CRITICAR
O CONSTRUIR?
PARTICIPA
EN EL 7º ENCUENTRO POR LA REVOLUCIÓN INTEGRAL
La ideología dominante nos
empuja a ser críticos, y muchos creen que esa actitud es una virtud propia de
seres inconformistas que desean transformar la sociedad. En realidad, el
criticismo es una cárcel de amargura, una espina que clavamos a las personas
que conviven con nosotros y una trampa tendida para que nada cambie, para que
aceptemos con resignación que no se puede
hacer nada.
Por un lado, está la obsesión
por la defensa de “nuestros” “derechos”, un estado inducido de paranoia que nos
invita a vivir a la defensiva, en alerta por si alguien se atreve a
vulnerarlos. Políticos y sindicalistas nos han regalado los oídos con su verborrea
de los derechos hasta el punto de hacernos creer que somos como el niño actor
de la factoría Disney, esa celebridad
lejana, narcisista, más allá del bien y
del mal, reluciente como una estrella que da por sentado que el resto de
seres humanos tienen que profesarle veneración, al tiempo que se siente
liberado de cualquier obligación con sus iguales. El ciudadano derechohabiente
es un ídolo sin más mérito que el haber nacido, no con un pan debajo del brazo
como antaño, sino con cientos de derechos innatos concedidos por las leyes del
Estado; unos derechos que han convertido al ciudadano medio en el famoso que
escupe a sus fans desde la ventana y destroza la habitación del hotel en la que
acabará drogado y sodomizado por los accionistas de la multinacional para la
que trabaja. Y es que la religión de los
derechos permite contemplar cómo los mismos que coartan tu libertad,
secuestran tus horas, vampirizan tu energía, se apropian de la riqueza que has
generado con tu trabajo, manipulan tu pensamiento y programan tu biopolítica se
erigen como los héroes que salvaguardan tus inalienables derechos, al tiempo
que te enfrentan con tu pareja, con tu familia, con tus compañeros de trabajo y
con tus vecinos. Los derechos son un regalo envenenado que, ni merecemos ni nos
hacen bien alguno.
Por otro lado, está la
influencia de la psicología académica y de los espiritualismos del tipo New Age, que han convencido a muchos, y especialmente
a muchas, de que solo debemos tener tres amigas: Yo, mi Ego y mi Coño. Que el mundo se vaya a la mierda, que yo me
meto dentro de mi burbuja para masturbarme contemplando el Apocalipsis mientras
me deleito esnifando mi propio olor corporal. Y es que lo más importante de mi vida soy yo, mi vida soy yo, me tengo
que querer mucho a mí misma porque, si no me quiero yo, ¿quién me va a querer?
Lo primero, yo; lo segundo, yo; y lo tercero; y lo cuarto... Y así hasta que me
muera. Sola. O solo. Meditando mi introspección, relajando mi soma y buscando
mi felicidad hasta darme cuenta de que soy increíblemente infeliz, sin saber
que la felicidad no es más que aprender a valorar y cultivar la buena relación
con los demás, sin llegar a despreciarlos por no saber hacernos felices.
Otro losa que nos aplasta por el
peso del criticismo es la democratización de lo que no nos incumbe, meter la
cuchara en el plato de otro comensal para acabar escupiendo la sopa maldiciendo
al cocinero, y eso que nadie nos había invitado a comer. Nos creemos con
derecho a cuestionarlo todo. Los
políticos son unos ineptos, mi jefe es un hijo de puta, Abascal es un facha,
Irene Montero una vividora y Bill Gates un genocida.
-¡Dime
algo que no sepa!-
-Conducir-,
prosigue el chiste.
Porque la tragedia del criticismo
se debe a que no suele disparar sus flechas a las alturas del poder y acaba por
apuntar a la gente que nos rodea. Mi
compañera de trabajo es una inútil y mi vecina una furcia; mi cuñado es un
enterado y mi marido no me da lo que yo necesito, aunque ninguno de los dos
sepamos qué es lo que yo “necesito”. Me
voy a hacer youtuber para dar
lecciones de lo que no tengo ni idea, voy a escribir un libro aunque llevo años
sin leer ninguno y le voy a decir a la profesora de mi hijo cómo tiene que
corregir los exámenes, al tiempo que no voy a cuestionar el sistema educativo
estatal porque la culpa de todo solo la puede tener la profe que lo ha
suspendido. ¡Cómo se atreve! Tan nocivo es seguir a pies juntillas el
dictado de los expertos como poner continuamente en entredicho a nuestros
semejantes con un ataque demencial y nietzscheano. Mientras se ha democratizado
la crítica destructiva contra los seres humanos, la mayoría de las decisiones
que afectan gravemente a nuestras vidas las toman instituciones bien
organizadas y a las que nadie cuestiona, porque solo tenemos ojos para odiar a
nuestra pareja o al fulano de turno. Parece que nadie se quiere dar cuenta de
que cuando el presidente no gane las elecciones o se muera el psicópata de las
vacunas habrá otros muchos indeseables ávidos de poder que estarán dispuestos a
hacer lo que sea para ocupar el trono vacante.
Ya va siendo hora de ponernos
manos a la obra. Seamos constructores, no críticos. Construyamos una sociedad
que no tenga reyes corruptos, políticos incompetentes y jefes malnacidos,
porque seremos nuestros propios jefes, participaremos de todas las decisiones
que nos afectan al formar parte de un sistema de democracia real y seremos tan
responsables del devenir de nuestra sociedad, como de nuestras propias vidas.
Ya no tienes excusa. Deja de
rajar, no seas cansino. Tu madre ya está hasta las narices de que te pases la
cena ladrándole a la tele, insultando a un político que no te está escuchando. No
votes: sabes perfectamente que con tu voto estás legitimando la tiranía que
tanto cuestionas. Deja de mirar a los obreros y de explicarle al otro jubilado
cómo se tienen que colocar los ladrillos. El amor se demuestra en actos. Madruga.
Arremángate la camisa. Pasa a la acción. Y participa este verano en el séptimo
encuentro por la Revolución Integral que se celebrará en Santa Maria de Meià
(Lleida) los días 25, 26 y 27 de agosto. Los escritores de Virtud y Revolución trabajaremos contigo, codo con codo.
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