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jueves, 21 de diciembre de 2023

Presentación de la revista "Virtud y Revolución"

 


"Me manifiesto contra las manifestaciones". Artículo en "Virtud y Revolución", nº9, diciembre de 2023

 


ME MANIFIESTO CONTRA LAS MANIFESTACIONES

Quien no llora, no mama. Pero quien llora mucho es un llorica y el que mama es un mamón.

La humanidad, como bien supieron vaticinar los “sabios” darwinistas del diecinueve, no ha hecho más que “evolucionar”, y como resultado de este “progreso” hemos alcanzado un nuevo estadio que podríamos denominar «lactante». Hace mucho que la sociedad dejó de ser tediosamente adulta, así que conformada por individuos responsables, autosuficientes y libres, para rejuvenecer transformada en una sala hospitalaria de neonatos prematuros, pedigüeños, cagones y a medio cocer. Nos falta un hervor. Como le falta un hervor al sujeto que sujeta la pancarta de la imagen de la entradilla en la que manifiesta su amor incondicional a un Estado que reprime sus libertades y atenta contra su vida. España me pega porque me quiere, porque le importo, se autoengaña el derechista maltratado. Es una pena que el Ministerio del Interior no haya puesto a su disposición un número de teléfono de atención a los votantes que sufren «violencia de Estado».

Siendo un pequeño mamón acudí a mi primera manifestación en brazos de mis padres, un acto de masas en el que se exigió algo tan alejado de nuestros intereses como la aprobación del Estatut d’autonomia[1]. Esa movilización de protesta había sido convocada por los dirigentes del Estado español en Cataluña, una mafia de ricachones liderada por el corruptísimo banquero Jordi Pujol[2] y su sacrosanta esposa, la racista Marta Ferrusola[3]. Como resultado de este acto multitudinario, el populacho legitimó un régimen político que, cuarenta y cuatro años después, sigue mostrándose como el segundo tinglado más corrupto de la «España de las autonomías», el llamado «Oasis catalán»[4].

Ya crecidito, mi segunda manifa fue con quince años de edad. Los profesores-funcionarios del instituto Terra Roja de Santa Coloma de Gramenet, donde me saqué el bachillerato, organizaron una protesta reclamando vallas. ¡Queremos vallas!, gritábamos los chavales, eufóricos por perder un día de clases. Altas vallas para que el centro de enseñanza se pareciera un poco más a un recinto penitenciario y para que los toxicómanos no se colaran en el interior de la escuela para pincharse. Como era de esperar, la “espontánea” movilización de los adolescentes colomenses para ponerle puertas al campo fue todo un “éxito”: a las pocas semanas teníamos unas flamantes vallas… que fueron agujereadas unos días después.

Cuando tenía veintiséis, los obreros de Seat cortamos la A-2 a la altura de Martorell, realizamos varios días de huelga y nos manifestamos en Barcelona porque la empresa quería recortar la plantilla. Unas semanas después se llevó a cabo una negociación entre la propiedad y los representantes sindicales de Comisiones[5], U.G.T. y C.G.T. en un hotel de cinco estrellas donde no faltaron la comida, la bebida y las prostitutas[6]. Resultado: varios cientos de trabajadores de Seat se quedaron sin trabajo. Fueron despedidos poco a poco, día a día, a lo largo de meses, sin avisar, sembrando el pánico entre los obreros que temían ser los siguientes en ser despedidos; siempre al inicio del turno de mañana, enterándose de su nueva situación de desempleados al no poder acceder al recinto industrial tras pasar su tarjeta por el torno de la entrada; siendo custodiados hasta la calle por los seguratas que impedían que los gritos de protesta de los nuevos parados contagiaran a sus somnolientos compañeros que, paralizados por el miedo al desempleo, giraban la cara y subían las escaleras que les conducían al matadero de la línea de montaje.

La última manifestación a la que he asistido —y asistiré— se produjo en el transcurso de la “letal epidemia” de constipado asiático. Ni el ballet Bolshói de Moscú hubiera sido capaz de representar una coreografía tan acompasada; a las inequívocas señales de los antidisturbios de los Mossos d’Esquadra le siguieron los precisos movimientos de violencia callejera gratuita de un conjunto de manifestantes con la cara tapada (policías de la secreta o confidentes) que tiraron petardos y piedras con tan mala puntería que no llegaron a impactar contra los agentes uniformados. Esta performance sirvió de excusa a los policías que, armados hasta los dientes, emprendieran una carga violenta contra el resto de manifestantes, los que no tirábamos piedras, los mismos que intentábamos salir de esa ratonera llamada Plaça de Sant Jaume que tenía las salidas taponadas por las lecheras de los Mossos y donde, qué casualidad, residen los poderes autonómico y municipal en Barcelona[7]. Unas instituciones que, por cierto, nunca escucharon nuestra voz de protesta y continuaron implementando la demente dictadura sanitaria en curso.

A las manifestaciones, igual que a una entrevista de trabajo, igual que a la oficina del director de una entidad bancaria, igual que al comedor social de Cáritas se va a mendigar, lo que resulta en dependencia, sumisión y pérdida de dignidad. Llorar para que te den es suplicar por unas cadenas y reconocer la autoridad del que tiene poder. Algunos antropólogos consideran que el origen de las jefaturas se encuentra en las sociedades que reconocieron a un «gran hombre», un listillo que, a base de trabajo o persuasión, conseguía acaparar un mayor número de bienes de consumo que luego compartía “generosamente” con un populacho agradecido en el transcurso de grandes banquetes que él mismo organizaba y en los que conseguía ser reconocido como máxima autoridad de su comunidad, entre aplausos y vítores[8].

Después de un tiempo recibiendo comida gratis, el animal de granja, cebado y domesticado, ha mordido el anzuelo y baja la guardia; dependiente e indefenso, no entiende porqué su depredador, el antaño benefactor, se abalanza sobre él con aviesas intenciones. La presa, incauta, deja de ser un objeto consumidor para convertirse en objeto de consumo. Al votante, siempre engañado, solo le queda suplicar por sus “derechos”, exigir que se apliquen las leyes, añorar los tiempos en los que el estado de bienestar era generoso y en los que la policía se presentaba ante él con una sonrisa en los labios dispuesta a ayudarle a cruzar el paso de peatones. Cuando la riqueza escasea y el gran hombre está afectado por la senilidad y la decadencia, como ocurre con los actuales Estados europeos, sus electores tienen que competir por las migajas y arrastrarse como gusanos pidiendo una mejora salarial, un puesto de trabajo, una paguita o un “derecho inalienable” que el mismo que nos lo concedió, por los siglos de los siglos, nos ha arrebatado.

En los últimos lustros, las manifestaciones han sido cada vez más multitudinarias, en tanto que las convocan unos poderes recrecidos que se valen de la cada vez mayor influencia de los medios de comunicación de masas y las redes sociales. El rebaño crece en número y obediencia. Que la mayor parte de la población viva en ciudades no hace más que mejorar los datos de asistencia a esas movilizaciones que se dicen “populares” pero son en verdad «populacheras», en tanto que están orquestadas por minorías de poder que usan a las masas para conseguir sus objetivos estratégicos o enfrentarse a otros grupos de poder de las oligarquías estatales. Que el éxito o la legitimidad de una protesta se mida por el número de zombis que agitan una bandera es una falacia ad populum, fiel reflejo de una sociedad de mala calidad.  

