les conducían al matadero de la línea de montaje.
La última manifestación a la que
he asistido —y asistiré— se produjo en el transcurso de la “letal epidemia” de
constipado asiático. Ni el ballet Bolshói de Moscú hubiera sido capaz de representar
una coreografía tan acompasada; a las inequívocas señales de los antidisturbios
de los Mossos d’Esquadra le siguieron los precisos movimientos de violencia
callejera gratuita de un conjunto de manifestantes con la cara tapada (policías
de la secreta o confidentes) que tiraron petardos y piedras con tan mala
puntería que no llegaron a impactar contra los agentes uniformados. Esta performance sirvió de excusa a los
policías que, armados hasta los dientes, emprendieran una carga violenta contra
el resto de manifestantes, los que no tirábamos piedras, los mismos que
intentábamos salir de esa ratonera llamada Plaça
de Sant Jaume que tenía las salidas taponadas por las lecheras de los Mossos y donde, qué casualidad, residen
los poderes autonómico y municipal en Barcelona[7].
Unas instituciones que, por cierto, nunca escucharon nuestra voz de protesta y
continuaron implementando la demente dictadura sanitaria en curso.
A las manifestaciones, igual que
a una entrevista de trabajo, igual que a la oficina del director de una entidad
bancaria, igual que al comedor social de Cáritas
se va a mendigar, lo que resulta en dependencia, sumisión y pérdida de
dignidad. Llorar para que te den es suplicar por unas cadenas y reconocer la
autoridad del que tiene poder. Algunos antropólogos consideran que el origen de
las jefaturas se encuentra en las sociedades que reconocieron a un «gran hombre»,
un listillo que, a base de trabajo o persuasión, conseguía acaparar un mayor
número de bienes de consumo que luego compartía “generosamente” con un
populacho agradecido en el transcurso de grandes banquetes que él mismo
organizaba y en los que conseguía ser reconocido como máxima autoridad de su comunidad,
entre aplausos y vítores[8].
Después de un tiempo recibiendo
comida gratis, el animal de granja, cebado y domesticado, ha mordido el anzuelo
y baja la guardia; dependiente e indefenso, no entiende porqué su depredador,
el antaño benefactor, se abalanza sobre él con aviesas intenciones. La presa,
incauta, deja de ser un objeto consumidor
para convertirse en objeto de consumo.
Al votante, siempre engañado, solo le queda suplicar por sus “derechos”, exigir
que se apliquen las leyes, añorar los tiempos en los que el estado de bienestar
era generoso y en los que la policía se presentaba ante él con una sonrisa en
los labios dispuesta a ayudarle a cruzar el paso de peatones. Cuando la riqueza
escasea y el gran hombre está afectado
por la senilidad y la decadencia, como ocurre con los actuales Estados
europeos, sus electores tienen que competir por las migajas y arrastrarse como
gusanos pidiendo una mejora salarial, un puesto de trabajo, una paguita o un
“derecho inalienable” que el mismo que nos lo concedió, por los siglos de los
siglos, nos ha arrebatado.
En los últimos lustros, las
manifestaciones han sido cada vez más multitudinarias, en tanto que las
convocan unos poderes recrecidos que se valen de la cada vez mayor influencia
de los medios de comunicación de masas y las redes sociales. El rebaño crece en
número y obediencia. Que la mayor parte de la población viva en ciudades no
hace más que mejorar los datos de asistencia a esas movilizaciones que se dicen
“populares” pero son en verdad «populacheras», en tanto que están orquestadas
por minorías de poder que usan a las masas para conseguir sus objetivos
estratégicos o enfrentarse a otros grupos de poder de las oligarquías
estatales. Que el éxito o la legitimidad de una protesta se mida por el número
de zombis que agitan una bandera es una falacia ad populum, fiel reflejo de una sociedad de mala calidad.
En su obra más conocida, La rebelión de las masas (1929), José
Ortega y Gasset define al «hombre-masa» y le señala como responsable del auge
de los nefandos totalitarismos del siglo pasado, fascismo, bolchevismo y
nacional-socialismo. Los hombres-masa
son un marasmo de «individuos sin calidad», sin criterio, sin libertad
interior, aquejados de un «yo vacío» que, guiados por aquellos que les prometen
una vida cómoda o mejor, se convierten en «muchedumbre» usada como arma
arrojadiza con el objetivo de desgastar o deponer gobiernos. Ortega, burgués,
alto funcionario del Estado español y colaborador de la infausta Segunda República
primero, y de la ominosa dictadura franquista después, tenía miedo de que estas
masas, tan útiles a los objetivos estratégicos del Estado para el que trabajaba,
escaparan al control de las minorías que las teledirigen desde los foros de la
prensa escrita y la radiodifusión (hoy, la televisión e Internet) y
protagonizaran una verdadera revolución[9].
El temor que mostraron intelectuales del poder como Ortega y Gasset y Miguel de
Unamuno a que se produjera una “rebelión de las masas” era del todo infundado,
como podemos atestiguar un siglo después. Al carecer de calidad moral,
intelectual y espiritual, las acciones de los manifestantes que gritan a coro
lemas y consignas elaboradas por otros solo puede desembocar en el
establecimiento de regímenes brutales que, con un discurso populista que
promete igualdad, grandeza o abundancia, persiguen la libertad individual y el
pensamiento libre.
Hemos visto manifestaciones de
millones de catalanes reclamando algo tan poco revolucionario como es un Estado,
uno propio, pero hecho a imagen y semejanza del «Estado opresor», solo con la
intención de tapar el escándalo de corrupción de Pujol y sus secuaces. Al mismo
tiempo, vimos manifestaciones de catalanes españolistas gritando vivas a la
Guardia Civil, el cuerpo policial más homicida de la historia de España. Hemos
visto infantiloides manifestaciones a favor de la religión del cambio
climático, grotescas astracanadas del “orgullo gay”, odiosas concentraciones
androfóbicas de colectivos feministas y ruidosos aplausos balconeros dirigidos a
los integrantes de un sistema sanitario que colaboraba activamente en el
establecimiento de una dictadura de influencia china en la que se abolieron los
derechos de asociación y circulación, al tiempo que se forzaba a la población,
niños y embarazadas incluidos, a inocularse un veneno experimental de
consecuencias imprevisibles. Hemos visto revoluciones de colores en Ucrania que
han precedido a una terrible guerra imperialista en la que están muriendo
cientos de miles de personas. Hemos visto manifestaciones pacifistas (¡No a la guerra!) programadas por un
partido político que nos metió en la O.T.A.N., el ejército más criminal de la
historia de la humanidad. Y en las últimas semanas, hemos visto manifestaciones
de protesta contra un infame gobierno de izquierdas, protagonizadas por votantes
de la derecha que aspiran a ser sometidos a la voluntad de otro gobierno que
será igualmente infame.
