jueves, 21 de diciembre de 2023

"¿A cuánto va el ser humano?". Artículo de "Virtud y Revolución", nº6, septiembre de 2023


 ¿A CUÁNTO VA EL SER HUMANO?

Los precios suben y suben, los trabajadores cada vez son más pobres y el Estado se está forrando[1]. Al mismo tiempo, el intelectual más leído de los últimos años, el historiador Yuval Noah Harari, afirma sin pudor que los seres humanos solo tienen razón de ser en función de su valor económico. Igual que los dinosaurios se extinguieron, los humanos que no sean productivos, los que él denomina «clase inútil» o «gente superflua», serán eliminados, anticipa el profesor israelí, fanático del darwinismo[2]. Harari lleva el concepto Homo oeconomicus[3] hasta el extremo, a la esclavitud. Al prisionero de guerra se le podía perdonar la vida a cambio de que renunciara a su libertad y dignidad, dedicándose hasta la muerte al trabajo servil. El Estado hace muchos siglos que emprendió una guerra contra nosotros, la ha ganado y somos sus prisioneros, esclavizados o pronto ejecutados, en relación a nuestra valía como animal laborans[4]. Antes de preguntarnos quién eliminará a todas esas personas según Harari «improductivas», quiénes serán los nuevos nazis del siglo XXI a los que invoca el intelectual judío[5], no podemos más que constatar otro dato aterrador: mientras el precio de los macarrones, de los tomates, del pan, del pescado y de las sandías no para de subir, la carne humana se ha devaluado: los seres humanos nos degradamos.

En la década de los años 90 del pasado siglo todavía quedaban muchos yonquis en los barrios, aquellos que habían conseguido resistir los letales envites de la hepatitis, la malnutrición, los venenos que compraban en las calles para evadirse de sus monstruos interiores y los venenos que adquirían en las farmacias para combatir el sida, esa cosa rara que les diagnosticaban los curas con sotana blanca y que habían contraído como castigo divino por sus pecados de adicción o sodomía; un mal tan misterioso que, como los extraterrestres que nos visitan[6], probablemente no exista[7]. El yonqui era el ser humano más devaluado de su época. Extremadamente delgado, enfermo, pobre, peligroso, dejado, sucio, triste, patético. El miedo a contagiarnos de sida hacía que los chavales tuviéramos mucho cuidado de no pincharnos con las jeringuillas que los zombis de la heroína sembraban en los descampados de los arrabales.

Un mal pensado diría que el ayuntamiento eternamente socialista de Santa Coloma de Gramenet deseaba que los adolescentes nos drogáramos. Los que no lo hacíamos, teníamos que saltar con mucho cuidado las vallas del Institut Terra Roja, donde estudiaba, para poder jugar a la pelota en la pista de fútbol sala sin que nos vieran las patrullas de la policía local. Supuestamente, el recinto estaba cerrado por las tardes y festivos para que no se colaran toxicómanos, pero los yonquis se las ingeniaron para hacer un agujero en la valla metálica y acceder hasta el patio del instituto para pincharse. A ellos nunca les decía nada la policía. A nosotros nos llamaban la atención y telefoneaban a casa para meternos miedo. Curioso.

Una calurosa tarde de verano interrumpió el partido de fútbol uno de los compradores habituales del cercano Parque del Motocrós. Después de chutarse con el ritual del mechero, la cuchara, el papel de plata y la jeringa, el pobre desgraciado, acompañado de un hermano que se entregaba a los mismos vicios, quiso también chutar la pelota. Le dejamos hacer para evitar problemas. Resultó muy humillante para el joven de menos de treinta años caer al suelo al intentar, sin éxito, patear el balón. Con muchos problemas, consiguió incorporarse y se alejó de nosotros sin decir nada. Segundos después se desplomó y fue a caer bocabajo en una zona de hierbajos. Nosotros seguimos jugando, hasta que el hermano del toxicómano caído nos pidió ayuda. —Mi hermano se está muriendo—, nos dijo. Tenía una sobredosis; se les llamaba así, pero casi siempre se trataba de todo lo contrario ya que el contenido de heroína podía ser incluso del 5%, así que lo que mataba a los heroinómanos no era la heroína, sino la sustitución de ésta por venenos variados que provocaban reacciones alérgicas[8]. Mi amigo Kiko y yo nos miramos. Pedimos ayuda al resto del grupo, unos ocho chavales más. Ningún otro quiso ayudar. Tenían miedo, incluso alguno lo expresó: —No quiero que me pegue el sida—. Otro se atrevió a decir: —Él se lo ha buscado. Que se joda—. No hace falta recordar que en aquella época no había teléfonos móviles para avisar a emergencias; sobra decir que los adolescentes insolidarios eran los que yo consideraba mis amigos: David, Jorge, Jose…

Este recuerdo del pasado vino a mi cabeza al conocer una noticia que da la razón al malnacido de Harari: el ser humano ya no vale nada; solo se valoran sus bienes. El pakistaní Muhammad Hassan agonizó durante tres horas hasta morir a más de ocho mil metros de altitud en las proximidades de la cumbre del K2, sin guantes, sin abrigo y sin botella de oxígeno, tras una caída que se produjo cuando preparaba las cuerdas por las que los alpinistas que lo habían contratado debían ascender hasta la cumbre de la montaña más peligrosa del mundo. Unos ciento treinta escaladores pasaron por encima del cuerpo yaciente de Hassan, todavía con vida, sin ayudarle ni socorrerle; sin ofrecerle abrigo, agua u oxígeno; sin dirigirle siquiera unas palabras de consuelo. —No quiero que me impida cumplir mi sueño—, pudo decir un escalador; —he invertido mucho dinero en este viaje—, tal vez comentó una de las alpinistas mientras apoyaba su peso en la pierna fracturada de Hassan, que se retorcía de dolor. —Él se lo ha buscado. Que se joda—, debieron pensar los ciento treinta seres inmorales y repugnantes que dejaron morir al hombre que se jugaba la vida por un puñado de dólares[9]. Una de las que pisoteó al sherpa por el ansia de gloria y reconocimiento fue la famosa deportista noruega Kristin Harila[10]. Todo sea por obtener una nueva marca al ascender los catorce ochomiles en unos cuantos meses; todo sea por conseguir hacerse una foto en la cumbre, una imagen que a nadie importa lo más mínimo. ¿Quién se ocupará ahora de la madre enferma de Muhammad Hassan? ¿La campeona noruega? ¿Campeona de la infamia?