En su obra más conocida, La rebelión de las masas (1929), José Ortega y Gasset define al «hombre-masa» y le señala como responsable del auge de los nefandos totalitarismos del siglo pasado, fascismo, bolchevismo y nacional-socialismo. Los hombres-masa son un marasmo de «individuos sin calidad», sin criterio, sin libertad interior, aquejados de un «yo vacío» que, guiados por aquellos que les prometen una vida cómoda o mejor, se convierten en «muchedumbre» usada como arma arrojadiza con el objetivo de desgastar o deponer gobiernos. Ortega, burgués, alto funcionario del Estado español y colaborador de la infausta Segunda República primero, y de la ominosa dictadura franquista después, tenía miedo de que estas masas, tan útiles a los objetivos estratégicos del Estado para el que trabajaba, escaparan al control de las minorías que las teledirigen desde los foros de la prensa escrita y la radiodifusión (hoy, la televisión e Internet) y protagonizaran una verdadera revolución[9]. El temor que mostraron intelectuales del poder como Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno a que se produjera una “rebelión de las masas” era del todo infundado, como podemos atestiguar un siglo después. Al carecer de calidad moral, intelectual y espiritual, las acciones de los manifestantes que gritan a coro lemas y consignas elaboradas por otros solo puede desembocar en el establecimiento de regímenes brutales que, con un discurso populista que promete igualdad, grandeza o abundancia, persiguen la libertad individual y el pensamiento libre.  

Hemos visto manifestaciones de millones de catalanes reclamando algo tan poco revolucionario como es un Estado, uno propio, pero hecho a imagen y semejanza del «Estado opresor», solo con la intención de tapar el escándalo de corrupción de Pujol y sus secuaces. Al mismo tiempo, vimos manifestaciones de catalanes españolistas gritando vivas a la Guardia Civil, el cuerpo policial más homicida de la historia de España. Hemos visto infantiloides manifestaciones a favor de la religión del cambio climático, grotescas astracanadas del “orgullo gay”, odiosas concentraciones androfóbicas de colectivos feministas y ruidosos aplausos balconeros dirigidos a los integrantes de un sistema sanitario que colaboraba activamente en el establecimiento de una dictadura de influencia china en la que se abolieron los derechos de asociación y circulación, al tiempo que se forzaba a la población, niños y embarazadas incluidos, a inocularse un veneno experimental de consecuencias imprevisibles. Hemos visto revoluciones de colores en Ucrania que han precedido a una terrible guerra imperialista en la que están muriendo cientos de miles de personas. Hemos visto manifestaciones pacifistas (¡No a la guerra!) programadas por un partido político que nos metió en la O.T.A.N., el ejército más criminal de la historia de la humanidad. Y en las últimas semanas, hemos visto manifestaciones de protesta contra un infame gobierno de izquierdas, protagonizadas por votantes de la derecha que aspiran a ser sometidos a la voluntad de otro gobierno que será igualmente infame.

Podríamos pensar que, como las sociedades europeas y el ser humano actual, los manifestantes han ido degenerado con el paso del tiempo. Pero las concentraciones de protesta siempre han tenido esta naturaleza, desde sus inicios. Relata Charles Tilly en Contentious Performances (2008) que las primeras manifestaciones nacieron entre los siglos dieciocho y diecinueve, cuando los primeros medios de comunicación imponían su opinión a las masas y las revoluciones liberales acrecentaban el poder de los Estados a costa de la pérdida de la soberanía de los pueblos europeos. El pueblo había dejado de ser «pueblo», al perder su cultura y mismidad, para convertirse en un «populacho» patriótico que, de manera más o menos crítica, se sumaba al proyecto ideológico del estado nación. La primera manifa de la historia se orquestó en Inglaterra, en 1768, y su motivo fue el de apoyar a un parlamentario burgués de discurso radical llamado John Wilkes, partidario de la libertad de prensa (de la misma prensa que había convocado las protestas) y del derecho más insustancial que se haya otorgado jamás, el sufragio universal. La segunda gran manifestación de ese país, en 1816, reunió a más de cien mil veteranos de las guerras napoleónicas que exhibieron su patriotismo ante la mirada del rey Jorge. La tercera manifestación de la historia británica, siempre en base al estudio histórico de Tilly, provocó la llamada «Masacre de Peterloo» de 1819, con cientos de muertos masacrados por el ejército, pobres diablos que fallecieron reivindicando algo tan inerme como el derecho al voto, hoy fundamental en el sostenimiento de los actuales regímenes políticos de dominación. La cuarta gran manifestación de la historia del Reino Unido se produjo en 1820 en favor de la «reina agraviada», Carolina de Brunswick. 

Solo por imitación de este modelo de movimiento de masas auspiciado por el Estado y apoyado en festividades religiosas o conmemoraciones militares, los líderes sindicales de los trabajadores industriales de Gran Bretaña comenzaron a organizar las primeras manifestaciones obreras en la década de 1820. El interés de las organizaciones sindicales centralizadas era canalizar el descontento de un proletariado explotado que se había entregado al sabotaje, el ludismo y la violencia contra los patrones. Vincent Robert[10] asegura que esas concentraciones de protesta estaban fomentadas y toleradas por los poderes estatales, al menos hasta la década de 1880, cuando se produjeron masacres indiscriminadas como el Bloody Sunday, el «Domingo sangriento» de Londres del trece de noviembre de 1887. Tras estos episodios, las organizaciones sindicales que convocaban los actos de protesta se cuidaban mucho de reclamar solo aquello que las autoridades competentes estaban dispuestas a reconocer, desde el derecho al voto a la reducción de la jornada laboral. Ya en 1909, las protestas suscitadas por la ejecución del pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia en Cataluña contaron con un servicio de orden interno que evitó cualquier exceso o demanda inapropiada por parte de unos obreros barceloneses todavía exaltados por la revuelta popular que habían protagonizado unos días antes, la llamada «Semana Trágica» de Barcelona. La organización de esta manifestación fue la manera que encontró el Estado español de encarrilar el descontento popular de un pueblo que había emprendido un proceso revolucionario y antimilitarista en verano de 1909.  

La manifestación es una herramienta útil para los que viven de su pertenencia a un sindicato, oenegé o partido político. La manifestación es una forma de protesta reformista de personas que aceptan el orden estatal y capitalista y aspiran a mejorarlo, así que a consolidarlo y fortalecerlo. La manifestación es la manera que tienen las autoridades de controlar la indignación popular antes de que derive en una transformación social significativa. Como el trabajo asalariado, la manifestación es una forma de dominación, en tanto que el operario no participa de modo alguno en la organización, estrategia y orientación del acto de protesta, sino que, alienado, se limita a repetir consignas, aguantar la pancarta y desfilar sumisamente tras los pasos de sus líderes, solo a cambio de una limosna. Desde el punto de vista de la estrategia miliciana, cualquier manifestación es un contrasentido; los manifestantes, lejos de beneficiarse del factor sorpresa y del conocimiento del terreno, convocan y publicitan el acto con anticipación, acuden a la concentración desarmados y desprotegidos, carentes de cualquier organización de combate, táctica y formación, y se concentran en el centro de una ciudad, frente a la sede de poder de su supuesto enemigo donde son -o pueden ser- acorralados, identificados, detenidos, gaseados, aporreados, rociados con chorros de agua a presión o disparados con diferentes tipos de munición. Acudir a una manifestación es como escribir una carta a los Reyes Magos sabiendo que nos van a traer carbón.

¡No a las manifestaciones! ¡Hagamos la revolución![11]



[1] Manifestación de la Diada del once de septiembre de 1979.

[2] El juez José María de la Mata Amaya, titular del Juzgado Central de Instrucción número cinco, consideró en julio de 2020 que la familia Pujol Ferrusola conformaba una asociación ilícita y criminal destinada al blanqueo de capitales, falsedad documental y fraude a la Hacienda pública. Fuentes policiales estiman que el dinero sustraído de manera ilegítima por la familia Pujol ronda los 500 millones de euros; el partido Ciudadanos estimó que el montante ascendía a 2.500 millones; se sabe que la cuenta bancaria de los hermanos Pujol Ferrusola en Suiza contaba con 137 millones de euros de dudosa procedencia. El Periódico (29-11-2017), La Sexta (15-10-2021) y Libertad Digital (3-8-2014). 