Podríamos pensar que, como las
sociedades europeas y el ser humano actual, los manifestantes han ido degenerado
con el paso del tiempo. Pero las concentraciones de protesta siempre han tenido
esta naturaleza, desde sus inicios. Relata Charles Tilly en Contentious Performances (2008) que las
primeras manifestaciones nacieron entre los siglos dieciocho y diecinueve,
cuando los primeros medios de comunicación imponían su opinión a las masas y las
revoluciones liberales acrecentaban el poder de los Estados a costa de la
pérdida de la soberanía de los pueblos europeos. El pueblo había dejado de ser
«pueblo», al perder su cultura y mismidad, para convertirse en un «populacho» patriótico
que, de manera más o menos crítica, se sumaba al proyecto ideológico del estado
nación. La primera manifa de la
historia se orquestó en Inglaterra, en 1768, y su motivo fue el de apoyar a un
parlamentario burgués de discurso radical llamado John Wilkes, partidario de la
libertad de prensa (de la misma prensa que había convocado las protestas) y del
derecho más insustancial que se haya otorgado jamás, el sufragio universal. La
segunda gran manifestación de ese país, en 1816, reunió a más de cien mil
veteranos de las guerras napoleónicas que exhibieron su patriotismo ante la
mirada del rey Jorge. La tercera manifestación de la historia británica, siempre
en base al estudio histórico de Tilly, provocó la llamada «Masacre de Peterloo»
de 1819, con cientos de muertos masacrados por el ejército, pobres diablos que
fallecieron reivindicando algo tan inerme como el derecho al voto, hoy
fundamental en el sostenimiento de los actuales regímenes políticos de
dominación. La cuarta gran manifestación de la historia del Reino Unido se
produjo en 1820 en favor de la «reina agraviada», Carolina de Brunswick.
Solo por imitación de este
modelo de movimiento de masas auspiciado por el Estado y apoyado en
festividades religiosas o conmemoraciones militares, los líderes sindicales de
los trabajadores industriales de Gran Bretaña comenzaron a organizar las
primeras manifestaciones obreras en la década de 1820. El interés de las
organizaciones sindicales centralizadas era canalizar el descontento de un
proletariado explotado que se había entregado al sabotaje, el ludismo y la
violencia contra los patrones. Vincent Robert[10]
asegura que esas concentraciones de protesta estaban fomentadas y toleradas por
los poderes estatales, al menos hasta la década de 1880, cuando se produjeron
masacres indiscriminadas como el Bloody
Sunday, el «Domingo sangriento»
de Londres del trece de noviembre de 1887. Tras estos episodios, las
organizaciones sindicales que convocaban los actos de protesta se cuidaban
mucho de reclamar solo aquello que las autoridades competentes estaban
dispuestas a reconocer, desde el derecho al voto a la reducción de la jornada
laboral. Ya en 1909, las protestas suscitadas por la ejecución del pedagogo
Francesc Ferrer i Guàrdia en Cataluña contaron con un servicio de orden interno
que evitó cualquier exceso o demanda inapropiada por parte de unos obreros
barceloneses todavía exaltados por la revuelta popular que habían protagonizado
unos días antes, la llamada «Semana Trágica» de Barcelona. La organización de esta
manifestación fue la manera que encontró el Estado español de encarrilar el
descontento popular de un pueblo que había emprendido un proceso revolucionario
y antimilitarista en verano de 1909.
La manifestación es una
herramienta útil para los que viven de su pertenencia a un sindicato, oenegé o
partido político. La manifestación es una forma de protesta reformista de
personas que aceptan el orden estatal y capitalista y aspiran a mejorarlo, así
que a consolidarlo y fortalecerlo. La manifestación es la manera que tienen las
autoridades de controlar la indignación popular antes de que derive en una
transformación social significativa. Como el trabajo asalariado, la
manifestación es una forma de dominación, en tanto que el operario no participa
de modo alguno en la organización, estrategia y orientación del acto de
protesta, sino que, alienado, se limita a repetir consignas, aguantar la
pancarta y desfilar sumisamente tras los pasos de sus líderes, solo a cambio de
una limosna. Desde el punto de vista de la estrategia miliciana, cualquier
manifestación es un contrasentido; los manifestantes, lejos de beneficiarse del
factor sorpresa y del conocimiento del terreno, convocan y publicitan el acto
con anticipación, acuden a la concentración desarmados y desprotegidos,
carentes de cualquier organización de combate, táctica y formación, y se
concentran en el centro de una ciudad, frente a la sede de poder de su supuesto
enemigo donde son -o pueden ser- acorralados, identificados, detenidos,
gaseados, aporreados, rociados con chorros de agua a presión o disparados con
diferentes tipos de munición. Acudir a una manifestación es como escribir una
carta a los Reyes Magos sabiendo que nos van a traer carbón.
¡No a las manifestaciones! ¡Hagamos
la revolución![11]
[1] Manifestación de la Diada del once de septiembre de 1979.
[2] El juez José María de la Mata Amaya,
titular del Juzgado Central de Instrucción número cinco, consideró en julio de
2020 que la familia Pujol Ferrusola conformaba una asociación ilícita y
criminal destinada al blanqueo de capitales, falsedad documental y fraude a la
Hacienda pública. Fuentes policiales estiman que el dinero sustraído de manera ilegítima
por la familia Pujol ronda los 500 millones de euros; el partido Ciudadanos estimó que el montante
ascendía a 2.500 millones; se sabe que la cuenta bancaria de los hermanos Pujol
Ferrusola en Suiza contaba con 137 millones de euros de dudosa procedencia. El Periódico (29-11-2017), La Sexta (15-10-2021) y Libertad Digital (3-8-2014).
[3] Además de mentir como una bellaca
asegurando que su familia vivía prácticamente en la indigencia «(mis hijos) van con una mano delante y otra detrás» o
«no tenemos ni un duro» [frases traducidas
del catalán], Marta Ferrusola también dejó numerosas sentencias de corte
racista dirigidas contra inmigrantes extranjeros o procedentes de otras zonas
de la península, como cuando criticó al expresidente de la Generalitat, José
Montilla, por no hablar bien el catalán y por haber nacido en Andalucía («me molesta mucho», confesó). Curiosas
declaraciones las de la primera dama, siendo toda la familia materna de Marta
Ferrusola originaria de Daroca (Aragón).
[4] Solo los 3.000 millones de euros del caso
de los ERE en la comunidad autónoma de Andalucía, un caso de corrupción
vinculado en esta ocasión al Partido Socialista, superaría el montante de
dinero apropiado indebidamente por el clan mafioso de los Pujol en Cataluña. Telecinco, 23-3-2023.
[5] Recuerdo que un compañero de trabajo de
la línea dos del taller ocho de Seat de
origen marroquí hacía frecuentemente un chiste con el nombre del sindicato
CC.OO. Mientras pronunciaba la palabra «Comisiones» con una sonrisa en la boca,
hacía un gesto con los dedos que simboliza «ganar dinero con avaricia».
[6] La famosa negociación sindical en el
hotel de las putas era vox populi durante
las conversaciones de la parada del bocadillo.
[7] Recomiendo la lectura de mi artículo Definición de las ratas publicado en la
revista Amor y Falcata (28/12/2020),
en el que resalto cuán absurdo y contraproducente resulta organizar una
manifestación en una plaza con pocas salidas que suele estar sitiada por los
antidisturbios de la policía.
https://amoryfalcata.wordpress.com/2020/12/28/definicion-de-las-ratas/
[8] Consultar la obra A Solomon Island Society: Kinship and Leadership Among the Sivai of
Bouganville (1955) de Douglas Oliver y el artículo Poor Man, Rich Man, Big Man, Chief: Political Types in Melanesia and
Polinesia (1963) del antropólogo norteamericano Marshall Sallins.
[9] No solo José Ortega y Gasset tenía miedo
de que las masas acabaran con el hobbesiano orden estatal. Otro intelectual
veleta contemporáneo de Ortega, Miguel de Unamuno, escribió: «Se conducen bien las aguas; pero cuando la
cañería se rompe, no hay manera de encauzarlas. Igual que ocurre con las masas,
es peligroso movilizarlas, porque nadie puede vaticinar adónde llegarán en
definitiva». Referenciado en la obra En
el torbellino, Unamuno en la Guerra Civil (2018) de C. Rabaté y J.C.