No hace falta subir tan alto para ser un bellaco. Hace unos meses, en un call center de Madrid, Inma, una de las trabajadoras, murió en su puesto de trabajo. Un “centro de llamadas” es una oficina en la que trabajan decenas de teleoperadores que atienden las llamadas de clientes de distintas empresas, casi siempre indignados y enfadados porque, tras ser timados por alguna multinacional que les suministra un servicio energético o de comunicación, no pueden ir a reclamar a un lugar físico para que les solucionen el incidente, así que el fraude puede perpetrarse con total impunidad. Los teleoperadores también se dedican a llamar insistentemente a cualquiera de nosotros para despertarnos, acosarnos e intentar vendernos una moto. Se trata, sin duda, de un “oficio” indigno, se mire por donde se mire, cementerio de titulados universitarios que no han encontrado un trabajo mejor y venden su tiempo a cambio de muy poco dinero, un régimen laboral de tipo militar y la certeza de que a los pocos meses serán reemplazados por otros incautos que todavía no se habrán quemado a causa de la degradación que supone realizar este tipo de trabajo.

Inma falleció de forma súbita. Sus compañeros se asustaron y se levantaron de la silla desatendiendo sus obligaciones. Los jefes de turno de la compañía Konecta ordenaron a las empleadas que volvieran al trabajo inmediatamente. Tras la indignación expresada por algunos trabajadores, la encargada de la sala les aseguró que tenían la obligación de mantenerse en su puesto porque realizaban un “servicio esencial”, un servicio tan imprescindible como el de atender a los usuarios de una empresa de suministro eléctrico... Así que los compañeros de la víctima tuvieron que seguir respondiendo a las llamadas de los clientes de Iberdrola[11] con el cadáver de su compañera a pocos metros de distancia durante aproximadamente cincuenta minutos, el tiempo que tardaron los servicios de emergencia en constatar el fallecimiento de Inmaculada, y el que tardó el juez en dictaminar su muerte para poder retirar el cuerpo sin vida de la fallecida y llevar sus despojos a la morgue[12]. ¿La dignidad de un fallecido y la salud mental de sus compañeros es menos “esencial” que los euros que hubiera dejado de ingresar la empresa Konecta en menos de una hora por permitir a sus empleadas salir a tomar el aire y reflexionar sobre lo sucedido?

Descansen en paz Inma y Muhammad. En paz pero desterrados de nuestra memoria: el filósofo y antropólogo Higinio Marín denuncia que en nuestra sociedad ignoramos a los muertos al considerar la muerte como algo obsceno[13]. Es por esa razón que los tanatorios se ubican a las afueras de las poblaciones y están construidos de tal manera que el finado queda oculto en una esquina, en el interior de una sala interior, acorazado entre cristales y maquillado. Todo para que nadie vea al muerto o, en su defecto, para que no parezca un cadáver. Hace mucho que los niños no van a entierros ni velatorios, no sea que alguno se dé cuenta de que es un ser mortal y no un pequeño dios al que sus padres idolatran. Es mejor incinerar que inhumar: hay que deshacerse del cuerpo para no tener que visitar la tumba de vez en cuando, como si en vez de tener un familiar muerto hubiésemos cometido un asesinato. Higinio Marín se lamenta de que en los rituales funerarios solo se consuela a los vivos y se ignora al fallecido, pues éste no tiene valor per se. También afirma que la muerte se ha vuelto irrelevante, que no merece la pena prestar atención al acontecimiento decisivo de nuestras vidas.

La sexualidad, ancestralmente privada, secreta, transgresora y maravillosa, se ha banalizado en la modernidad para convertirse en una cosa pública regulada por los Estados. El sexo, como todo lo personal, ahora es político; del sexo se tiene que hablar en la primera cita; nuestras relaciones sexuales se han convertido en una orgía multitudinaria en la que, además de los asustados practicantes, intervienen médicos, sexólogas, feministas, abogados y policías; el sexo se ha convertido para hombres, mujeres y niñas[14] en un reclamo constante con el que se mercadea. La muerte, en cambio, ha pasado a ocupar el lugar que antaño tenía en nuestras vidas la sexualidad —dadora de vida—, así que hemos sustituido el eros por la prostitución, la pornografía y la infertilidad, nos entregamos al tánatos y enviamos a nuestros muertos a vagar eternamente por el limbo de la ignorancia[15]. ¿Muerto? ¿Qué muerto? ¿Que se muere una empleada? Pues seguimos trabajando junto al cadáver como si no hubiera pasado nada… ¿Qué cadáver? ¡Es mucho más importante prestar un servicio a los vivos! ¿Qué se está muriendo el hombre que nos permite escalar una montaña? Pasamos —literalmente— por encima de él, vaya a ser que nos contagie la muerte.

Ignoramos que nosotros seremos los siguientes en abandonar el mundo de los vivos, convencidos de que la muerte es un accidente evitable, o al menos eso afirma el fantasioso sacerdote del transhumanismo, Yuval Noah Harari. Si ignoramos a nuestros muertos no aprendemos nada de los ancestros y acabamos siguiendo como corderitos los dictados de los sabihondos del poder: en eso consiste el progresismo. Harari le tiene tanto miedo a la muerte que, más que esconderla debajo de la alfombra, la niega, creyendo ingenuamente que sus tan admirados —como sobrevalorados— científicos podrán llegar algún día, no muy lejano, a poner fecha de caducidad al acto de morir[16]. ¿Los mismos científicos que fueron incapaces de curar un constipado van a librarnos de la muerte? ¿Esos que no se dieron cuenta de que había gato encerrado? ¿Los mismos científicos que contemplan impotentes cómo la esperanza de vida disminuye de forma significativa en las “sociedades avanzadas” son los que van a espantar a la parca?[17] ¿Aquellos que viven en países en los que la tercera causa de muerte son las prácticas yatrogénicas me convertirán en un dios, eterno y todopoderoso?[18]

Bueno... ¿Qué importa? Aunque consiguieran inventar el elixir de la eterna juventud en un laboratorio, a nosotros, los sin poder, nunca nos van a bendecir con la vida eterna. Tampoco la deseamos. Los únicos vampiros con los que sueña Harari son los tipos más ricos y poderosos, los mismos que promocionan sus panfletos, los únicos que podrían pagar el costosísimo precio de la inmortalidad, si es que la vida eterna fuera posible y tuviera un precio. Pero mucho me temo que el intelectual del poder, más tarde o más temprano, morirá. Su pequeño y contrahecho cuerpo será devorado por los gusanos, los mismos que convertirán en polvo a los multimillonarios a los que adula, las mismas larvas que se darán un festín con vuestros despojos y con los míos. La muerte nos iguala, algo que los fanáticos de la voluntad de poder y el capitalismo no pueden soportar[19].

Hay una relación clara entre la ocultación de la muerte, el deseo infantil y egoísta de inmortalidad, el desprecio por la vida de los demás y la ausencia de propósitos trascendentes en nuestras vidas. Nuestros coetáneos se han abandonado al egocentrismo, de manera que son incapaces de dedicar sus vidas a legar valiosos bienes inmateriales a todos aquellos que les sobrevivan; nuestros coetáneos se han abandonado al hedonismo, así que consumen su tiempo en la búsqueda de unos placeres sensoriales que mueren tan pronto como se alcanzan; nuestros coetáneos se han abandonado al epicureísmo, así que tienen tanto miedo a la enfermedad y a la muerte que prefieren ser esclavos de aquellos que aseguran ponerles a salvo[20], entregados a la comida, el alcohol, las drogas, el dinero, la adrenalina y las diversiones fingidas. Una vida sin propósitos relevantes finaliza con una muerte sin sentido.