[3] Además de mentir como una bellaca asegurando que su familia vivía prácticamente en la indigencia «(mis hijos) van con una mano delante y otra detrás» o «no tenemos ni un duro» [frases traducidas del catalán], Marta Ferrusola también dejó numerosas sentencias de corte racista dirigidas contra inmigrantes extranjeros o procedentes de otras zonas de la península, como cuando criticó al expresidente de la Generalitat, José Montilla, por no hablar bien el catalán y por haber nacido en Andalucía («me molesta mucho», confesó). Curiosas declaraciones las de la primera dama, siendo toda la familia materna de Marta Ferrusola originaria de Daroca (Aragón). 

[4] Solo los 3.000 millones de euros del caso de los ERE en la comunidad autónoma de Andalucía, un caso de corrupción vinculado en esta ocasión al Partido Socialista, superaría el montante de dinero apropiado indebidamente por el clan mafioso de los Pujol en Cataluña. Telecinco, 23-3-2023.

[5] Recuerdo que un compañero de trabajo de la línea dos del taller ocho de Seat de origen marroquí hacía frecuentemente un chiste con el nombre del sindicato CC.OO. Mientras pronunciaba la palabra «Comisiones» con una sonrisa en la boca, hacía un gesto con los dedos que simboliza «ganar dinero con avaricia».   

[6] La famosa negociación sindical en el hotel de las putas era vox populi durante las conversaciones de la parada del bocadillo.

[7] Recomiendo la lectura de mi artículo Definición de las ratas publicado en la revista Amor y Falcata (28/12/2020), en el que resalto cuán absurdo y contraproducente resulta organizar una manifestación en una plaza con pocas salidas que suele estar sitiada por los antidisturbios de la policía.

https://amoryfalcata.wordpress.com/2020/12/28/definicion-de-las-ratas/  

[8] Consultar la obra A Solomon Island Society: Kinship and Leadership Among the Sivai of Bouganville (1955) de Douglas Oliver y el artículo Poor Man, Rich Man, Big Man, Chief: Political Types in Melanesia and Polinesia (1963) del antropólogo norteamericano Marshall Sallins.  

[9] No solo José Ortega y Gasset tenía miedo de que las masas acabaran con el hobbesiano orden estatal. Otro intelectual veleta contemporáneo de Ortega, Miguel de Unamuno, escribió: «Se conducen bien las aguas; pero cuando la cañería se rompe, no hay manera de encauzarlas. Igual que ocurre con las masas, es peligroso movilizarlas, porque nadie puede vaticinar adónde llegarán en definitiva». Referenciado en la obra En el torbellino, Unamuno en la Guerra Civil (2018) de C. Rabaté y J.C. Rabaté.  

[10] Les chemins de la manifestation (1848-1914) de Vicent Robert (1996).

[11] En los próximos días se publicarán las Bases para una Revolución Integral donde se concreta el ideario y naturaleza transformadora del Movimiento por la Revolución Integral del que participo.


"¿Criticar o construir?" Editorial de la revista "Virtud y Revolución", nº4, julio de 2023

 



CRITICAR O CONSTRUIR?

PARTICIPA EN EL 7º ENCUENTRO POR LA REVOLUCIÓN INTEGRAL

La ideología dominante nos empuja a ser críticos, y muchos creen que esa actitud es una virtud propia de seres inconformistas que desean transformar la sociedad. En realidad, el criticismo es una cárcel de amargura, una espina que clavamos a las personas que conviven con nosotros y una trampa tendida para que nada cambie, para que aceptemos con resignación que no se puede hacer nada.

Por un lado, está la obsesión por la defensa de “nuestros” “derechos”, un estado inducido de paranoia que nos invita a vivir a la defensiva, en alerta por si alguien se atreve a vulnerarlos. Políticos y sindicalistas nos han regalado los oídos con su verborrea de los derechos hasta el punto de hacernos creer que somos como el niño actor de la factoría Disney, esa celebridad lejana, narcisista, más allá del bien y del mal, reluciente como una estrella que da por sentado que el resto de seres humanos tienen que profesarle veneración, al tiempo que se siente liberado de cualquier obligación con sus iguales. El ciudadano derechohabiente es un ídolo sin más mérito que el haber nacido, no con un pan debajo del brazo como antaño, sino con cientos de derechos innatos concedidos por las leyes del Estado; unos derechos que han convertido al ciudadano medio en el famoso que escupe a sus fans desde la ventana y destroza la habitación del hotel en la que acabará drogado y sodomizado por los accionistas de la multinacional para la que trabaja. Y es que la religión de los derechos permite contemplar cómo los mismos que coartan tu libertad, secuestran tus horas, vampirizan tu energía, se apropian de la riqueza que has generado con tu trabajo, manipulan tu pensamiento y programan tu biopolítica se erigen como los héroes que salvaguardan tus inalienables derechos, al tiempo que te enfrentan con tu pareja, con tu familia, con tus compañeros de trabajo y con tus vecinos. Los derechos son un regalo envenenado que, ni merecemos ni nos hacen bien alguno.

Por otro lado, está la influencia de la psicología académica y de los espiritualismos del tipo New Age, que han convencido a muchos, y especialmente a muchas, de que solo debemos tener tres amigas: Yo, mi Ego y mi Coño. Que el mundo se vaya a la mierda, que yo me meto dentro de mi burbuja para masturbarme contemplando el Apocalipsis mientras me deleito esnifando mi propio olor corporal. Y es que lo más importante de mi vida soy yo, mi vida soy yo, me tengo que querer mucho a mí misma porque, si no me quiero yo, ¿quién me va a querer? Lo primero, yo; lo segundo, yo; y lo tercero; y lo cuarto... Y así hasta que me muera. Sola. O solo. Meditando mi introspección, relajando mi soma y buscando mi felicidad hasta darme cuenta de que soy increíblemente infeliz, sin saber que la felicidad no es más que aprender a valorar y cultivar la buena relación con los demás, sin llegar a despreciarlos por no saber hacernos felices.

Otro losa que nos aplasta por el peso del criticismo es la democratización de lo que no nos incumbe, meter la cuchara en el plato de otro comensal para acabar escupiendo la sopa maldiciendo al cocinero, y eso que nadie nos había invitado a comer. Nos creemos con derecho a cuestionarlo todo. Los políticos son unos ineptos, mi jefe es un hijo de puta, Abascal es un facha, Irene Montero una vividora y Bill Gates un genocida.

-¡Dime algo que no sepa!-

-Conducir-, prosigue el chiste.

Porque la tragedia del criticismo se debe a que no suele disparar sus flechas a las alturas del poder y acaba por apuntar a la gente que nos rodea. Mi compañera de trabajo es una inútil y mi vecina una furcia; mi cuñado es un enterado y mi marido no me da lo que yo necesito, aunque ninguno de los dos sepamos qué es lo que yo “necesito”. Me voy a hacer youtuber para dar lecciones de lo que no tengo ni idea, voy a escribir un libro aunque llevo años sin leer ninguno y le voy a decir a la profesora de mi hijo cómo tiene que corregir los exámenes, al tiempo que no voy a cuestionar el sistema educativo estatal porque la culpa de todo solo la puede tener la profe que lo ha suspendido. ¡Cómo se atreve! Tan nocivo es seguir a pies juntillas el dictado de los expertos como poner continuamente en entredicho a nuestros semejantes con un ataque demencial y nietzscheano. Mientras se ha democratizado la crítica destructiva contra los seres humanos, la mayoría de las decisiones que afectan gravemente a nuestras vidas las toman instituciones bien organizadas y a las que nadie cuestiona, porque solo tenemos ojos para odiar a nuestra pareja o al fulano de turno. Parece que nadie se quiere dar cuenta de que cuando el presidente no gane las elecciones o se muera el psicópata de las vacunas habrá otros muchos indeseables ávidos de poder que estarán dispuestos a hacer lo que sea para ocupar el trono vacante.