Rabaté.
[10] Les
chemins de la manifestation (1848-1914) de Vicent Robert (1996).
[11] En los próximos días se publicarán las Bases para una Revolución Integral donde
se concreta el ideario y naturaleza transformadora del Movimiento por la
Revolución Integral del que participo.
"¿Criticar o construir?" Editorial de la revista "Virtud y Revolución", nº4, julio de 2023
CRITICAR
O CONSTRUIR?
PARTICIPA
EN EL 7º ENCUENTRO POR LA REVOLUCIÓN INTEGRAL
La ideología dominante nos
empuja a ser críticos, y muchos creen que esa actitud es una virtud propia de
seres inconformistas que desean transformar la sociedad. En realidad, el
criticismo es una cárcel de amargura, una espina que clavamos a las personas
que conviven con nosotros y una trampa tendida para que nada cambie, para que
aceptemos con resignación que no se puede
hacer nada.
Por un lado, está la obsesión
por la defensa de “nuestros” “derechos”, un estado inducido de paranoia que nos
invita a vivir a la defensiva, en alerta por si alguien se atreve a
vulnerarlos. Políticos y sindicalistas nos han regalado los oídos con su verborrea
de los derechos hasta el punto de hacernos creer que somos como el niño actor
de la factoría Disney, esa celebridad
lejana, narcisista, más allá del bien y
del mal, reluciente como una estrella que da por sentado que el resto de
seres humanos tienen que profesarle veneración, al tiempo que se siente
liberado de cualquier obligación con sus iguales. El ciudadano derechohabiente
es un ídolo sin más mérito que el haber nacido, no con un pan debajo del brazo
como antaño, sino con cientos de derechos innatos concedidos por las leyes del
Estado; unos derechos que han convertido al ciudadano medio en el famoso que
escupe a sus fans desde la ventana y destroza la habitación del hotel en la que
acabará drogado y sodomizado por los accionistas de la multinacional para la
que trabaja. Y es que la religión de los
derechos permite contemplar cómo los mismos que coartan tu libertad,
secuestran tus horas, vampirizan tu energía, se apropian de la riqueza que has
generado con tu trabajo, manipulan tu pensamiento y programan tu biopolítica se
erigen como los héroes que salvaguardan tus inalienables derechos, al tiempo
que te enfrentan con tu pareja, con tu familia, con tus compañeros de trabajo y
con tus vecinos. Los derechos son un regalo envenenado que, ni merecemos ni nos
hacen bien alguno.
Por otro lado, está la
influencia de la psicología académica y de los espiritualismos del tipo New Age, que han convencido a muchos, y especialmente
a muchas, de que solo debemos tener tres amigas: Yo, mi Ego y mi Coño. Que el mundo se vaya a la mierda, que yo me
meto dentro de mi burbuja para masturbarme contemplando el Apocalipsis mientras
me deleito esnifando mi propio olor corporal. Y es que lo más importante de mi vida soy yo, mi vida soy yo, me tengo
que querer mucho a mí misma porque, si no me quiero yo, ¿quién me va a querer?
Lo primero, yo; lo segundo, yo; y lo tercero; y lo cuarto... Y así hasta que me
muera. Sola. O solo. Meditando mi introspección, relajando mi soma y buscando
mi felicidad hasta darme cuenta de que soy increíblemente infeliz, sin saber
que la felicidad no es más que aprender a valorar y cultivar la buena relación
con los demás, sin llegar a despreciarlos por no saber hacernos felices.
Otro losa que nos aplasta por el
peso del criticismo es la democratización de lo que no nos incumbe, meter la
cuchara en el plato de otro comensal para acabar escupiendo la sopa maldiciendo
al cocinero, y eso que nadie nos había invitado a comer. Nos creemos con
derecho a cuestionarlo todo. Los
políticos son unos ineptos, mi jefe es un hijo de puta, Abascal es un facha,
Irene Montero una vividora y Bill Gates un genocida.
-¡Dime
algo que no sepa!-
-Conducir-,
prosigue el chiste.
Porque la tragedia del criticismo
se debe a que no suele disparar sus flechas a las alturas del poder y acaba por
apuntar a la gente que nos rodea. Mi
compañera de trabajo es una inútil y mi vecina una furcia; mi cuñado es un
enterado y mi marido no me da lo que yo necesito, aunque ninguno de los dos
sepamos qué es lo que yo “necesito”. Me
voy a hacer youtuber para dar
lecciones de lo que no tengo ni idea, voy a escribir un libro aunque llevo años
sin leer ninguno y le voy a decir a la profesora de mi hijo cómo tiene que
corregir los exámenes, al tiempo que no voy a cuestionar el sistema educativo
estatal porque la culpa de todo solo la puede tener la profe que lo ha
suspendido. ¡Cómo se atreve! Tan nocivo es seguir a pies juntillas el
dictado de los expertos como poner continuamente en entredicho a nuestros
semejantes con un ataque demencial y nietzscheano. Mientras se ha democratizado
la crítica destructiva contra los seres humanos, la mayoría de las decisiones
que afectan gravemente a nuestras vidas las toman instituciones bien
organizadas y a las que nadie cuestiona, porque solo tenemos ojos para odiar a
nuestra pareja o al fulano de turno. Parece que nadie se quiere dar cuenta de
que cuando el presidente no gane las elecciones o se muera el psicópata de las
vacunas habrá otros muchos indeseables ávidos de poder que estarán dispuestos a
hacer lo que sea para ocupar el trono vacante.
Ya va siendo hora de ponernos
manos a la obra. Seamos constructores, no críticos. Construyamos una sociedad
que no tenga reyes corruptos, políticos incompetentes y jefes malnacidos,
porque seremos nuestros propios jefes, participaremos de todas las decisiones
que nos afectan al formar parte de un sistema de democracia real y seremos tan
responsables del devenir de nuestra sociedad, como de nuestras propias vidas.
Ya no tienes excusa. Deja de
rajar, no seas cansino. Tu madre ya está hasta las narices de que te pases la
cena ladrándole a la tele, insultando a un político que no te está escuchando. No
votes: sabes perfectamente que con tu voto estás legitimando la tiranía que
tanto cuestionas. Deja de mirar a los obreros y de explicarle al otro jubilado
cómo se tienen que colocar los ladrillos. El amor se demuestra en actos. Madruga.
Arremángate la camisa. Pasa a la acción. Y participa este verano en el séptimo
encuentro por la Revolución Integral que se celebrará en Santa Maria de Meià
(Lleida) los días 25, 26 y 27 de agosto. Los escritores de Virtud y Revolución trabajaremos contigo, codo con codo.
"Hablemos con propiedad del problema que nos okupa". Artículo de "Virtud y Revolución", nº3, junio de 2023
HABLEMOS
CON PROPIEDAD DEL PROBLEMA QUE NOS OKUPA
PASADO
Con veintimuchos años me tocó
por sorteo la adjudicación de un piso de protección oficial. Mi familia me
felicitaba, como si yo hubiera sido el héroe de una gran hazaña, como si me
hubiera tocado la Primitiva. Tal vez porque en la triste década de los años
2000, la época de la llegada masiva de inmigrantes extranjeros, el divorcio
como forma de matrimonio, el consumo de cocaína, las vacaciones low cost en avión, las tetas de
silicona, Operación Triunfo y Gran Hermano, el precio de la vivienda
se convirtió en un producto de lujo. El acceso a una vida bajo techo pasó de
ser la excusa del tándem Estado-capitalismo para esclavizar hasta la muerte a
la gente de clase trabajadora con la firma de una hipoteca, a ser un privilegio
de funcionarios del Estado, directivos de la gran empresa e hijos de papá, los
únicos que se podían permitir el lujo de no vivir con sus padres hasta la
senectud.