Aquellos que malgastan sus vidas ocupando todo su tiempo en trabajar para ganar dinero y consagrarse al consumo de bienes y servicios superfluos[21] nunca tienen tiempo de realizarse como seres humanos; siempre insatisfechos, se empeñan en alargar eternamente su agonía, ignorando que el rumbo de su vida transita por un callejón que conduce inexorablemente al vacío. Cuando se ignora el amor por los demás y se sustituye por la voluntad de poder, el otro se percibe como un enemigo, un competidor que nos arrebatará nuestra porción de la tarta, un rival del que nos podremos aprovechar o un lastre en la consecución de objetivos tan insustanciales como un ascenso laboral en un call center o un ascenso hasta el pico del K2 para hacerse un selfie. Si nosotros mismos somos incapaces de tomar en serio nuestra propia vida, ¿cómo vamos a respetar la vida de los demás?

En Sobre la brevedad de la vida escribió Lucio Anneo Séneca: «Tenéis miedo de todo, como mortales que sois y, sin embargo, ambicionáis todas las cosas, como si fuerais inmortales. Oirás a la mayor parte de los humanos que dicen: “A partir de mis cincuenta años me retiraré a descansar, y cuando cumpla los sesenta abandonaré todas las ocupaciones”. ¿Y quién te garantiza, a fin de cuentas, que has de vivir una vida tan larga? ¿No será demasiado tarde comenzar a vivir cuando ha llegado ya el momento de morir? (…) Durante toda la vida debemos aprender a morir»[22]. No es un buen lugar para morir una triste oficina llena de ordenadores y luces fluorescentes, entre encargados sin escrúpulos; tampoco es una muerte digna fallecer de hipotermia en soledad, al tiempo que más de cien desconocidos bien abrigados te pasan por encima como si no existieras; como no es una buena forma de morir tener un colapso inducido por la droga en un infecto descampado de un barrio marginal, junto a un instituto de enseñanza de paredes prefabricadas, a causa de un pinchazo que prometía la felicidad pero es la causa y consecuencia de tu fracaso personal. Por esa razón, mi compañero Kiko y yo decidimos no seguir el criterio de la manada del grupo de amigos adolescentes, dejar a un lado nuestro miedo al sida y cargar con el cuerpo de ese yonqui anónimo al que conseguimos sacar del recinto escolar y llevar hasta una fuente próxima donde pusimos su cabeza bajo un chorro de agua fría. Su hermano empujó repetidas veces el cuerpo inconsciente del toxicómano hasta que los golpes activaron su organismo y permitieron que la sangre volviera a circular por sus maltrechas venas. No somos dioses, Harari, pero sí seres humanos que confían en sus congéneres; seres con corazón que no vemos al prójimo como un objeto del que podamos extraer algún beneficio; seres humanos que sacralizamos la vida humana.

Por esa razón, cuando, una semana después, en las proximidades de la discoteca Shadon, nos encontramos con el mismo yonqui y nos quiso quitar el poco dinero que llevábamos encima, lejos de lamentarnos, Kiko y yo nos miramos y sonreímos, al ver que el hombre estaba bien de salud, dentro de lo que cabía esperar. Uno de nuestros “amigos” aprovechó la circunstancia para justificar su cobardía y ausencia de humanidad y echarnos en cara que, el mismo tipo al que nos empeñamos en ayudar, ahora quería robarnos. Hicimos oídos sordos a sus palabras, bromeamos con el toxicómano y seguimos nuestro camino[23]. El yonqui no entendió nada, pues no se acordaba de nosotros. Tal vez muriese a las pocas semanas o meses por culpa de sus malos hábitos. Tal vez. O tal vez consiguiera encontrarle sentido a la vida, enterrar sus monstruos interiores, dejar las drogas y escapar del devaluado colectivo de carne para la picadora que Yuval Noah Harari denomina «clase inútil». Tal vez dejó de tontear con la muerte y de buscar insistentemente dañinos placeres fugaces para aceptar al fin su condición de mortal, de ser humano sufriente que acepta el reto de la vida, sus dificultades y su finitud, sin pretender evadirse de ella pretendiendo ser un Dios[24].    



[1] El espectacular aumento de los precios que estamos sufriendo ha permito al Estado español incrementar un 65% su recaudación tributaria. El Confidencial (8/6/2023).

[2] «La gente vive mucho más tiempo de lo que se esperaba y no hay dinero para pagar las pensiones y los tratamientos médicos (…) ¿Qué le ocurrirá al mercado laboral cuando la inteligencia artificial consiga mejores resultados que los humanos en la mayoría de las tareas cognitivas? ¿Cuál será el impacto político de una nueva clase de personas inútiles desde el punto de vista económico? (…) En el siglo XXI podemos asistir a la creación de una nueva y masiva clase no trabajadora: personas carentes de ningún valor económico, político o incluso artístico, que no contribuyen en nada a la prosperidad, al poder y a la gloria de la sociedad. Esta “clase inútil” no solo estará desempleada: será inempleable (…) Los humanos perderán su utilidad económica y militar, de ahí que el sistema económico y político deje de atribuirles mucho valor (…)». Extractos literales de la obra Homo Deus (2016) de Yuval Noah Harari. ¿Ninguna “asociación de ofendidos” ha denunciado por delito de odio a Harari por semejante apología del genocidio?

[3] Término usado en el siglo XIX para denunciar la visión del ser humano que tenían los economistas utilitaristas y capitalistas de corte liberal (John S. Mill, David Ricardo, Adam Smith), obsesionados con una idea mutiladora y reduccionista: el motor de toda acción humana es la búsqueda de la riqueza material.  

[4] Término acuñado por la filósofo germano-estadounidense Hannah Arendt en su obra La condición humana (1958) para referirse al ser humano de la modernidad, consagrado en cuerpo y alma a la producción y valorado socialmente por su productividad económica.

[5] «Debido a una creencia humanista intransigente en la sacralidad de la vida humana, mantenemos a personas con vida hasta que llegan a un estado tan lamentable que nos vemos obligados a preguntar: “¿qué es exactamente tan sagrado aquí?” (...) Quizá el hundimiento del humanismo también sea beneficioso (…) Mientras que Hitler y sus acólitos planeaban crear superhumanos mediante la cría selectiva y la limpieza étnica, el tecnohumanismo del siglo XXI espera alcanzar el objetivo de manera mucho más pacífica, con ayuda de la ingeniería genética, de la nanotecnología y de interfaces cerebro-ordenador (…) De ahí que el dataísmo amenace con hacer a Homo sapiens lo que Homo sapiens ha hecho a todos los demás animales». Extractos literales de la obra Homo Deus (2016) de Yuval Noah Harari. ¿Ninguna “asociación de ofendidos” ha denunciado por apología del Holocausto al israelí Harari? 