Ya va siendo hora de ponernos manos a la obra. Seamos constructores, no críticos. Construyamos una sociedad que no tenga reyes corruptos, políticos incompetentes y jefes malnacidos, porque seremos nuestros propios jefes, participaremos de todas las decisiones que nos afectan al formar parte de un sistema de democracia real y seremos tan responsables del devenir de nuestra sociedad, como de nuestras propias vidas.

Ya no tienes excusa. Deja de rajar, no seas cansino. Tu madre ya está hasta las narices de que te pases la cena ladrándole a la tele, insultando a un político que no te está escuchando. No votes: sabes perfectamente que con tu voto estás legitimando la tiranía que tanto cuestionas. Deja de mirar a los obreros y de explicarle al otro jubilado cómo se tienen que colocar los ladrillos. El amor se demuestra en actos. Madruga. Arremángate la camisa. Pasa a la acción. Y participa este verano en el séptimo encuentro por la Revolución Integral que se celebrará en Santa Maria de Meià (Lleida) los días 25, 26 y 27 de agosto. Los escritores de Virtud y Revolución trabajaremos contigo, codo con codo.



"Hablemos con propiedad del problema que nos okupa". Artículo de "Virtud y Revolución", nº3, junio de 2023


HABLEMOS CON PROPIEDAD DEL PROBLEMA QUE NOS OKUPA

PASADO

Con veintimuchos años me tocó por sorteo la adjudicación de un piso de protección oficial. Mi familia me felicitaba, como si yo hubiera sido el héroe de una gran hazaña, como si me hubiera tocado la Primitiva. Tal vez porque en la triste década de los años 2000, la época de la llegada masiva de inmigrantes extranjeros, el divorcio como forma de matrimonio, el consumo de cocaína, las vacaciones low cost en avión, las tetas de silicona, Operación Triunfo y Gran Hermano, el precio de la vivienda se convirtió en un producto de lujo. El acceso a una vida bajo techo pasó de ser la excusa del tándem Estado-capitalismo para esclavizar hasta la muerte a la gente de clase trabajadora con la firma de una hipoteca, a ser un privilegio de funcionarios del Estado, directivos de la gran empresa e hijos de papá, los únicos que se podían permitir el lujo de no vivir con sus padres hasta la senectud.

El proceso burocrático se alargó tanto que explotó la burbuja inmobiliaria y solo seis o siete parejas tuvimos la bula de la caja de ahorros y el préstamo concedido, quedando excluidos el resto de “afortunados” en el sorteo, sin acceso a una vivienda VPO, a esa a la que tenían “derecho” porque lo dice la Constitución y lo decía el presidente Zapatero, pero que seguirían viviendo en casa de sus padres por la sencilla razón de ser pobres y haberse quedado en el paro por la crisis de 2008. Así que la mayoría de los pisos de “la Torre de Pirineos”, como era conocida la promoción inmobiliaria de la corruptísima empresa municipal sociata Gramepark[1], quedaron deshabitados y a mí me tocó, también por sorteo, ser el presidente de la nueva comunidad. ¡La suerte me sonreía!, pensaba yo mientras subía las escaleras del edificio porque, como casi siempre, los ascensores estaban estropeados a causa del vandalismo de los niños de la simpática familia musulmana que vivía en el 5º 4º.

Nunca entendí muy bien por qué tenía que estar agradecido por tener que pagar, mensualmente y durante 25 años, un montante de 209.000 euros más un tipo de interés variable y escandaloso para vivir en un cuarto piso construido con materiales de ínfima calidad, mal aislado del frío y del calor, peor insonorizado, con unas muy ecológicas placas solares que nunca funcionaron y en el barrio más ventoso y triste de Santa Coloma de Gramenet, al lado del Parque del Motocross. Cuando salía al balcón, me deleitaba con las maravillosas vistas: al otro lado de la calle se podía ver un edificio repleto de pisos patera en los que vivían decenas de pakis que hablaban constantemente a través del teléfono móvil y se acariciaban los pies. Salía a la calle a comprar el pan, a subir y bajar cuestas, a respirar el aire de los tubos de escape, a sortear los autobuses amarillos, a cambiar de acera para no pasar justo al lado de los gitanos que trapicheaban y ponían a todo volumen el hilo musical del barrio del Raval de Santa Rosa, y volvía a casa con una barra de pan descongelado comprada en un badulaque, un producto más tóxico que una lechuga de Chernobyl, pero es que no había otro tipo de comercios en el barrio. En mi bloque se vendía droga y en un 7º piso había un taller chino de confección que trabajaba en régimen 24/7. En la azotea, unos niñatos hacían botellón y apedreaban las placas solares para después hacer pintadas y cagarse en los ascensores. Los cuatro hijos de mi queridísimo y muy religioso vecino de arriba se pasaban las noches correteando por el piso con zuecos de madera.

Mientras los hijos y los nietos de los obreros que llevaban décadas cotizando a la seguridad social, pagando impuestos, respetando las leyes y votando en las elecciones municipales al Partido Socialista se quedaban sin su pisito en la calle Pirineos, el bloque se llenaba de okupas, hijos y nietos de gente que nunca había trabajado ni pagado impuestos, que no cumplían las leyes ni tampoco se habían molestado en acudir a los colegios electorales a ejercer su “derecho al voto”. El Ayuntamiento reaccionó, y para que no fuesen okupados los pocos pisos que todavía estaban vacíos, rellenaron la promoción con indeseables de todo tipo, una cuidadosa selección de lo peor de cada región de África, Asia y Europa, gente a la que le dieron el mismo piso que a mí, pero sin tener que pagarlo. Okupas, clientes de la sopa boba y pringados pagalotodo constituíamos los tres colectivos que convivían en un edificio forrado de placas de colorines, para que todos los transeúntes supieran que los que allí vivíamos portábamos el estigma de la marginalidad.

 

PRESENTE

La crisis económica de 2008 provocó las tibias protestas del 15-M, y éstas, para evitar males mayores, comportaron el nacimiento de una nueva izquierda, “radical y revolucionaria”, que prometió acabar con la casta y canalizó hacia las urnas toda la mala hostia que afloraba de los poros de todos aquellos que soñaban con seguir trabajando duro para quemar sus vidas fumando hachís marroquí, conduciendo un BMW Serie 1 y llevando a sus hijos a Eurodisney. Pero los podemitas llegaron al gobierno y se convirtieron en casta. ¡Quién lo hubiera imaginado! De la sobredosis de cocaína que esperaban conseguir, los votantes de la izquierda solo han recibido una sobredosis de feminismo, ecologismo de postureo, bancos pintados con los colores del arcoíris, manadas de violadores, Netflix, más tecnología, más soledad, más mascotas y menos niños, trabajos que son un infierno y un trauma colectivo en forma de dictadura sanitaria.

De las asambleas del 15-M hemos pasado a un tipo de protesta que se limita a intercambiar memes en las redes sociales o, en su defecto, atiborrarse de psicofármacos con receta y/o suicidarse, porque cada vez menos personas soportan esta vida de mierda. Pero, por si acaso, el mismo Estado que fabricó Podemos ha diseñado Vox, partido que es tendencia en la primavera-verano de 2023. Las modas siempre vuelven, desde los pantalones con pata de elefante hasta el fascismo rancio de toda la vida, el fascismo de derechas. Y como repetir el golpe de Estado del 36 ha quedado más obsoleto que el respeto y los valores, los medios de comunicación se inventan polémicas de laboratorio que crispan, dividen, polarizan y embaucan a los ciudadanos para que muerdan alguno de los anzuelos en forma de partido político, siendo ahora el gusano más picante el de la formación de Abascal. Y la polémica estrella de las elecciones de 2023 ha sido, sin duda, el problema de la okupación.  