El proceso burocrático se alargó
tanto que explotó la burbuja inmobiliaria y solo seis o siete parejas tuvimos
la bula de la caja de ahorros y el préstamo concedido, quedando excluidos el
resto de “afortunados” en el sorteo, sin acceso a una vivienda VPO, a esa a la
que tenían “derecho” porque lo dice la Constitución y lo decía el presidente
Zapatero, pero que seguirían viviendo en casa de sus padres por la sencilla
razón de ser pobres y haberse quedado en el paro por la crisis de 2008. Así que
la mayoría de los pisos de “la Torre de Pirineos”, como era conocida la
promoción inmobiliaria de la corruptísima empresa municipal sociata Gramepark[1],
quedaron deshabitados y a mí me tocó, también por sorteo, ser el presidente de
la nueva comunidad. ¡La suerte me sonreía!, pensaba yo mientras subía las
escaleras del edificio porque, como casi siempre, los ascensores estaban
estropeados a causa del vandalismo de los niños de la simpática familia
musulmana que vivía en el 5º 4º.
Nunca entendí muy bien por qué
tenía que estar agradecido por tener que pagar, mensualmente y durante 25 años,
un montante de 209.000 euros más un tipo de interés variable y escandaloso para
vivir en un cuarto piso construido con materiales de ínfima calidad, mal
aislado del frío y del calor, peor insonorizado, con unas muy ecológicas placas
solares que nunca funcionaron y en el barrio más ventoso y triste de Santa
Coloma de Gramenet, al lado del Parque del Motocross. Cuando salía al balcón,
me deleitaba con las maravillosas vistas: al otro lado de la calle se podía ver
un edificio repleto de pisos patera en
los que vivían decenas de pakis que
hablaban constantemente a través del teléfono móvil y se acariciaban los pies.
Salía a la calle a comprar el pan, a subir y bajar cuestas, a respirar el aire
de los tubos de escape, a sortear los autobuses amarillos, a cambiar de acera
para no pasar justo al lado de los gitanos que trapicheaban y ponían a todo
volumen el hilo musical del barrio del Raval de Santa Rosa, y volvía a casa con
una barra de pan descongelado comprada en un badulaque, un producto más tóxico
que una lechuga de Chernobyl, pero es que no había otro tipo de comercios en el
barrio. En mi bloque se vendía droga y en un 7º piso había un taller chino de
confección que trabajaba en régimen 24/7. En la azotea, unos niñatos hacían
botellón y apedreaban las placas solares para después hacer pintadas y cagarse
en los ascensores. Los cuatro hijos de mi queridísimo y muy religioso vecino de
arriba se pasaban las noches correteando por el piso con zuecos de madera.
Mientras los hijos y los nietos
de los obreros que llevaban décadas cotizando a la seguridad social, pagando
impuestos, respetando las leyes y votando en las elecciones municipales al
Partido Socialista se quedaban sin su pisito en la calle Pirineos, el bloque se
llenaba de okupas, hijos y nietos de gente que nunca había trabajado ni pagado
impuestos, que no cumplían las leyes ni tampoco se habían molestado en acudir a
los colegios electorales a ejercer su “derecho al voto”. El Ayuntamiento
reaccionó, y para que no fuesen okupados los pocos pisos que todavía estaban
vacíos, rellenaron la promoción con indeseables de todo tipo, una cuidadosa
selección de lo peor de cada región de África, Asia y Europa, gente a la que le
dieron el mismo piso que a mí, pero sin tener que pagarlo. Okupas, clientes de
la sopa boba y pringados pagalotodo constituíamos los tres colectivos que convivían
en un edificio forrado de placas de colorines, para que todos los transeúntes
supieran que los que allí vivíamos portábamos el estigma de la marginalidad.
PRESENTE
La crisis económica de 2008
provocó las tibias protestas del 15-M, y éstas, para evitar males mayores,
comportaron el nacimiento de una nueva izquierda, “radical y revolucionaria”,
que prometió acabar con la casta y canalizó hacia las urnas toda la mala hostia
que afloraba de los poros de todos aquellos que soñaban con seguir trabajando duro
para quemar sus vidas fumando hachís marroquí, conduciendo un BMW Serie 1 y llevando a sus hijos a Eurodisney. Pero los podemitas llegaron
al gobierno y se convirtieron en casta. ¡Quién lo hubiera imaginado! De la
sobredosis de cocaína que esperaban conseguir, los votantes de la izquierda
solo han recibido una sobredosis de feminismo, ecologismo de postureo, bancos
pintados con los colores del arcoíris, manadas de violadores, Netflix, más tecnología, más soledad, más
mascotas y menos niños, trabajos que son un infierno y un trauma colectivo en
forma de dictadura sanitaria.
De las asambleas del 15-M hemos
pasado a un tipo de protesta que se limita a intercambiar memes en las redes
sociales o, en su defecto, atiborrarse de psicofármacos con receta y/o
suicidarse, porque cada vez menos personas soportan esta vida de mierda. Pero,
por si acaso, el mismo Estado que fabricó Podemos ha diseñado Vox, partido que
es tendencia en la primavera-verano de 2023. Las modas siempre vuelven, desde
los pantalones con pata de elefante hasta el fascismo rancio de toda la vida,
el fascismo de derechas. Y como repetir el golpe de Estado del 36 ha quedado
más obsoleto que el respeto y los valores, los medios de comunicación se
inventan polémicas de laboratorio que crispan, dividen, polarizan y embaucan a
los ciudadanos para que muerdan alguno de los anzuelos en forma de partido
político, siendo ahora el gusano más picante el de la formación de Abascal. Y
la polémica estrella de las elecciones de 2023 ha sido, sin duda, el problema de la okupación.
Vox promete defender el “derecho
de propiedad”, pero este derecho nunca ha existido en las sociedades
capitalistas. Fue el Estado el que creó la burguesía, una clase social
caracterizada por ser terrateniente o propietaria de los medios de producción. La
burguesía capitalista nació como consecuencia de las revoluciones liberales
protagonizadas por el ejército. El crecimiento del Estado requería de altos funcionarios,
industriales, grandes empresarios, banqueros, notarios, abogados, ingenieros, procuradores,
arquitectos, peritos, médicos y catedráticos; el Estado expropió por la fuerza
de las leyes y las armas los bienes comunales a las clases populares mediante
los procesos de desamortización, los puso a la venta por subasta y estos bienes
acabaron concentrados en pocas manos. ¿El capitalismo defiende la propiedad
privada? No. Más bien se basa en la expropiación de la propiedad de las gentes para
configurar una clase de grandes propietarios, siendo el Estado el primero de
todos ellos.
Un Estado que cobra el Impuesto sobre Bienes Inmuebles (IBI)
vulnera el supuesto “derecho de propiedad”. Un Estado que cobra el Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones
vulnera el supuesto “derecho de propiedad”. Un Estado que cobra la plusvalía municipal por vender un inmueble
vulnera el supuesto “derecho de propiedad”, sin olvidar la declaración de la renta o los imaginativos impuestos sobre
“movilidad” o “basuras”. ¿Acaso Vox piensa suprimir estas tasas? En absoluto:
su presupuesto y éxito electoral dependen de la recaudación de impuestos.
Unos cuantos pisos de la Torre
de Pirineos estaban asignados a vecinos a los que el Ayuntamiento había
decidido tirar sus casas, expropiar los terrenos, apropiárselos y construir
edificios VPO para obtener ingresos legales, y también ilegales, a través de la
pantagruélica corrupción urbanística del Partit dels Socialistes de Catalunya[2].