[6] El fenómeno ovni vuelve a chocar en Estados Unidos contra la falta de pruebas: “Declaran algo que ni siquiera han visto”, artículo de RTVE.es (30/7/2023) escrito por Samuel A. Pilar.

[7] Si usted tampoco se ha creído el cuento del sida ni confía en la industria farmacéutica, le recomiendo el texto Desmontar el sida de Lluís Botinas o ver el documental ELISA mató a Ruth, disponibles en el sitio de Plural-21; también la película Dallas Buyers Club (2013) de Jean-Marc Vallée.

[8] Consultar el informe: Adulterantes de las drogas y sus efectos en la salud de los usuarios: una revisión crítica (2019) publicado por la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (CICAD) de la Organización de los Estados Americanos (OEA). 

[9] Muere un sherpa subiendo el K2 y decenas de escaladores le pasan por encima sin prestarle ayuda. El Mundo (11/8/2023).

[10] Kristin Harila y “los récords vacíos”, artículo de Óscar Gorgoza. El País (1/8/2023).

[11] La obra social de la energética Iberdrola está dedicada en exclusiva a promocionar con mucho dinero la ideología feminista. ¿Qué feminismo apoya Iberdrola? ¿El de la defensa de la dignidad de la mujer de 60 años de clase trabajadora fallecida en su puesto de trabajo? ¿El de las empleadas de Konecta, malpagadas y obligadas a trabajar junto al cadáver de su compañera? ¿O tal vez el feminismo del empoderamiento de la encargada que obligó a sus congéneres a seguir trabajando con Inmaculada de cuerpo presente? Adivinen…

[12] Inma era teleoperadora, murió en la oficina y “no se paró el trabajo”: “Es un síntoma de deshumanización”, artículo de Laura Olías. elDiario.es (19/6/2023).

[13] Entrevista de Álvaro Espinosa y Josema Visiers a Higinio Marín en El Debate (12/8/2023). Consultar también El hombre y sus alrededores. Estudios de filosofía del hombre y de la cultura (2013) de Higinio Marín.

[14] Adolescentes y niñas prepúberes se contonean semidesnudas delante del teléfono móvil con bailes y gestos de reclamo sexual que luego comparten en sus redes sociales. Niñas y jóvenes acuden a playas y piscinas en tanga. ¿Se puede saber en qué están pensando sus padres?

[15] Historia de la sexualidad (1976), Michel Foucault.

[16] «Después de haber conseguido niveles sin precedentes de prosperidad, salud y armonía (…) es probable que los próximos objetivos de la humanidad sean la inmortalidad, la felicidad y la divinidad (…) y transformar a Homo sapiens en Homo Deus (...) Al buscar la dicha y la inmortalidad, los humanos tratan en realidad de ascender a dioses». Homo Deus (2016). ¿Harari se cree este cuento o nos toma por imbéciles? Mientras leía su libro no podía dejar de pensar en el soldado Svejk, el genial personaje de la obra cumbre de la literatura checa creado por Jarsolav Hasek. ¿Es tonto o se está quedando con todos nosotros?

[17] Preocupante disminución de la esperanza de vida en los países de la Unión Europea. Euronews (1/5/2023).

[18] El error médico, tercera causa de muerte en Estados Unidos, artículo de Live-Med (8/3/2018). Consultar también BBC (4/5/2016), Atlas Abogados (24/6/2019), El Confidencial (30/3/2017), IntraMed (18/7/2016) o France 24 (15/9/2019). Casualmente, casi todas estas informaciones fueron publicadas en tiempos prepandémicos. Sorprende la “inocencia” de Harari cuando afirma en Homo Deus (2016): «¿Qué harán durante todo el día científicos, inversores, banqueros y presidentes? ¿Escribirán poesía? (…) Como bomberos en un mundo sin fuego, en el siglo XXI la humanidad necesita plantearse una pregunta sin precedentes: ¿qué vamos a hacer con nosotros? En un mundo saludable, próspero y armonioso (…)».

[19] «Ved de quánd poco valor / son las cosas tras que andamos / y corremos / que, en este mundo traidor, /aun primero que muramos / las perdemos (…) Estos reyes poderosos / que vemos por escripturas / ya pasadas, / con casos tristes, llorosos, / fueron sus buenas venturas / trastornadas; / así que no ay cosa fuerte, / que a papas y emperadores / y perlados, /así los trata la muerte / como a los pobres pastores / de ganados». Versos de Jorge Manrique en Coplas por la muerte de su padre. ¡A ver si te enteras, Harari: te vas a morir, como todos los demás!

[20] «Puede llamarse feliz el que no desea ni teme nada, beneficiándose del uso de la razón». Frase extraída de la obra Sobre la felicidad, Capítulo VI, de Séneca.

[21] «Esas cosas que se ponen a la vista de todo el mundo (…) que muchos las enseñan a los otros con estupefacción, es cierto que por fuera brillan, pero por dentro son miserables. Busquemos algo, no solamente bueno en apariencia, sino sólido a la vez (…) Porque, en lugar de los placeres, en lugar de otras satisfacciones que son insignificantes y frágiles, además de perniciosas (…) surge un inmenso gozo, inquebrantable y continuado; entonces viene la paz en bella armonía con el espíritu, y la grandeza, en estrecha unión con la humildad». «Esos que olvidaron sus principios por el placer se verán privados de ambas cosas; porque pierden la virtud, y además no son ellos los que poseen el placer, sino que el placer los posee a ellos: o se sienten atormentados por el placer o su abundancia los estrangula». Fragmentos de la obra Sobre la felicidad de Séneca, Capítulos III y XIV.

[22] Capítulos IV y VII.

[23] «Te equivocas cuando preguntas cuál es la finalidad que me mueve a buscar la virtud: es como si quisieras conocer algo que puede existir por encima de lo supremo, más allá del fin. Me preguntas, ¿qué es lo que pretendo de la virtud? Ella misma; porque nada tiene que sea mejor». Fragmento de la obra Sobre la felicidad, Capítulo IX, de Séneca.

[24] ¿Cuánto más necesito para ser Dios? Recomiendo al lector que escuche la canción Jesucristo García de Extremoduro justo al acabar la lectura del presente texto.

"Tragué una luna de hierro". Selección de poemas adaptados de Xu Lizhi. Entrada en "Virtud y Revolución", especial de verano, nº5, agosto de 2023

 


A continuación, una selección de poemas del obrero industrial chino Xu Lizhi (1990-2014).

El mes de agosto no es mal momento para recordar que los trabajadores chinos apenas tienen vacaciones. Trabajan 12 horas al día 6 días a la semana, están obligados a realizar horas extra y reciben malos tratos físicos y verbales por parte de sus encargados. El modelo chino comienza a ser visto como única alternativa para Europa si la economía del viejo continente quiere ser competitiva frente a las emergentes potencias industriales asiáticas. No lo vamos a permitir. El trabajo tiene que ser libre y hacer mejor a la persona y a la sociedad, nunca debe ser una trituradora de seres humanos.