Vox promete defender el “derecho de propiedad”, pero este derecho nunca ha existido en las sociedades capitalistas. Fue el Estado el que creó la burguesía, una clase social caracterizada por ser terrateniente o propietaria de los medios de producción. La burguesía capitalista nació como consecuencia de las revoluciones liberales protagonizadas por el ejército. El crecimiento del Estado requería de altos funcionarios, industriales, grandes empresarios, banqueros, notarios, abogados, ingenieros, procuradores, arquitectos, peritos, médicos y catedráticos; el Estado expropió por la fuerza de las leyes y las armas los bienes comunales a las clases populares mediante los procesos de desamortización, los puso a la venta por subasta y estos bienes acabaron concentrados en pocas manos. ¿El capitalismo defiende la propiedad privada? No. Más bien se basa en la expropiación de la propiedad de las gentes para configurar una clase de grandes propietarios, siendo el Estado el primero de todos ellos.   

Un Estado que cobra el Impuesto sobre Bienes Inmuebles (IBI) vulnera el supuesto “derecho de propiedad”. Un Estado que cobra el Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones vulnera el supuesto “derecho de propiedad”. Un Estado que cobra la plusvalía municipal por vender un inmueble vulnera el supuesto “derecho de propiedad”, sin olvidar la declaración de la renta o los imaginativos impuestos sobre “movilidad” o “basuras”. ¿Acaso Vox piensa suprimir estas tasas? En absoluto: su presupuesto y éxito electoral dependen de la recaudación de impuestos.

Unos cuantos pisos de la Torre de Pirineos estaban asignados a vecinos a los que el Ayuntamiento había decidido tirar sus casas, expropiar los terrenos, apropiárselos y construir edificios VPO para obtener ingresos legales, y también ilegales, a través de la pantagruélica corrupción urbanística del Partit dels Socialistes de Catalunya[2]. Estos vecinos tuvieron que cambiar de barrio y fueron “recompensados” con un precio de expropiación muy inferior al del coste de adquisición de la nueva vivienda, así que tuvieron que hipotecarse para pagar la diferencia -siendo todos ellos mayores de 55 años de edad- o renunciar a su “derecho de propiedad” para vivir en régimen de alquiler social. ¿Piensa Vox anular este tipo de expropiaciones? Ya conocen la respuesta.

Los “propietarios” no pueden desarrollar actividades económicas autosuficientes en su inmueble si no les conceden los costosos y laberínticos permisos burocráticos. No se puede edificar, tener animales, elaborar alimentos, gestionar el arbolado, extraer aguas subterráneas, generar energía, fabricar productos, alojar huéspedes o realizar cualquier otra actividad económica sin el correspondiente beneplácito y fiscalización del Leviatán. Los “propietarios” tienen que pagar elevadas tasas por hacer obras y reformas en su propia casa. ¿Es esto “propiedad privada”? ¿Piensa Vox instaurar de una vez por todas el “derecho de propiedad”? En absoluto, pues este “derecho” nunca ha existido en la “sociedad de los derechos”, la capitalista, y porque los Estados los otorgan, los regalan y presumen de ellos, pero rara vez los contribuyentes se benefician de sus inalienables “derechos”.

Vox está siendo el primer beneficiado del problema de la okupación, un problema que alienta el mismo Estado que ha creado e impulsado este partido de ultraderecha. Mientras la izquierda de los años 90 coreaba consignas a favor de la okupación como símbolo de lucha anticapitalista, la mayor parte de la okupación, lejos de ser anticapitalista, es una forma más de capitalismo. Como presidente de la comunidad tuve una entrevista surrealista con un patriarca gitano que negoció conmigo las condiciones del negocio que este hombre y su familia estaban emprendiendo: tener el monopolio del alquiler de los pisos y plazas de parking que estaban okupando en la Torre de Pirineos, así como la exclusividad de la venta de droga en esas viviendas. A cambio, le pedí que los inquilinos fuesen buenos vecinos, que no hicieran ruido por las noches, no destrozaran las instalaciones comunes y no robaran ni agredieran a sus nuevos vecinos. El patriarca intentó cumplir con su palabra, siendo relativamente eficaz en su cometido.

Porque es este, y no otro, el gran problema de la okupación: que los únicos perjudicados son las personas de las clases populares, no los grandes propietarios, ni mucho menos el Estado, que se limita a enviar a jóvenes con “aspecto alternativo” en categoría de trabajadores sociales que realizan mediaciones entre vecinos afectados y okupas, como si el vecino que paga, trabaja y no molesta a nadie esté en igualdad de condiciones que el que no paga, no trabaja y hace la vida imposible a sus vecinos. La única vez que llamé a la policía fue una noche de tantas en la que los vecinos de arriba no me dejaban dormir y se negaron a escuchar mis justas razones, pero la policía no vino porque nunca acudía cuando la llamada provenía de una de las viviendas de la Torre de Pirineos.    

 

FUTURO

Para solucionar el problema de la okupación, Vox promete más policía, esa que no acudía a las llamadas de los vecinos de mi bloque, y que en comisaría aseguraba “no poder hacer nada”, “tener las manos atadas” o recomendaba “llamar a una empresa de desokupación”. Vox propone que el Estado sea la solución de un problema que el mismo Estado genera y es incapaz de resolver.

Uno de los principales activos en la campaña electoral del partido de color verde es la propaganda que le está brindando la empresa Desokupa, un grupo de seguratas de discoteca y matones con cabeza rapada que se han autoerigido como “defensores del pueblo”, sin que el pueblo se lo haya solicitado. Pagar para que una empresa expulse de tu casa a los que te la han arrebatado no parece una solución sensata ni inteligente, pues solo puede servir para que más indeseables se atrevan a okupar viviendas para recibir el dinero que se reparten a pachas con la empresa intermediaria, otra de las grandes beneficiadas del problema que aseguran combatir.  

Pero la cobardía, la soledad y la destrucción de los vínculos familiares y de vecindad impiden que los afectados por la okupación puedan resolver el problema por sí mismos, así que tienen que recurrir a la “justicia” del Estado, y como ésta defiende siempre los intereses de aquellos que carecen de valores y dinamitan la convivencia, no tienen más remedio que pagar y confiar en los musculados empleados de Desokupa, los camisas pardas del siglo XXI. Mientras tanto, los medios de comunicación se cuidan mucho de ocultar los casos en los que los vecinos de una barriada han trabajado conjuntamente para organizarse, coger las armas, establecer una estrategia y expulsar a los okupas que le hacían la vida imposible a los miembros de su comunidad. Aunque moleste a bienpensados y pacifistas, la autodefensa comunitaria es el único camino, el camino que la comunidad de Pirineos no se atrevió a tomar por falta de atrevimiento y cohesión vecinal.

No pocos hippies y seguidores de la Nueva Era creen que el suelo que pisamos no debe pertenecer a nadie, es la Pachamama, la madre naturaleza; los seres humanos –aseguran- somos una especie depredadora, alimañas que deberíamos desaparecer por el bien del planeta que nos acoge y nos colma con sus dones. Este argumento chupiguay, qué casualidad, no hace más que legitimar que los Estados y sus grandes propietarios acumulen, año tras año, casi todos los medios de producción y se los arrebaten a sus legítimos propietarios, las comunidades populares. La tierra no debe ser una reserva natural, vaciada de pobladores humanos; la tierra no tiene que ser “salvada” ni “protegida” por aquellos que la están esquilmando (Estados y gran empresa). La tierra debe ser propiedad de las comunidades humanas que la habitan para que gestionen sus recursos mediante un régimen político de democracia directa por asambleas, el único que puede impedir los abusos del Estado, la concentración de propiedad capitalista y la destrucción del medio ambiente.