Estos vecinos tuvieron que cambiar de barrio y fueron “recompensados” con un
precio de expropiación muy inferior al del coste de adquisición de la nueva
vivienda, así que tuvieron que hipotecarse para pagar la diferencia -siendo
todos ellos mayores de 55 años de edad- o renunciar a su “derecho de propiedad”
para vivir en régimen de alquiler social.
¿Piensa Vox anular este tipo de expropiaciones? Ya conocen la respuesta.
Los “propietarios” no pueden
desarrollar actividades económicas autosuficientes en su inmueble si no les
conceden los costosos y laberínticos permisos burocráticos. No se puede
edificar, tener animales, elaborar alimentos, gestionar el arbolado, extraer
aguas subterráneas, generar energía, fabricar productos, alojar huéspedes o
realizar cualquier otra actividad económica sin el correspondiente beneplácito
y fiscalización del Leviatán. Los “propietarios” tienen que pagar elevadas
tasas por hacer obras y reformas en su propia casa. ¿Es esto “propiedad privada”?
¿Piensa Vox instaurar de una vez por todas el “derecho de propiedad”? En
absoluto, pues este “derecho” nunca ha existido en la “sociedad de los derechos”,
la capitalista, y porque los Estados los otorgan, los regalan y presumen de
ellos, pero rara vez los contribuyentes se benefician de sus inalienables “derechos”.
Vox está siendo el primer
beneficiado del problema de la okupación,
un problema que alienta el mismo Estado que ha creado e impulsado este partido
de ultraderecha. Mientras la izquierda de los años 90 coreaba consignas a favor
de la okupación como símbolo de lucha anticapitalista, la mayor parte de la
okupación, lejos de ser anticapitalista, es una forma más de capitalismo. Como
presidente de la comunidad tuve una entrevista surrealista con un patriarca
gitano que negoció conmigo las condiciones del negocio que este hombre y su
familia estaban emprendiendo: tener el monopolio del alquiler de los pisos y
plazas de parking que estaban okupando en la Torre de Pirineos, así como la
exclusividad de la venta de droga en esas viviendas. A cambio, le pedí que los
inquilinos fuesen buenos vecinos, que no hicieran ruido por las noches, no
destrozaran las instalaciones comunes y no robaran ni agredieran a sus nuevos
vecinos. El patriarca intentó cumplir con su palabra, siendo relativamente
eficaz en su cometido.
Porque es este, y no otro, el gran
problema de la okupación: que los únicos perjudicados son las personas de las
clases populares, no los grandes propietarios, ni mucho menos el Estado, que se
limita a enviar a jóvenes con “aspecto alternativo” en categoría de trabajadores sociales que realizan
mediaciones entre vecinos afectados y okupas, como si el vecino que paga,
trabaja y no molesta a nadie esté en igualdad de condiciones que el que no paga,
no trabaja y hace la vida imposible a sus vecinos. La única vez que llamé a la
policía fue una noche de tantas en la que los vecinos de arriba no me dejaban
dormir y se negaron a escuchar mis justas razones, pero la policía no vino
porque nunca acudía cuando la llamada provenía de una de las viviendas de la Torre
de Pirineos.
FUTURO
Para solucionar el problema de la okupación, Vox promete
más policía, esa que no acudía a las llamadas de los vecinos de mi bloque, y
que en comisaría aseguraba “no poder hacer nada”, “tener las manos atadas” o
recomendaba “llamar a una empresa de desokupación”. Vox propone que el
Estado sea la solución de un problema que el mismo Estado genera y es incapaz
de resolver.
Uno de los principales activos
en la campaña electoral del partido de color verde es la propaganda que le está
brindando la empresa Desokupa, un
grupo de seguratas de discoteca y matones con cabeza rapada que se han
autoerigido como “defensores del pueblo”, sin que el pueblo se lo haya
solicitado. Pagar para que una empresa expulse de tu casa a los que te la han
arrebatado no parece una solución sensata ni inteligente, pues solo puede
servir para que más indeseables se atrevan a okupar viviendas para recibir el
dinero que se reparten a pachas con la empresa intermediaria, otra de las
grandes beneficiadas del problema que aseguran combatir.
Pero la cobardía, la soledad y
la destrucción de los vínculos familiares y de vecindad impiden que los
afectados por la okupación puedan resolver el problema por sí mismos, así que
tienen que recurrir a la “justicia” del Estado, y como ésta defiende siempre
los intereses de aquellos que carecen de valores y dinamitan la convivencia, no
tienen más remedio que pagar y confiar en los musculados empleados de Desokupa, los camisas pardas del siglo XXI. Mientras tanto, los medios de
comunicación se cuidan mucho de ocultar los casos en los que los vecinos de una
barriada han trabajado conjuntamente para organizarse, coger las armas, establecer
una estrategia y expulsar a los okupas que le hacían la vida imposible a los
miembros de su comunidad. Aunque moleste a bienpensados y pacifistas, la
autodefensa comunitaria es el único camino, el camino que la comunidad de
Pirineos no se atrevió a tomar por falta de atrevimiento y cohesión vecinal.
No pocos hippies y seguidores de la Nueva Era creen que el suelo que pisamos
no debe pertenecer a nadie, es la Pachamama, la madre naturaleza; los seres
humanos –aseguran- somos una especie depredadora, alimañas que deberíamos
desaparecer por el bien del planeta que nos acoge y nos colma con sus dones.
Este argumento chupiguay, qué
casualidad, no hace más que legitimar que los Estados y sus grandes
propietarios acumulen, año tras año, casi todos los medios de producción y se
los arrebaten a sus legítimos propietarios, las comunidades populares. La
tierra no debe ser una reserva natural, vaciada de pobladores humanos; la
tierra no tiene que ser “salvada” ni “protegida” por aquellos que la están
esquilmando (Estados y gran empresa). La tierra debe ser propiedad de las
comunidades humanas que la habitan para que gestionen sus recursos mediante un
régimen político de democracia directa por asambleas, el único que puede
impedir los abusos del Estado, la concentración de propiedad capitalista y la
destrucción del medio ambiente.
Debemos recuperar el comunal que
nos arrebató el Estado. Y el comunal, no se nos olvide, es una forma de
propiedad. Los bosques, los pastos, las aguas, las tierras de labor, los
alimentos que da la tierra, el viento y el sol, deben ser propiedad exclusiva
de los habitantes que pueblan cada territorio y gestionan colectivamente el
aprovechamiento de esos recursos. Al mismo tiempo, la libertad individual solo
se puede ejercer si todos tenemos una casa que sea nuestra, un huerto y unos
bienes personales. La propiedad comunal debe convivir con la propiedad
familiar.
Que no se nos olvide: la
propiedad no es un derecho otorgado por el Estado sino que es el instrumento de
nuestra libertad y de nuestro bienestar. Debemos proteger nuestra propiedad
-tanto la comunal, como la familiar- por todos los medios que sean necesarios,
gestionarla de manera eficiente y sostenible, mantenerla en buen estado
mediante el trabajo y legársela con orgullo a nuestros descendientes. Defenderemos
nuestra casa frente a militares, policías, ladrones, okupas, políticos,
banqueros, trabajadores de los servicios sociales y frente a todos aquellos que
pretendan arrebatarnos nuestras propiedades y nuestras libertades.