Xu Lizhi no pudo soportar las eternas jornadas laborales en la ciudad-fábrica de Foxconn, ni el enloquecedor trabajo repetitivo y robotizado de la cadena de montaje. Tampoco supo luchar por una vida digna ni plantar cara a sus amos, pero por suerte nos dejó un valioso testimonio en forma de preciosos poemas dotados de una gran sensibilidad y crudeza.

Descanse en paz Xu Lizhi quien, tal vez, participó del proceso de montaje del ordenador con el que acabo de escribir estas líneas.

Antonio Hidalgo Diego


Tragué una luna de hierro

 Tragué una luna de hierro,

que llaman tornillo.

Tragué desechos industriales y formularios de paro.

Me arrodillé ante las máquinas por las que mueren nuestros jóvenes.

Tragué trabajo, tragué pobreza,

tragué puentes peatonales, tragué toda esta vida oxidada.

Pero ya no puedo tragar nada más,

porque todo lo que trago se atraganta en mi garganta.

Hago llegar a todo mi país

este poema de vergüenza.


Así es como, de pie, me duermo

Al papel que tengo delante, amarillento,

le estampo con la pluma descuidados trazos negros

con palabras de trabajo:

taller, línea de montaje, maquinaria, cartilla,

horas extra, sueldo…

Yo solo obedezco.

No puedo luchar ni resistir;

no puedo denunciar ni maldecir;

solo extenuarme, sin hacerme oír.

Desde que llegué

espero con ansia, cada día 10, el cheque gris con mi salario,

tardío consuelo que otorga mi dueño.

Por esta paga limé asperezas, limé discursos,

renuncié a la huelga, renuncié a la baja, rechacé permisos,

no pude volver a casa un poco antes y hasta juré no llegar tarde.

Aquí clavado, junto a la línea de montaje, mis manos al vuelo.

Cuántos días claros, cuántas noches negras,

Así es como, de pie, me duermo.


El ejército de terracota de la cadena de montaje

 En la cadena están:

Xia Qiu.

Zhang Zifeng.

Xiao Peng.

Li Xiaoding.

Tang Xiumeng.

Lei Lanjiao.

Xu Lizhi.

Zhu Zhengwu.

Pan Xia.

Lian Xuemei.

Obreros que trabajan día y noche

y visten:

ropa antiestática,

gorras antiestáticas,

zapatos antiestáticos,

guantes antiestáticos,

muñequeras antiestáticas.

Todos preparados,

esperando órdenes,

hasta que suene la sirena

que les llevará de nuevo a la dinastía Qin.

 

Menú de un solo plato: carne recalentada

Carne recalentada con ajo.

Carne recalentada con melón amargo.

Carne recalentada con pimientos verdes.

Carne recalentada con tofu seco.

Carne recalentada con patatas.

Carne recalentada con col.

Carne recalentada con brotes de bambú.

Carne recalentada con brotes de loto.

Carne recalentada con cebolla.

Carne recalentada con tofu ahumado.

Carne recalentada con lechuga china.

Carne recalentada con apio.

Carne recalentada con zanahoria.

Carne recalentada con brotes de soja.

Carne recalentada con judías verdes.

Carne recalentada con judías en escabeche.

La carne recalentada de Xu Lizhi.


Sé que llegará un día

Sé que llegará un día

cuando los que conozco, y los que no,

entren en mi cuarto

para recoger mis restos

y limpiar las manchas de sangre ennegrecidas que he derramado en el suelo.

Pondrán la mesa en su sitio, igual que las sillas volcadas;

barrerán la basura, ya enmohecida;

descolgarán la ropa tendida en el balcón…

Alguien me ayudará a terminar un poema inconcluso;

alguien me ayudará a terminar el libro interrumpido;

alguien me ayudará a encender la vela apagada.

Y al final, abrirán las cortinas tantos años cerradas,

para que la luz entre un rato.

Después, las cerrarán otra vez, por completo.

Todo el proceso habrá sido ordenado y solemne.

Y cuando todo esté limpio

saldrán en fila, uno tras otro,

y alguien me ayudará a cerrar con cuidado la puerta frente a mis ojos.


Un tornillo cayó al suelo 

Un tornillo cayó al suelo

en su negra noche de horas extras.

Cayó vertical y tintineando

sin atraer la atención de nadie.

Cayó justo en el mismo sitio

en el que alguien pasó una noche entera

allí tirado en el suelo.

"¿Criticar o construir?" Editorial de la revista "Virtud y Revolución", nº4, julio de 2023

 



CRITICAR O CONSTRUIR?

PARTICIPA EN EL 7º ENCUENTRO POR LA REVOLUCIÓN INTEGRAL

La ideología dominante nos empuja a ser críticos, y muchos creen que esa actitud es una virtud propia de seres inconformistas que desean transformar la sociedad. En realidad, el criticismo es una cárcel de amargura, una espina que clavamos a las personas que conviven con nosotros y una trampa tendida para que nada cambie, para que aceptemos con resignación que no se puede hacer nada.

Por un lado, está la obsesión por la defensa de “nuestros” “derechos”, un estado inducido de paranoia que nos invita a vivir a la defensiva, en alerta por si alguien se atreve a vulnerarlos. Políticos y sindicalistas nos han regalado los oídos con su verborrea de los derechos hasta el punto de hacernos creer que somos como el niño actor de la factoría Disney, esa celebridad lejana, narcisista, más allá del bien y del mal, reluciente como una estrella que da por sentado que el resto de seres humanos tienen que profesarle veneración, al tiempo que se siente liberado de cualquier obligación con sus iguales. El ciudadano derechohabiente es un ídolo sin más mérito que el haber nacido, no con un pan debajo del brazo como antaño, sino con cientos de derechos innatos concedidos por las leyes del Estado; unos derechos que han convertido al ciudadano medio en el famoso que escupe a sus fans desde la ventana y destroza la habitación del hotel en la que acabará drogado y sodomizado por los accionistas de la multinacional para la que trabaja. Y es que la religión de los derechos permite contemplar cómo los mismos que coartan tu libertad, secuestran tus horas, vampirizan tu energía, se apropian de la riqueza que has generado con tu trabajo, manipulan tu pensamiento y programan tu biopolítica se erigen como los héroes que salvaguardan tus inalienables derechos, al tiempo que te enfrentan con tu pareja, con tu familia, con tus compañeros de trabajo y con tus vecinos. Los derechos son un regalo envenenado que, ni merecemos ni nos hacen bien alguno.