Debemos recuperar el comunal que nos arrebató el Estado. Y el comunal, no se nos olvide, es una forma de propiedad. Los bosques, los pastos, las aguas, las tierras de labor, los alimentos que da la tierra, el viento y el sol, deben ser propiedad exclusiva de los habitantes que pueblan cada territorio y gestionan colectivamente el aprovechamiento de esos recursos. Al mismo tiempo, la libertad individual solo se puede ejercer si todos tenemos una casa que sea nuestra, un huerto y unos bienes personales. La propiedad comunal debe convivir con la propiedad familiar.

Que no se nos olvide: la propiedad no es un derecho otorgado por el Estado sino que es el instrumento de nuestra libertad y de nuestro bienestar. Debemos proteger nuestra propiedad -tanto la comunal, como la familiar- por todos los medios que sean necesarios, gestionarla de manera eficiente y sostenible, mantenerla en buen estado mediante el trabajo y legársela con orgullo a nuestros descendientes. Defenderemos nuestra casa frente a militares, policías, ladrones, okupas, políticos, banqueros, trabajadores de los servicios sociales y frente a todos aquellos que pretendan arrebatarnos nuestras propiedades y nuestras libertades.   

 

ANTONIO HIDALGO DIEGO

 

 

Defenderé la casa de mi padre. / Contra los lobos, contra la sequía, contra la usura, contra la justicia, /  defenderé la casa de mi padre. / Perderé los ganados, los huertos, los pinares; / perderé los intereses, las rentas, los dividendos, / pero defenderé la casa de mi padre. / Me quitarán las armas / y con las manos defenderé la casa de mi padre; / me cortarán las manos / y con los brazos defenderé la casa de mi padre; / me dejarán sin brazos, sin hombros y sin pechos, / y con el alma defenderé la casa de mi padre. / Me moriré, se perderá mi alma, se perderá mi prole, / pero la casa de mi padre seguirá en pie.

Poema -traducido del euskera- de Gabriel Aresti.      



[1] Gramepark, en el epicentro de la trama de Santa Coloma, está al borde (de la) quiebra con (un) agujero (de) 85 millones (Cinco Días, 31/10/2019).

[2] Condenados los 11 acusados por el ‘Caso Pretoria’ de corrupción urbanística en Barcelona (El País, 2/7/2018). Que en las elecciones municipales del 28 de mayo haya vuelta a arrasar electoralmente el PSC en ciudades del extrarradio de Barcelona donde los gobiernos de izquierda tienen a los barrios obreros en situación de total abandono, como Santa Coloma de Gramenet o L’Hospitalet de Llobregat (donde gobierna desde hace 15 años la investigada Núria Marín) revela que, o la mayoría de los votantes son inmunes a la pésima gestión y la corrupción más flagrante, o que los socialistas tiene la victoria casi asegurada gracias a las redes clientelares que con tanto esmero han tejido desde hace décadas, y por las que buena parte de los votantes tiene su sueldo secuestrado por antojo del gobierno municipal.


 

"La historia universal y nuestra historia". Artículo inspirado por Félix Rodrigo Mora y publicado en "Virtud y Revolución". Texto madre del que aparecerá en las "Bases para la Revolución Integral"

 

LA HISTORIA UNIVERSAL Y NUESTRA HISTORIA

Félix Rodrigo Mora y Antonio Hidalgo Diego



 

Recuperar la historia

En la actualidad, la inmensa mayoría de los individuos lo ignoran todo, o casi todo de su historia. El estudio y difusión del conocimiento histórico está reservado a profesores funcionarios e intelectuales a sueldo del poder, por lo que el conocimiento que existe del pasado ha sido tergiversado con el fin de ocultar aspectos esenciales que podrían servirnos de inspiración revolucionaria; también para exagerar los logros y capacidades de los poderes establecidos y frenar cualquier atisbo de enfrentamiento contra sus instituciones; o, simplemente, para difundir mentiras sobre no pocos aspectos de nuestro devenir histórico.

Toda investigación histórica debe estar basada en la verdad y no inscribirse a ningún proyecto político. El análisis de los hechos del pasado debe ser crítico con el papel histórico de las instituciones y personas de poder, pero también con las actuaciones de las clases populares a lo largo de la historia.

Un pueblo sin historia es un pueblo sin raíces, sin identidad. Una sociedad no puede estar conformada por objetos que no saben de dónde vienen o cuál es su naturaleza; una sociedad no es humana si sus individuos desconocen cuáles son sus valores, sus fortalezas, sus dichas, sus tropiezos, sus peligros, sus puntos débiles y su responsabilidad para construir el futuro. Las personas sin historia son hojas arrastradas por el viento de los acontecimientos.

Debemos recuperar la historia para que nos insufle fuerzas y optimismo, y también para no repetir los errores que nos han llevado hasta esta situación de ausencia de libertades, aculturación y pérdida de la esencia humana. Debemos conocer nuestra historia para dirigir el rumbo de los acontecimientos y construir el futuro.

Nos oponemos a la aciaga teoría del progreso que nos ha sido inculcada, esa que asegura que la humanidad camina de forma determinista hacia un futuro mejor; esa que dice que la historia “evoluciona”, que cualquier tiempo pasado fue peor y que el futuro será de dicha y esperanza si confiamos ciegamente en nuestros líderes, en los sabios y los expertos, en la ciencia y la tecnología, o en la religión; todo será mejor, siempre y cuando nos mantengamos al margen de los acontecimientos que marcan nuestras vidas. Ahora sabemos que no es así, que lo único que ha evolucionado en los últimos siglos, en las últimas décadas, ha sido la voluntad de poder, las técnicas de dominación, la acumulación de riqueza y la pérdida de libertades.

La sociedad no mejora por sí misma, pero podemos cambiar la historia si cada uno de nosotros se hace más virtuoso y, en un esfuerzo colectivo, aprendemos a trabajar en la construcción de una realidad mejor, más libre y humana. Los sujetos históricos no se preguntan: -¿Qué va a ser de nosotros?- sino que se plantean: -¿Qué voy a hacer yo para cambiar la historia?-. O hacemos historia, o la historia nos hace.

La historia oficial de los pueblos de Iberia es pura propaganda y aleccionamiento al servicio de los intereses de la burguesía estatal y nacionalista. ¿Por qué se falsifica la historia? Porque, como dijo Madame de Staël, «la libertad es antigua y el despotismo moderno». El sistema capitalista y el actual régimen de dictadura parlamentaria ocultan su pérfida naturaleza falsificando la historia que enseña el sistema educativo.

 

El surgimiento del Estado en Iberia

Uno de los aspectos más silenciados y peor abordados de nuestra historia es el de la caída del primer ente estatal de Europa occidental, Tartessos, sociedad del sur de la Península ibérica con diferenciación de clases sociales, trabajo esclavo, agricultura intensiva, propiedad privada y poblamiento en ciudades. Tanto se celebra la historia de Tartessos como se ignora que, por oposición a semejante engendro, emergió en el centro peninsular la sociedad celtíbera. Los celtíberos fueron revolucionarios, en tanto que consiguieron organizar una sociedad más libre y autosuficiente, por lo que fue más duradera que su antagonista, la estatista Tartessos, desaparecida en torno al 600 antes de nuestra era. Pero ninguna sociedad es eterna, y la celtíbera también sucumbió, en su caso por no haber sabido hacer frente al ímpetu imperialista cartaginés y romano.

Los historiadores mercenarios babean cuando rememoran lo peor del legado romano: sus éxitos militares que aniquilaron pueblos, culturas y libertades; sus grandes construcciones erigidas con el trabajo de los esclavos y sufragadas con elevados impuestos; sus leyes patriarcales, plutocráticas y liberticidas; sus diversiones degradantes y deshumanizadoras; etc. A esos historiadores les maravilla la “civilización romana”, pero pasan por alto la heroica defensa de su cultura y libertades que hicieron los cántabros, los celtíberos en Numancia o los lusitanos de Viriato, enfrentándose al ejército romano hasta la muerte, sin olvidar que los vascos consiguieron mantener viva su lengua y cosmovisión ancestral. 