ANTONIO HIDALGO DIEGO
Defenderé
la casa de mi padre. / Contra los lobos, contra la sequía, contra la usura,
contra la justicia, / defenderé la casa
de mi padre. / Perderé los ganados, los huertos, los pinares; / perderé los
intereses, las rentas, los dividendos, / pero defenderé la casa de mi padre. / Me
quitarán las armas / y con las manos defenderé la casa de mi padre; / me
cortarán las manos / y con los brazos defenderé la casa de mi padre; / me
dejarán sin brazos, sin hombros y sin pechos, / y con el alma defenderé la casa
de mi padre. / Me moriré, se perderá mi alma, se perderá mi prole, / pero la
casa de mi padre seguirá en pie.
Poema -traducido del euskera- de
Gabriel Aresti.
[1] Gramepark,
en el epicentro de la trama de Santa Coloma, está al borde (de la) quiebra con
(un) agujero (de) 85 millones (Cinco Días, 31/10/2019).
[2] Condenados
los 11 acusados por el ‘Caso Pretoria’ de corrupción urbanística en Barcelona (El
País, 2/7/2018). Que en las elecciones municipales del 28 de mayo haya vuelta a
arrasar electoralmente el PSC en ciudades del extrarradio de Barcelona donde
los gobiernos de izquierda tienen a los barrios obreros en situación de total
abandono, como Santa Coloma de Gramenet o L’Hospitalet de Llobregat (donde
gobierna desde hace 15 años la investigada Núria Marín) revela que, o la
mayoría de los votantes son inmunes a la pésima gestión y la corrupción más
flagrante, o que los socialistas tiene la victoria casi asegurada gracias a las
redes clientelares que con tanto esmero han tejido desde hace décadas, y por
las que buena parte de los votantes tiene su sueldo secuestrado por antojo del
gobierno municipal.
"La historia universal y nuestra historia". Artículo inspirado por Félix Rodrigo Mora y publicado en "Virtud y Revolución". Texto madre del que aparecerá en las "Bases para la Revolución Integral"
LA
HISTORIA UNIVERSAL Y NUESTRA HISTORIA
Félix Rodrigo Mora y Antonio Hidalgo Diego
Recuperar
la historia
En la actualidad, la inmensa mayoría de
los individuos lo ignoran todo, o casi todo de su historia. El estudio y
difusión del conocimiento histórico está reservado a profesores funcionarios e
intelectuales a sueldo del poder, por lo que el conocimiento que existe del
pasado ha sido tergiversado con el fin de ocultar aspectos esenciales que
podrían servirnos de inspiración revolucionaria; también para exagerar los
logros y capacidades de los poderes establecidos y frenar cualquier atisbo de
enfrentamiento contra sus instituciones; o, simplemente, para difundir mentiras
sobre no pocos aspectos de nuestro devenir histórico.
Toda investigación histórica debe estar
basada en la verdad y no inscribirse a ningún proyecto político. El análisis de
los hechos del pasado debe ser crítico con el papel histórico de las
instituciones y personas de poder, pero también con las actuaciones de las
clases populares a lo largo de la historia.
Un pueblo sin historia es un pueblo sin
raíces, sin identidad. Una sociedad no puede estar conformada por objetos que
no saben de dónde vienen o cuál es su naturaleza; una sociedad no es humana si
sus individuos desconocen cuáles son sus valores, sus fortalezas, sus dichas,
sus tropiezos, sus peligros, sus puntos débiles y su responsabilidad para
construir el futuro. Las personas sin historia son hojas arrastradas por el
viento de los acontecimientos.
Debemos recuperar la historia para que
nos insufle fuerzas y optimismo, y también para no repetir los errores que nos
han llevado hasta esta situación de ausencia de libertades, aculturación y
pérdida de la esencia humana. Debemos conocer nuestra historia para dirigir el
rumbo de los acontecimientos y construir el futuro.
Nos oponemos a la aciaga teoría del
progreso que nos ha sido inculcada, esa que asegura que la humanidad camina de
forma determinista hacia un futuro mejor; esa que dice que la historia
“evoluciona”, que cualquier tiempo pasado fue peor y que el futuro será de
dicha y esperanza si confiamos ciegamente en nuestros líderes, en los sabios y
los expertos, en la ciencia y la tecnología, o en la religión; todo será mejor,
siempre y cuando nos mantengamos al margen de los acontecimientos que marcan
nuestras vidas. Ahora sabemos que no es así, que lo único que ha evolucionado
en los últimos siglos, en las últimas décadas, ha sido la voluntad de poder,
las técnicas de dominación, la acumulación de riqueza y la pérdida de libertades.
La sociedad no mejora por sí misma,
pero podemos cambiar la historia si cada uno de nosotros se hace más virtuoso
y, en un esfuerzo colectivo, aprendemos a trabajar en la construcción de una
realidad mejor, más libre y humana. Los sujetos históricos no se preguntan: -¿Qué va a ser de nosotros?- sino que se
plantean: -¿Qué voy a hacer yo para
cambiar la historia?-. O hacemos historia, o la historia nos hace.
La historia oficial de los pueblos de
Iberia es pura propaganda y aleccionamiento al servicio de los intereses de la
burguesía estatal y nacionalista. ¿Por qué se falsifica la historia? Porque, como dijo Madame de Staël, «la libertad es antigua y el despotismo moderno». El sistema capitalista y el actual
régimen de dictadura parlamentaria ocultan su pérfida naturaleza falsificando
la historia que enseña el sistema educativo.
El
surgimiento del Estado en Iberia
Uno de los aspectos más silenciados y
peor abordados de nuestra historia es el de la caída del primer ente estatal de
Europa occidental, Tartessos, sociedad del sur de la Península ibérica con
diferenciación de clases sociales, trabajo esclavo, agricultura intensiva,
propiedad privada y poblamiento en ciudades. Tanto se celebra la historia de
Tartessos como se ignora que, por oposición a semejante engendro, emergió en el
centro peninsular la sociedad celtíbera. Los celtíberos fueron revolucionarios,
en tanto que consiguieron organizar una sociedad más libre y autosuficiente,
por lo que fue más duradera que su antagonista, la estatista Tartessos, desaparecida
en torno al 600 antes de nuestra era. Pero ninguna sociedad es eterna, y la
celtíbera también sucumbió, en su caso por no haber sabido hacer frente al
ímpetu imperialista cartaginés y romano.
Los historiadores mercenarios babean
cuando rememoran lo peor del legado romano: sus éxitos militares que
aniquilaron pueblos, culturas y libertades; sus grandes construcciones erigidas
con el trabajo de los esclavos y sufragadas con elevados impuestos; sus leyes
patriarcales, plutocráticas y liberticidas; sus diversiones degradantes y
deshumanizadoras; etc. A esos historiadores les maravilla la “civilización
romana”, pero pasan por alto la heroica defensa de su cultura y libertades que
hicieron los cántabros, los celtíberos en Numancia o los lusitanos de Viriato,
enfrentándose al ejército romano hasta la muerte, sin olvidar que los vascos
consiguieron mantener viva su lengua y cosmovisión ancestral.
La
Revolución bagauda vascona altomedieval
Los reinos germánicos supusieron la
continuación del estatismo romano. Si la caída del Imperio permitió el
nacimiento del Medievo, con su nueva mentalidad, fue a causa de la Revolución
altomedieval que iniciaron los bagaudas vascones en el norte de la Península
ibérica.