Por otro lado, está la influencia de la psicología académica y de los espiritualismos del tipo New Age, que han convencido a muchos, y especialmente a muchas, de que solo debemos tener tres amigas: Yo, mi Ego y mi Coño. Que el mundo se vaya a la mierda, que yo me meto dentro de mi burbuja para masturbarme contemplando el Apocalipsis mientras me deleito esnifando mi propio olor corporal. Y es que lo más importante de mi vida soy yo, mi vida soy yo, me tengo que querer mucho a mí misma porque, si no me quiero yo, ¿quién me va a querer? Lo primero, yo; lo segundo, yo; y lo tercero; y lo cuarto... Y así hasta que me muera. Sola. O solo. Meditando mi introspección, relajando mi soma y buscando mi felicidad hasta darme cuenta de que soy increíblemente infeliz, sin saber que la felicidad no es más que aprender a valorar y cultivar la buena relación con los demás, sin llegar a despreciarlos por no saber hacernos felices.

Otro losa que nos aplasta por el peso del criticismo es la democratización de lo que no nos incumbe, meter la cuchara en el plato de otro comensal para acabar escupiendo la sopa maldiciendo al cocinero, y eso que nadie nos había invitado a comer. Nos creemos con derecho a cuestionarlo todo. Los políticos son unos ineptos, mi jefe es un hijo de puta, Abascal es un facha, Irene Montero una vividora y Bill Gates un genocida.

-¡Dime algo que no sepa!-

-Conducir-, prosigue el chiste.

Porque la tragedia del criticismo se debe a que no suele disparar sus flechas a las alturas del poder y acaba por apuntar a la gente que nos rodea. Mi compañera de trabajo es una inútil y mi vecina una furcia; mi cuñado es un enterado y mi marido no me da lo que yo necesito, aunque ninguno de los dos sepamos qué es lo que yo “necesito”. Me voy a hacer youtuber para dar lecciones de lo que no tengo ni idea, voy a escribir un libro aunque llevo años sin leer ninguno y le voy a decir a la profesora de mi hijo cómo tiene que corregir los exámenes, al tiempo que no voy a cuestionar el sistema educativo estatal porque la culpa de todo solo la puede tener la profe que lo ha suspendido. ¡Cómo se atreve! Tan nocivo es seguir a pies juntillas el dictado de los expertos como poner continuamente en entredicho a nuestros semejantes con un ataque demencial y nietzscheano. Mientras se ha democratizado la crítica destructiva contra los seres humanos, la mayoría de las decisiones que afectan gravemente a nuestras vidas las toman instituciones bien organizadas y a las que nadie cuestiona, porque solo tenemos ojos para odiar a nuestra pareja o al fulano de turno. Parece que nadie se quiere dar cuenta de que cuando el presidente no gane las elecciones o se muera el psicópata de las vacunas habrá otros muchos indeseables ávidos de poder que estarán dispuestos a hacer lo que sea para ocupar el trono vacante.

Ya va siendo hora de ponernos manos a la obra. Seamos constructores, no críticos. Construyamos una sociedad que no tenga reyes corruptos, políticos incompetentes y jefes malnacidos, porque seremos nuestros propios jefes, participaremos de todas las decisiones que nos afectan al formar parte de un sistema de democracia real y seremos tan responsables del devenir de nuestra sociedad, como de nuestras propias vidas.

Ya no tienes excusa. Deja de rajar, no seas cansino. Tu madre ya está hasta las narices de que te pases la cena ladrándole a la tele, insultando a un político que no te está escuchando. No votes: sabes perfectamente que con tu voto estás legitimando la tiranía que tanto cuestionas. Deja de mirar a los obreros y de explicarle al otro jubilado cómo se tienen que colocar los ladrillos. El amor se demuestra en actos. Madruga. Arremángate la camisa. Pasa a la acción. Y participa este verano en el séptimo encuentro por la Revolución Integral que se celebrará en Santa Maria de Meià (Lleida) los días 25, 26 y 27 de agosto. Los escritores de Virtud y Revolución trabajaremos contigo, codo con codo.



"Hablemos con propiedad del problema que nos okupa". Artículo de "Virtud y Revolución", nº3, junio de 2023


HABLEMOS CON PROPIEDAD DEL PROBLEMA QUE NOS OKUPA

PASADO

Con veintimuchos años me tocó por sorteo la adjudicación de un piso de protección oficial. Mi familia me felicitaba, como si yo hubiera sido el héroe de una gran hazaña, como si me hubiera tocado la Primitiva. Tal vez porque en la triste década de los años 2000, la época de la llegada masiva de inmigrantes extranjeros, el divorcio como forma de matrimonio, el consumo de cocaína, las vacaciones low cost en avión, las tetas de silicona, Operación Triunfo y Gran Hermano, el precio de la vivienda se convirtió en un producto de lujo. El acceso a una vida bajo techo pasó de ser la excusa del tándem Estado-capitalismo para esclavizar hasta la muerte a la gente de clase trabajadora con la firma de una hipoteca, a ser un privilegio de funcionarios del Estado, directivos de la gran empresa e hijos de papá, los únicos que se podían permitir el lujo de no vivir con sus padres hasta la senectud.

El proceso burocrático se alargó tanto que explotó la burbuja inmobiliaria y solo seis o siete parejas tuvimos la bula de la caja de ahorros y el préstamo concedido, quedando excluidos el resto de “afortunados” en el sorteo, sin acceso a una vivienda VPO, a esa a la que tenían “derecho” porque lo dice la Constitución y lo decía el presidente Zapatero, pero que seguirían viviendo en casa de sus padres por la sencilla razón de ser pobres y haberse quedado en el paro por la crisis de 2008. Así que la mayoría de los pisos de “la Torre de Pirineos”, como era conocida la promoción inmobiliaria de la corruptísima empresa municipal sociata Gramepark[1], quedaron deshabitados y a mí me tocó, también por sorteo, ser el presidente de la nueva comunidad. ¡La suerte me sonreía!, pensaba yo mientras subía las escaleras del edificio porque, como casi siempre, los ascensores estaban estropeados a causa del vandalismo de los niños de la simpática familia musulmana que vivía en el 5º 4º.

Nunca entendí muy bien por qué tenía que estar agradecido por tener que pagar, mensualmente y durante 25 años, un montante de 209.000 euros más un tipo de interés variable y escandaloso para vivir en un cuarto piso construido con materiales de ínfima calidad, mal aislado del frío y del calor, peor insonorizado, con unas muy ecológicas placas solares que nunca funcionaron y en el barrio más ventoso y triste de Santa Coloma de Gramenet, al lado del Parque del Motocross. Cuando salía al balcón, me deleitaba con las maravillosas vistas: al otro lado de la calle se podía ver un edificio repleto de pisos patera en los que vivían decenas de pakis que hablaban constantemente a través del teléfono móvil y se acariciaban los pies. Salía a la calle a comprar el pan, a subir y bajar cuestas, a respirar el aire de los tubos de escape, a sortear los autobuses amarillos, a cambiar de acera para no pasar justo al lado de los gitanos que trapicheaban y ponían a todo volumen el hilo musical del barrio del Raval de Santa Rosa, y volvía a casa con una barra de pan descongelado comprada en un badulaque, un producto más tóxico que una lechuga de Chernobyl, pero es que no había otro tipo de comercios en el barrio. En mi bloque se vendía droga y en un 7º piso había un taller chino de confección que trabajaba en régimen 24/7. En la azotea, unos niñatos hacían botellón y apedreaban las placas solares para después hacer pintadas y cagarse en los ascensores. Los cuatro hijos de mi queridísimo y muy religioso vecino de arriba se pasaban las noches correteando por el piso con zuecos de madera.