 

La Revolución bagauda vascona altomedieval

Los reinos germánicos supusieron la continuación del estatismo romano. Si la caída del Imperio permitió el nacimiento del Medievo, con su nueva mentalidad, fue a causa de la Revolución altomedieval que iniciaron los bagaudas vascones en el norte de la Península ibérica.

Pese a su derrota militar a manos de los mercenarios godos en el siglo cinco, los bagaudas se retiraron a las montañas del Pirineo para asentar un nuevo orden e ir expandiendo su cosmovisión por toda Europa occidental. El éxito del modelo bagáudico pirenaico permitió la adopción de su propuesta civilizatoria por parte de las gentes de Iberia y las actuales Francia, Italia, Suiza y sur de Alemania; fue entre los siglos diez y doce cuando nació la idea de Europa como entidad cultural integral, conformada por pueblos diferentes, pero que comparten unos valores comunes y unas instituciones económicas y políticas similares.

Estos fueron los componentes de la sociedad altomedieval emergida en el norte de la Península ibérica: 1) el trabajo libre sustituyó al trabajo de los esclavos; 2) la población se apropió de los medios de producción –antes en pocas manos- para conformar una economía comunal; 3) las ciudades se fueron despoblando, pues las gentes encontraron su sustento en aldeas y pueblos; 4) se estableció un régimen de democracia directa con asambleas organizadas desde la base, sin aparato estatal y con armamento general del pueblo; 5) el derecho consuetudinario erradicó el derecho positivo romano; 6) la agricultura perdió peso gracias al aumento del consumo de silvestres; 7) la tecnología de dominación dio paso a una tecnología popular orientada a facilitar el trabajo; 8) el común de los individuos poseía conocimientos prácticos relacionados con la producción y consecución de alimentos, la construcción de viviendas, el mantenimiento de la salud o la elaboración artesanal de ropa, calzado, útiles y herramientas; 9) se instauró la cosmovisión del amor y la ética sodalicia; 10) el individuo fue elevado a categoría decisiva; 11) se erradicó el patriarcado romano; 12) el latín, la lengua del Estado y de la Iglesia, fue relevada por las lenguas vernáculas; 13) el trabajo productivo se convirtió en una obligación moral universal; 14) la virtud cívica y la virtud personal ordenaban la vida del individuo; 15) aumentó el número de habitantes, al superarse la decadente demografía de las urbes romanas del Bajo Imperio; 16) la libertad se realizó con el establecimiento de una auténtica democracia directa, nada que ver con el falso mito de la “democracia” ateniense que excluía a mujeres, esclavos y metecos.

La Revolución bagauda no pudo ser una transformación social tranquila y pacífica. Tras una cruenta guerra de trece años contra las tropas romanas y sus mercenarios germánicos, los bagaudas tuvieron que defender su sistema de valores y libertades con las armas en la mano durante siglos. Tras la caída de Roma, se enfrentaron con éxito a los visigodos; luego tuvieron que combatir al Imperio carolingio, al que derrotaron con rotundidad en la Batalla de Orreaga/Roncesvalles; y también debieron frenar los envites del imperialismo andalusí.

El éxito de los bagaudas vascones se debió a la excelencia de sus componentes esenciales, pero también a su fortaleza y épico sacrificio, razón por la que su proyecto transformador se mantuvo durante un largo periodo. Otras formaciones revolucionarias de la época, como los bagaudas galos y los donatistas o circunceliones del norte de África, fueron exterminados. 

El éxito de la sociedad bagauda vascona atrajo hacia el norte a no pocos individuos de toda la Península que rechazaban el modelo estatista de los godos. Los esclavos se liberaban, las ciudades eran abandonadas, el Estado era incapaz de aplicar las leyes y de recaudar impuestos suficientes y, ante el avance del impulso revolucionario, el Reino Visigodo de Toledo no tuvo más remedio que pedir ayuda al imperialismo islámico asentado en el norte de África en el año 711, conformándose al-Ándalus.

 

La lucha contra el Islam

Al-Ándalus ha sido el ente estatal más genocida, violento y liberticida de la historia de Iberia, lo que empujó a muchos de sus habitantes a la rebelión. Los rebeldes de Samuel (Omar ibn Hafsun) pusieron contra las cuerdas al Califato de Córdoba en el siglo diez, liberando buena parte de Andalucía antes de ser derrotados. Ibn Hafsun es el héroe del pueblo andaluz, pues se enfrentó con valentía al poder musulmán y trató de implantar en el sur el modelo asambleario y libre del norte de la Península.

La llamada “Reconquista” no fue una guerra imperialista, ni tampoco una guerra santa, sino el enfrentamiento entre dos modelos antagónicos. Los pueblos libres del norte representaban un orden moral, económico y político superior al del Estado andalusí, derrotado por las milicias concejiles navarras, castellanas, aragonesas y leonesas en la decisiva Batalla de Simancas del año 939.

 

El resurgimiento del orden estatal

Los éxitos de la Revolución altomedieval comenzaron a revertir en el siglo once por la emergencia del orden estatal. Los pueblos del norte habían permitido el nacimiento y posterior fortalecimiento de los reinos de Asturias y Navarra, y la persistencia del Imperio carolingio en Cataluña y Aragón a través del poder condal. Si bien los pueblos continuaban autogobernándose al margen del Estado, consintieron un sistema de doble poder con la presencia de reyes, nobles y clero, una élite de escasa, aunque creciente autoridad.

Los reinos del norte serían los que, poco a poco, irían suprimiendo el derecho consuetudinario de las gentes con la reintroducción del derecho positivo del Estado, y esos mismos reinos pondrían en peligro la economía comunal a causa de las privatizaciones alentadas por las monarquías.

El renacimiento de los Estados se debe atribuir al constante peligro que representaba al-Ándalus a través de sus continuos ataques militares, razias de saqueo y captura de esclavas, que impulsaron el establecimiento de jefaturas militares. Estos caudillos o profesionales de la guerra acabaron perpetuándose, relegando a los adalides elegidos anualmente por los vecinos de los concejos. La comodidad que suponía desentenderse de las arduas tareas de autogobierno y autodefensa fue la otra causa que podría explicar el crecimiento del Estado.

La gran crisis del siglo catorce hay que entenderla como consecuencia de las profundas y nefastas transformaciones que se estaban produciendo. La emisión habitual de moneda por parte del Estado en el siglo trece daba cuenta del profundo cambio en las estructuras políticas, económicas y de mentalidad que desembocaron la centuria siguiente en una grave crisis demográfica a causa de las malas cosechas, las guerras y las epidemias.

Estas transformaciones provocaron también una reacción popular fuerte, pero insuficiente. Las clases populares emprendieron las revueltas de los payeses de remença en Cataluña, los comuneros de Castilla, los irmandiños de Galicia y los agermanats del País valenciano, pero solo se sublevaron para mejorar su situación, sin pretender establecer un nuevo orden revolucionario, así que no consiguieron impedir el constante fortalecimiento del Estado en la época moderna.  

 

Imperialismo y clases populares

El crecimiento estatal permitió el expansionismo de la corona de Castilla. No debe recaer sobre nosotros la culpa de los desmanes que cometieron los conquistadores de América, en tanto que solo una minoría de las gentes de la Península participó de esa aventura imperialista, manteniéndose la mayoría del pueblo por completo al margen de la misma.

Tampoco es conveniente incurrir en el mito del buen salvaje, pues en la América precolombina existían sociedades violentas, esclavistas, patriarcales, imperialistas y caníbales, razón por la que muchos americanos apoyaron a las tropas invasoras.