Pese a su derrota militar a manos de
los mercenarios godos en el siglo cinco, los bagaudas se retiraron a las
montañas del Pirineo para asentar un nuevo orden e ir expandiendo su
cosmovisión por toda Europa occidental. El éxito del modelo bagáudico pirenaico
permitió la adopción de su propuesta civilizatoria por parte de las gentes de
Iberia y las actuales Francia, Italia, Suiza y sur de Alemania; fue entre los
siglos diez y doce cuando nació la idea de Europa como entidad cultural
integral, conformada por pueblos diferentes, pero que comparten unos valores
comunes y unas instituciones económicas y políticas similares.
Estos fueron los componentes de la
sociedad altomedieval emergida en el norte de la Península ibérica: 1) el
trabajo libre sustituyó al trabajo de los esclavos; 2) la población se apropió
de los medios de producción –antes en pocas manos- para conformar una economía
comunal; 3) las ciudades se fueron despoblando, pues las gentes encontraron su
sustento en aldeas y pueblos; 4) se estableció un régimen de democracia directa
con asambleas organizadas desde la base, sin aparato estatal y con armamento
general del pueblo; 5) el derecho consuetudinario erradicó el derecho positivo
romano; 6) la agricultura perdió peso gracias al aumento del consumo de
silvestres; 7) la tecnología de dominación dio paso a una tecnología popular
orientada a facilitar el trabajo; 8) el común de los individuos poseía
conocimientos prácticos relacionados con la producción y consecución de
alimentos, la construcción de viviendas, el mantenimiento de la salud o la
elaboración artesanal de ropa, calzado, útiles y herramientas; 9) se instauró
la cosmovisión del amor y la ética sodalicia; 10) el individuo fue elevado a
categoría decisiva; 11) se erradicó el patriarcado romano; 12) el latín, la
lengua del Estado y de la Iglesia, fue relevada por las lenguas vernáculas; 13)
el trabajo productivo se convirtió en una obligación moral universal; 14) la
virtud cívica y la virtud personal ordenaban la vida del individuo; 15) aumentó
el número de habitantes, al superarse la decadente demografía de las urbes
romanas del Bajo Imperio; 16) la libertad se realizó con el establecimiento de
una auténtica democracia directa, nada que ver con el falso mito de la
“democracia” ateniense que excluía a mujeres, esclavos y metecos.
La Revolución bagauda no pudo ser una
transformación social tranquila y pacífica. Tras una cruenta guerra de trece
años contra las tropas romanas y sus mercenarios germánicos, los bagaudas
tuvieron que defender su sistema de valores y libertades con las armas en la
mano durante siglos. Tras la caída de Roma, se enfrentaron con éxito a los
visigodos; luego tuvieron que combatir al Imperio carolingio, al que derrotaron
con rotundidad en la Batalla de Orreaga/Roncesvalles; y también debieron frenar
los envites del imperialismo andalusí.
El éxito de los bagaudas vascones se
debió a la excelencia de sus componentes esenciales, pero también a su
fortaleza y épico sacrificio, razón por la que su proyecto transformador se
mantuvo durante un largo periodo. Otras formaciones revolucionarias de la
época, como los bagaudas galos y los donatistas o circunceliones del norte de
África, fueron exterminados.
El éxito de la sociedad bagauda vascona
atrajo hacia el norte a no pocos individuos de toda la Península que rechazaban
el modelo estatista de los godos. Los esclavos se liberaban, las ciudades eran
abandonadas, el Estado era incapaz de aplicar las leyes y de recaudar impuestos
suficientes y, ante el avance del impulso revolucionario, el Reino Visigodo de
Toledo no tuvo más remedio que pedir ayuda al imperialismo islámico asentado en
el norte de África en el año 711, conformándose al-Ándalus.
La lucha
contra el Islam
Al-Ándalus ha sido el ente estatal más
genocida, violento y liberticida de la historia de Iberia, lo que empujó a
muchos de sus habitantes a la rebelión. Los rebeldes de Samuel (Omar ibn
Hafsun) pusieron contra las cuerdas al Califato de Córdoba en el siglo diez,
liberando buena parte de Andalucía antes de ser derrotados. Ibn Hafsun es el
héroe del pueblo andaluz, pues se enfrentó con valentía al poder musulmán y
trató de implantar en el sur el modelo asambleario y libre del norte de la
Península.
La llamada “Reconquista” no fue una
guerra imperialista, ni tampoco una guerra santa, sino el enfrentamiento entre
dos modelos antagónicos. Los pueblos libres del norte representaban un orden
moral, económico y político superior al del Estado andalusí, derrotado por las
milicias concejiles navarras, castellanas, aragonesas y leonesas en la decisiva
Batalla de Simancas del año 939.
El
resurgimiento del orden estatal
Los éxitos de la Revolución
altomedieval comenzaron a revertir en el siglo once por la emergencia del orden
estatal. Los pueblos del norte habían permitido el nacimiento y posterior
fortalecimiento de los reinos de Asturias y Navarra, y la persistencia del
Imperio carolingio en Cataluña y Aragón a través del poder condal. Si bien los
pueblos continuaban autogobernándose al margen del Estado, consintieron un
sistema de doble poder con la presencia de reyes, nobles y clero, una élite de
escasa, aunque creciente autoridad.
Los reinos del norte serían los que,
poco a poco, irían suprimiendo el derecho consuetudinario de las gentes con la
reintroducción del derecho positivo del Estado, y esos mismos reinos pondrían
en peligro la economía comunal a causa de las privatizaciones alentadas por las
monarquías.
El renacimiento de los Estados se debe
atribuir al constante peligro que representaba al-Ándalus a través de sus
continuos ataques militares, razias de saqueo y captura de esclavas, que
impulsaron el establecimiento de jefaturas militares. Estos caudillos o
profesionales de la guerra acabaron perpetuándose, relegando a los adalides
elegidos anualmente por los vecinos de los concejos. La comodidad que suponía
desentenderse de las arduas tareas de autogobierno y autodefensa fue la otra
causa que podría explicar el crecimiento del Estado.
La gran crisis del siglo catorce hay
que entenderla como consecuencia de las profundas y nefastas transformaciones
que se estaban produciendo. La emisión habitual de moneda por parte del Estado en
el siglo trece daba cuenta del profundo cambio en las estructuras políticas,
económicas y de mentalidad que desembocaron la centuria siguiente en una grave
crisis demográfica a causa de las malas cosechas, las guerras y las epidemias.
Estas transformaciones provocaron
también una reacción popular fuerte, pero insuficiente. Las clases populares
emprendieron las revueltas de los payeses de remença en Cataluña, los comuneros de Castilla, los irmandiños de Galicia y los agermanats del País valenciano, pero
solo se sublevaron para mejorar su situación, sin pretender establecer un nuevo
orden revolucionario, así que no consiguieron impedir el constante
fortalecimiento del Estado en la época moderna.
Imperialismo
y clases populares
El crecimiento estatal permitió el
expansionismo de la corona de Castilla. No debe recaer sobre nosotros la culpa
de los desmanes que cometieron los conquistadores de América, en tanto que solo
una minoría de las gentes de la Península participó de esa aventura imperialista,
manteniéndose la mayoría del pueblo por completo al margen de la misma.
Tampoco es conveniente incurrir en el
mito del buen salvaje, pues en la América precolombina existían sociedades
violentas, esclavistas, patriarcales, imperialistas y caníbales, razón por la
que muchos americanos apoyaron a las tropas invasoras.
Otro argumento histórico que nos
previene del autoodio inducido por la historiografía institucional es el
ominoso comercio de esclavos negros. Ni las clases populares europeas se lucraron
con la trata, ni fueron europeos los que cazaban y secuestraban a personas
africanas para ser vendidas como mano de obra esclava en América; fueron reinos
e imperios de África los que cimentaron su poder en la venta de esclavos
africanos a América, sin olvidar que durante siglos los poderes islámicos del
norte de África y Oriente medio se lucraron con el comercio de esclavos del
África subsahariana.