Mientras los hijos y los nietos de los obreros que llevaban décadas cotizando a la seguridad social, pagando impuestos, respetando las leyes y votando en las elecciones municipales al Partido Socialista se quedaban sin su pisito en la calle Pirineos, el bloque se llenaba de okupas, hijos y nietos de gente que nunca había trabajado ni pagado impuestos, que no cumplían las leyes ni tampoco se habían molestado en acudir a los colegios electorales a ejercer su “derecho al voto”. El Ayuntamiento reaccionó, y para que no fuesen okupados los pocos pisos que todavía estaban vacíos, rellenaron la promoción con indeseables de todo tipo, una cuidadosa selección de lo peor de cada región de África, Asia y Europa, gente a la que le dieron el mismo piso que a mí, pero sin tener que pagarlo. Okupas, clientes de la sopa boba y pringados pagalotodo constituíamos los tres colectivos que convivían en un edificio forrado de placas de colorines, para que todos los transeúntes supieran que los que allí vivíamos portábamos el estigma de la marginalidad.

 

PRESENTE

La crisis económica de 2008 provocó las tibias protestas del 15-M, y éstas, para evitar males mayores, comportaron el nacimiento de una nueva izquierda, “radical y revolucionaria”, que prometió acabar con la casta y canalizó hacia las urnas toda la mala hostia que afloraba de los poros de todos aquellos que soñaban con seguir trabajando duro para quemar sus vidas fumando hachís marroquí, conduciendo un BMW Serie 1 y llevando a sus hijos a Eurodisney. Pero los podemitas llegaron al gobierno y se convirtieron en casta. ¡Quién lo hubiera imaginado! De la sobredosis de cocaína que esperaban conseguir, los votantes de la izquierda solo han recibido una sobredosis de feminismo, ecologismo de postureo, bancos pintados con los colores del arcoíris, manadas de violadores, Netflix, más tecnología, más soledad, más mascotas y menos niños, trabajos que son un infierno y un trauma colectivo en forma de dictadura sanitaria.

De las asambleas del 15-M hemos pasado a un tipo de protesta que se limita a intercambiar memes en las redes sociales o, en su defecto, atiborrarse de psicofármacos con receta y/o suicidarse, porque cada vez menos personas soportan esta vida de mierda. Pero, por si acaso, el mismo Estado que fabricó Podemos ha diseñado Vox, partido que es tendencia en la primavera-verano de 2023. Las modas siempre vuelven, desde los pantalones con pata de elefante hasta el fascismo rancio de toda la vida, el fascismo de derechas. Y como repetir el golpe de Estado del 36 ha quedado más obsoleto que el respeto y los valores, los medios de comunicación se inventan polémicas de laboratorio que crispan, dividen, polarizan y embaucan a los ciudadanos para que muerdan alguno de los anzuelos en forma de partido político, siendo ahora el gusano más picante el de la formación de Abascal. Y la polémica estrella de las elecciones de 2023 ha sido, sin duda, el problema de la okupación.  

Vox promete defender el “derecho de propiedad”, pero este derecho nunca ha existido en las sociedades capitalistas. Fue el Estado el que creó la burguesía, una clase social caracterizada por ser terrateniente o propietaria de los medios de producción. La burguesía capitalista nació como consecuencia de las revoluciones liberales protagonizadas por el ejército. El crecimiento del Estado requería de altos funcionarios, industriales, grandes empresarios, banqueros, notarios, abogados, ingenieros, procuradores, arquitectos, peritos, médicos y catedráticos; el Estado expropió por la fuerza de las leyes y las armas los bienes comunales a las clases populares mediante los procesos de desamortización, los puso a la venta por subasta y estos bienes acabaron concentrados en pocas manos. ¿El capitalismo defiende la propiedad privada? No. Más bien se basa en la expropiación de la propiedad de las gentes para configurar una clase de grandes propietarios, siendo el Estado el primero de todos ellos.   

Un Estado que cobra el Impuesto sobre Bienes Inmuebles (IBI) vulnera el supuesto “derecho de propiedad”. Un Estado que cobra el Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones vulnera el supuesto “derecho de propiedad”. Un Estado que cobra la plusvalía municipal por vender un inmueble vulnera el supuesto “derecho de propiedad”, sin olvidar la declaración de la renta o los imaginativos impuestos sobre “movilidad” o “basuras”. ¿Acaso Vox piensa suprimir estas tasas? En absoluto: su presupuesto y éxito electoral dependen de la recaudación de impuestos.

Unos cuantos pisos de la Torre de Pirineos estaban asignados a vecinos a los que el Ayuntamiento había decidido tirar sus casas, expropiar los terrenos, apropiárselos y construir edificios VPO para obtener ingresos legales, y también ilegales, a través de la pantagruélica corrupción urbanística del Partit dels Socialistes de Catalunya[2]. Estos vecinos tuvieron que cambiar de barrio y fueron “recompensados” con un precio de expropiación muy inferior al del coste de adquisición de la nueva vivienda, así que tuvieron que hipotecarse para pagar la diferencia -siendo todos ellos mayores de 55 años de edad- o renunciar a su “derecho de propiedad” para vivir en régimen de alquiler social. ¿Piensa Vox anular este tipo de expropiaciones? Ya conocen la respuesta.

Los “propietarios” no pueden desarrollar actividades económicas autosuficientes en su inmueble si no les conceden los costosos y laberínticos permisos burocráticos. No se puede edificar, tener animales, elaborar alimentos, gestionar el arbolado, extraer aguas subterráneas, generar energía, fabricar productos, alojar huéspedes o realizar cualquier otra actividad económica sin el correspondiente beneplácito y fiscalización del Leviatán. Los “propietarios” tienen que pagar elevadas tasas por hacer obras y reformas en su propia casa. ¿Es esto “propiedad privada”? ¿Piensa Vox instaurar de una vez por todas el “derecho de propiedad”? En absoluto, pues este “derecho” nunca ha existido en la “sociedad de los derechos”, la capitalista, y porque los Estados los otorgan, los regalan y presumen de ellos, pero rara vez los contribuyentes se benefician de sus inalienables “derechos”.

Vox está siendo el primer beneficiado del problema de la okupación, un problema que alienta el mismo Estado que ha creado e impulsado este partido de ultraderecha. Mientras la izquierda de los años 90 coreaba consignas a favor de la okupación como símbolo de lucha anticapitalista, la mayor parte de la okupación, lejos de ser anticapitalista, es una forma más de capitalismo. Como presidente de la comunidad tuve una entrevista surrealista con un patriarca gitano que negoció conmigo las condiciones del negocio que este hombre y su familia estaban emprendiendo: tener el monopolio del alquiler de los pisos y plazas de parking que estaban okupando en la Torre de Pirineos, así como la exclusividad de la venta de droga en esas viviendas. A cambio, le pedí que los inquilinos fuesen buenos vecinos, que no hicieran ruido por las noches, no destrozaran las instalaciones comunes y no robaran ni agredieran a sus nuevos vecinos. El patriarca intentó cumplir con su palabra, siendo relativamente eficaz en su cometido.