Otro argumento histórico que nos previene del autoodio inducido por la historiografía institucional es el ominoso comercio de esclavos negros. Ni las clases populares europeas se lucraron con la trata, ni fueron europeos los que cazaban y secuestraban a personas africanas para ser vendidas como mano de obra esclava en América; fueron reinos e imperios de África los que cimentaron su poder en la venta de esclavos africanos a América, sin olvidar que durante siglos los poderes islámicos del norte de África y Oriente medio se lucraron con el comercio de esclavos del África subsahariana.

También fueron musulmanes los piratas berberiscos que asolaron las poblaciones costeras europeas del Mediterráneo durante siglos para capturar a mujeres y niñas europeas, luego vendidas como esclavas sexuales en los serrallos del mundo árabe.  

 

Resistencia popular a las reformas liberales

Mientras que buena parte de la oligarquía del Estado español (ejército, monarquía, Iglesia, burguesía) alentó o no supo frenar la entrada de las tropas francesas de Napoleón Bonaparte en 1808, las comunidades populares se organizaron para expulsar al ejército invasor en una guerra de guerrillas. Frente a los “derechos” que el Estado francés surgido de la Revolución francesa otorgaba a los ciudadanos, los habitantes de la Península ibérica optaron por la defensa de la democracia directa y del comunal, con las armas en la mano.

Europa se maravilló por la heroica defensa de las libertades que realizaron los pueblos ibéricos al oponerse con firmeza a las reformas liberales en el transcurso de las guerras napoleónicas y de las numerosas revueltas y guerras civiles que se produjeron a lo largo del siglo diecinueve y en la primera mitad del siglo pasado: tres guerras carlistas, Revolución cantonal, Semana trágica de Barcelona, Crisis de 1917, el mal llamado Trienio bolchevique, Guerra civil de 1936-1939, etc.

Los historiadores mercenarios bendicen la Constitución de 1812 promulgada por las Cortes de Cádiz y “olvidan” que las leyes liberales fueron elaboradas por un poder legislativo ilegítimo impuesto tras la celebración de elecciones con sufragio censitario masculino o durante los mandatos de los “espadones”, dictadores que alcanzaban el poder tras un pronunciamiento militar o al ser nombrados a dedo por la reina o el monarca de turno. Lejos de conceder libertades, la “Pepa” es la manifestación de un golpe militar que fortaleció el poder del Estado acabando con el mandato imperativo de las asambleas populares; constitución es sinónimo de dictadura parlamentaria frente a democracia directa; es implantación del capitalismo y privatización de los medios de producción frente a economía comunal; las siete constituciones de la historia del Estado español han garantizado el aumento de los impuestos y el funcionariado, el servicio militar obligatorio, el regreso del patriarcado y la destrucción de los valores de la comunidad rural tradicional a través de la escolarización obligatoria y la influencia de la prensa.

A cada revuelta, a cada guerra civil, le siguió la consiguiente represión brutal del ejército y de las nuevas policías liberales, como la execrable Guardia Civil creada en 1844 para facilitar el expolio de los bienes comunales justo unos años antes de la desamortización civil de Madoz, iniciada en 1855.

El Estado tuvo la habilidad y la desfachatez de arrebatar las tierras del común a sus legítimos propietarios, las clases populares, para ponerlas a la venta, incrementar el aparato estatal con los beneficios, consolidar una burguesía agraria vinculada a las instituciones de poder e hipotecar al campesinado que quiso conservar la soberanía sobre sus bienes de producción.

 

El mito de la República y la Guerra Civil

Otro mito histórico que hay que desterrar es el de las bondades de la Segunda República española (1931-1939). La monarquía borbónica había sido incapaz de implantar las reformas capitalistas que el ejército y las oligarquías del Estado anhelaban, así que éstas impulsaron una república que, lejos de conceder libertades, reprimió con el fúsil máuser la revolución en marcha de las clases populares. Las matanzas de la Guardia de Asalto republicana y de la Guardia Civil, fiel a la República, como las de Yeste o Casas Viejas, entre otras muchas, no impidieron las constantes protestas obreras, colectivizaciones agrarias y enfrentamientos armados contra las fuerzas del orden y los funcionarios del Estado por parte de un pueblo que anhelaba su pasado comunal. La Revolución de los mineros asturianos de 1934 fue solventada con la sangrienta intervención del ejército.

En verano de 1936 la revolución era un hecho y el Estado tuvo que frenarla con la llamada Guerra civil española. Lejos de lo que defiende el mito tantas veces recreado por el cine y la literatura, no existió un bando apoyado por el pueblo que luchó contra el fascismo, sino dos ejércitos del Estado cuyo principal cometido fue el de reprimir a las clases populares. Los fascistas de derecha masacraban a los hombres más valientes de la mitad del Estado, mientras implantaban una dictadura basada en la represión de las libertades, el capitalismo burgués y la represión sexual impuesta por la Iglesia católica; en la otra mitad del territorio, los fascistas de izquierda llegaron a enfrentarse con las armas del Estado republicano a las milicias populares para hacer lo propio, reprimir las libertades e instaurar un capitalismo de Estado que imitaba el modelo soviético.

Franco ganó la guerra no solo por el apoyo militar de Alemania e Italia, sino también por el rechazo de las clases populares a los gobiernos republicanos y por el sacrificio de miles de soldados marroquíes reclutados para la causa por el clero islámico.

Pese a la derrota del pueblo y el triunfo del Estado, cientos de miles de personas arriesgaron sus vidas para prestar apoyo logístico y dar alimento a los valerosos guerrilleros antifranquistas del maquis entre 1939 y 1956. Pero el Estado triunfó, y la consecuencia fue el brutal éxodo rural que acabó con la milenaria cultura popular tradicional, con sus conocimientos, valores y filosofía de vida basadas en la preeminencia de la libertad, el trabajo manual, la responsabilidad, la buena vecindad, el servicio desinteresado y el respeto al medio natural.

 

La dictadura franquista y su continuador, el Régimen de 1978

Más de seis millones de personas tuvieron que emigrar a las ciudades en las décadas de 1960 y 1970 para consagrarse al trabajo en la industria y los servicios, hacinándose en los pisos-basura de los arrabales. Este proceso migratorio sirvió para herir de muerte a las lenguas y manifestaciones culturales propias de los pueblos sometidos al Estado español.

Poco a poco, la sociedad se fue envileciendo por culpa del trabajo asalariado, la televisión, el alcohol y el hedonismo. La implantación del Estado “de bienestar” por parte del Régimen franquista, un Estado de bienestar aplaudido y defendido hoy por la “izquierda antifranquista”, arrebató a individuos y comunidades el hábito de hacer las cosas por sí mismos, dejándolas en manos de las ineficaces e inhumanas instituciones del Estado español dependientes de los distintos ministerios. Este proceso se aceleró con la muerte del dictador en 1975 y la implantación de su continuador, el Régimen de 1978.

Y es así como hemos llegado a esta situación de aniquilación de todo aquello que es humano. Pero la historia es una lucha permanente entre la libertad y la tiranía. La crisis de 2008-2014 significa el inicio del declive de la petulante sociedad contemporánea que activará la revolución popular integral. Son tiempos para el combate, y en él, mucho habrá que padecer, comprometerse y arriesgar.    

 

Texto escrito por Antonio Hidalgo en base al análisis histórico de Félix Rodrigo recogido en el Manual de la Revolución Integral, obra que será publicada en los próximos meses. Un texto muy similar al que compartimos en Virtud y Revolución formará parte del Manifiesto de la Revolución Integral que se difundirá esta primavera. Los siglos referenciados se han escrito sin usar la numeración romana para simbolizar nuestro rechazo a la romanización y su efecto devastador de las milenarias culturas populares ibéricas.

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