También fueron musulmanes los piratas
berberiscos que asolaron las poblaciones costeras europeas del Mediterráneo
durante siglos para capturar a mujeres y niñas europeas, luego vendidas como
esclavas sexuales en los serrallos del mundo árabe.
Resistencia
popular a las reformas liberales
Mientras que buena parte de la
oligarquía del Estado español (ejército, monarquía, Iglesia, burguesía) alentó
o no supo frenar la entrada de las tropas francesas de Napoleón Bonaparte en
1808, las comunidades populares se organizaron para expulsar al ejército
invasor en una guerra de guerrillas. Frente a los “derechos” que el Estado
francés surgido de la Revolución francesa otorgaba a los ciudadanos, los
habitantes de la Península ibérica optaron por la defensa de la democracia
directa y del comunal, con las armas en la mano.
Europa se maravilló por la heroica
defensa de las libertades que realizaron los pueblos ibéricos al oponerse con
firmeza a las reformas liberales en el transcurso de las guerras napoleónicas y
de las numerosas revueltas y guerras civiles que se produjeron a lo largo del
siglo diecinueve y en la primera mitad del siglo pasado: tres guerras
carlistas, Revolución cantonal, Semana trágica de Barcelona, Crisis de 1917, el
mal llamado Trienio bolchevique, Guerra civil de 1936-1939, etc.
Los historiadores mercenarios bendicen
la Constitución de 1812 promulgada por las Cortes de Cádiz y “olvidan” que las
leyes liberales fueron elaboradas por un poder legislativo ilegítimo impuesto
tras la celebración de elecciones con sufragio censitario masculino o durante
los mandatos de los “espadones”, dictadores que alcanzaban el poder tras un
pronunciamiento militar o al ser nombrados a dedo por la reina o el monarca de
turno. Lejos de conceder libertades, la “Pepa” es la manifestación de un golpe
militar que fortaleció el poder del Estado acabando con el mandato imperativo
de las asambleas populares; constitución es sinónimo de dictadura parlamentaria
frente a democracia directa; es implantación del capitalismo y privatización de
los medios de producción frente a economía comunal; las siete constituciones de
la historia del Estado español han garantizado el aumento de los impuestos y el
funcionariado, el servicio militar obligatorio, el regreso del patriarcado y la
destrucción de los valores de la comunidad rural tradicional a través de la
escolarización obligatoria y la influencia de la prensa.
A cada revuelta, a cada guerra civil,
le siguió la consiguiente represión brutal del ejército y de las nuevas
policías liberales, como la execrable Guardia Civil creada en 1844 para
facilitar el expolio de los bienes comunales justo unos años antes de la
desamortización civil de Madoz, iniciada en 1855.
El Estado tuvo la habilidad y la
desfachatez de arrebatar las tierras del común a sus legítimos propietarios,
las clases populares, para ponerlas a la venta, incrementar el aparato estatal
con los beneficios, consolidar una burguesía agraria vinculada a las
instituciones de poder e hipotecar al campesinado que quiso conservar la
soberanía sobre sus bienes de producción.
El mito
de la República y la Guerra Civil
Otro mito histórico que hay que
desterrar es el de las bondades de la Segunda República española (1931-1939).
La monarquía borbónica había sido incapaz de implantar las reformas
capitalistas que el ejército y las oligarquías del Estado anhelaban, así que
éstas impulsaron una república que, lejos de conceder libertades, reprimió con
el fúsil máuser la revolución en marcha de las clases populares. Las matanzas
de la Guardia de Asalto republicana y de la Guardia Civil, fiel a la República,
como las de Yeste o Casas Viejas, entre otras muchas, no impidieron las
constantes protestas obreras, colectivizaciones agrarias y enfrentamientos
armados contra las fuerzas del orden y los funcionarios del Estado por parte de
un pueblo que anhelaba su pasado comunal. La Revolución de los mineros
asturianos de 1934 fue solventada con la sangrienta intervención del ejército.
En verano de 1936 la revolución era un
hecho y el Estado tuvo que frenarla con la llamada Guerra civil española. Lejos
de lo que defiende el mito tantas veces recreado por el cine y la literatura,
no existió un bando apoyado por el pueblo que luchó contra el fascismo, sino
dos ejércitos del Estado cuyo principal cometido fue el de reprimir a las
clases populares. Los fascistas de derecha masacraban a los hombres más valientes
de la mitad del Estado, mientras implantaban una dictadura basada en la
represión de las libertades, el capitalismo burgués y la represión sexual
impuesta por la Iglesia católica; en la otra mitad del territorio, los
fascistas de izquierda llegaron a enfrentarse con las armas del Estado
republicano a las milicias populares para hacer lo propio, reprimir las
libertades e instaurar un capitalismo de Estado que imitaba el modelo
soviético.
Franco ganó la guerra no solo por el
apoyo militar de Alemania e Italia, sino también por el rechazo de las clases
populares a los gobiernos republicanos y por el sacrificio de miles de soldados
marroquíes reclutados para la causa por el clero islámico.
Pese a la derrota del pueblo y el
triunfo del Estado, cientos de miles de personas arriesgaron sus vidas para
prestar apoyo logístico y dar alimento a los valerosos guerrilleros
antifranquistas del maquis entre 1939 y 1956. Pero el Estado triunfó, y la
consecuencia fue el brutal éxodo rural que acabó con la milenaria cultura
popular tradicional, con sus conocimientos, valores y filosofía de vida basadas
en la preeminencia de la libertad, el trabajo manual, la responsabilidad, la
buena vecindad, el servicio desinteresado y el respeto al medio natural.
La
dictadura franquista y su continuador, el Régimen de 1978
Más de seis millones de personas
tuvieron que emigrar a las ciudades en las décadas de 1960 y 1970 para
consagrarse al trabajo en la industria y los servicios, hacinándose en los
pisos-basura de los arrabales. Este proceso migratorio sirvió para herir de
muerte a las lenguas y manifestaciones culturales propias de los pueblos
sometidos al Estado español.
Poco a poco, la sociedad se fue
envileciendo por culpa del trabajo asalariado, la televisión, el alcohol y el
hedonismo. La implantación del Estado “de bienestar” por parte del Régimen
franquista, un Estado de bienestar aplaudido y defendido hoy por la “izquierda
antifranquista”, arrebató a individuos y comunidades el hábito de hacer las
cosas por sí mismos, dejándolas en manos de las ineficaces e inhumanas
instituciones del Estado español dependientes de los distintos ministerios.
Este proceso se aceleró con la muerte del dictador en 1975 y la implantación de
su continuador, el Régimen de 1978.
Y es así como hemos llegado a esta
situación de aniquilación de todo aquello que es humano. Pero la historia es
una lucha permanente entre la libertad y la tiranía. La crisis de 2008-2014
significa el inicio del declive de la petulante sociedad contemporánea que activará
la revolución popular integral. Son tiempos para el combate, y en él, mucho
habrá que padecer, comprometerse y arriesgar.
Texto
escrito por Antonio Hidalgo en base al análisis histórico de Félix Rodrigo
recogido en el Manual de la Revolución Integral, obra que será publicada en los próximos
meses. Un texto muy similar al que compartimos en Virtud y Revolución formará parte del Manifiesto de la
Revolución Integral que se difundirá esta
primavera. Los siglos referenciados se han escrito sin usar la numeración
romana para simbolizar nuestro rechazo a la romanización y su efecto devastador
de las milenarias culturas populares ibéricas.