Porque es este, y no otro, el gran problema de la okupación: que los únicos perjudicados son las personas de las clases populares, no los grandes propietarios, ni mucho menos el Estado, que se limita a enviar a jóvenes con “aspecto alternativo” en categoría de trabajadores sociales que realizan mediaciones entre vecinos afectados y okupas, como si el vecino que paga, trabaja y no molesta a nadie esté en igualdad de condiciones que el que no paga, no trabaja y hace la vida imposible a sus vecinos. La única vez que llamé a la policía fue una noche de tantas en la que los vecinos de arriba no me dejaban dormir y se negaron a escuchar mis justas razones, pero la policía no vino porque nunca acudía cuando la llamada provenía de una de las viviendas de la Torre de Pirineos.    

 

FUTURO

Para solucionar el problema de la okupación, Vox promete más policía, esa que no acudía a las llamadas de los vecinos de mi bloque, y que en comisaría aseguraba “no poder hacer nada”, “tener las manos atadas” o recomendaba “llamar a una empresa de desokupación”. Vox propone que el Estado sea la solución de un problema que el mismo Estado genera y es incapaz de resolver.

Uno de los principales activos en la campaña electoral del partido de color verde es la propaganda que le está brindando la empresa Desokupa, un grupo de seguratas de discoteca y matones con cabeza rapada que se han autoerigido como “defensores del pueblo”, sin que el pueblo se lo haya solicitado. Pagar para que una empresa expulse de tu casa a los que te la han arrebatado no parece una solución sensata ni inteligente, pues solo puede servir para que más indeseables se atrevan a okupar viviendas para recibir el dinero que se reparten a pachas con la empresa intermediaria, otra de las grandes beneficiadas del problema que aseguran combatir.  

Pero la cobardía, la soledad y la destrucción de los vínculos familiares y de vecindad impiden que los afectados por la okupación puedan resolver el problema por sí mismos, así que tienen que recurrir a la “justicia” del Estado, y como ésta defiende siempre los intereses de aquellos que carecen de valores y dinamitan la convivencia, no tienen más remedio que pagar y confiar en los musculados empleados de Desokupa, los camisas pardas del siglo XXI. Mientras tanto, los medios de comunicación se cuidan mucho de ocultar los casos en los que los vecinos de una barriada han trabajado conjuntamente para organizarse, coger las armas, establecer una estrategia y expulsar a los okupas que le hacían la vida imposible a los miembros de su comunidad. Aunque moleste a bienpensados y pacifistas, la autodefensa comunitaria es el único camino, el camino que la comunidad de Pirineos no se atrevió a tomar por falta de atrevimiento y cohesión vecinal.

No pocos hippies y seguidores de la Nueva Era creen que el suelo que pisamos no debe pertenecer a nadie, es la Pachamama, la madre naturaleza; los seres humanos –aseguran- somos una especie depredadora, alimañas que deberíamos desaparecer por el bien del planeta que nos acoge y nos colma con sus dones. Este argumento chupiguay, qué casualidad, no hace más que legitimar que los Estados y sus grandes propietarios acumulen, año tras año, casi todos los medios de producción y se los arrebaten a sus legítimos propietarios, las comunidades populares. La tierra no debe ser una reserva natural, vaciada de pobladores humanos; la tierra no tiene que ser “salvada” ni “protegida” por aquellos que la están esquilmando (Estados y gran empresa). La tierra debe ser propiedad de las comunidades humanas que la habitan para que gestionen sus recursos mediante un régimen político de democracia directa por asambleas, el único que puede impedir los abusos del Estado, la concentración de propiedad capitalista y la destrucción del medio ambiente.

Debemos recuperar el comunal que nos arrebató el Estado. Y el comunal, no se nos olvide, es una forma de propiedad. Los bosques, los pastos, las aguas, las tierras de labor, los alimentos que da la tierra, el viento y el sol, deben ser propiedad exclusiva de los habitantes que pueblan cada territorio y gestionan colectivamente el aprovechamiento de esos recursos. Al mismo tiempo, la libertad individual solo se puede ejercer si todos tenemos una casa que sea nuestra, un huerto y unos bienes personales. La propiedad comunal debe convivir con la propiedad familiar.

Que no se nos olvide: la propiedad no es un derecho otorgado por el Estado sino que es el instrumento de nuestra libertad y de nuestro bienestar. Debemos proteger nuestra propiedad -tanto la comunal, como la familiar- por todos los medios que sean necesarios, gestionarla de manera eficiente y sostenible, mantenerla en buen estado mediante el trabajo y legársela con orgullo a nuestros descendientes. Defenderemos nuestra casa frente a militares, policías, ladrones, okupas, políticos, banqueros, trabajadores de los servicios sociales y frente a todos aquellos que pretendan arrebatarnos nuestras propiedades y nuestras libertades.   

 

ANTONIO HIDALGO DIEGO

 

 

Defenderé la casa de mi padre. / Contra los lobos, contra la sequía, contra la usura, contra la justicia, /  defenderé la casa de mi padre. / Perderé los ganados, los huertos, los pinares; / perderé los intereses, las rentas, los dividendos, / pero defenderé la casa de mi padre. / Me quitarán las armas / y con las manos defenderé la casa de mi padre; / me cortarán las manos / y con los brazos defenderé la casa de mi padre; / me dejarán sin brazos, sin hombros y sin pechos, / y con el alma defenderé la casa de mi padre. / Me moriré, se perderá mi alma, se perderá mi prole, / pero la casa de mi padre seguirá en pie.

Poema -traducido del euskera- de Gabriel Aresti.      



[1] Gramepark, en el epicentro de la trama de Santa Coloma, está al borde (de la) quiebra con (un) agujero (de) 85 millones (Cinco Días, 31/10/2019).

[2] Condenados los 11 acusados por el ‘Caso Pretoria’ de corrupción urbanística en Barcelona (El País, 2/7/2018). Que en las elecciones municipales del 28 de mayo haya vuelta a arrasar electoralmente el PSC en ciudades del extrarradio de Barcelona donde los gobiernos de izquierda tienen a los barrios obreros en situación de total abandono, como Santa Coloma de Gramenet o L’Hospitalet de Llobregat (donde gobierna desde hace 15 años la investigada Núria Marín) revela que, o la mayoría de los votantes son inmunes a la pésima gestión y la corrupción más flagrante, o que los socialistas tiene la victoria casi asegurada gracias a las redes clientelares que con tanto esmero han tejido desde hace décadas, y por las que buena parte de los votantes tiene su sueldo secuestrado por antojo del gobierno municipal.


 

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