jueves, 18 de febrero de 2021

DE RAPEROS Y POLICÍAS


 

Pablo Hasél es un idiota, un letrista torpe y un peor músico. Un ser pequeñito e insignificante que se ha hecho famoso sin saber cómo ha ocurrido. Un “revolucionario” de pacotilla. El rapero más citado de un país en el que a casi nadie le gusta el rap. Hasél es un cantante blanco que todavía no se ha dado cuenta de que no es negro. Pablo Rivadulla Duró ‘Hasél’ (de nombre artístico árabe, porque todo lo islámico mola y es muy progre) presenta un aspecto desaliñado que contribuye a que caiga mal a casi todo el mundo. Su música no tiene apenas seguidores. Antes de que empezara la última función del circo mediático de turno, Hasél era un artista desconocido, el payaso triste y gruñón del circo, el “intelectual” enfadado que destila bilis cada vez que coge el micrófono, una bilis que se torna dulce néctar a oídos del Estado y la gran empresa capitalista a la que cree combatir con sus canciones. Porque, como buen comunista, Pablo Hasél es un “niño” pijo de 32 años, el hijo de papá de un rico empresario de la construcción que provocó la desaparición de la Unió Esportiva de Lleida tras dejar el club con una deuda de 10 millones de euros, y el nieto de un teniente franquista que se dedicó a masacrar a combatientes revolucionarios del maquis en el Valle de Arán en octubre de 1944.

Pero, por encima de todo, Pablo Hasél es un pringado. Mientras que el perrito ladrador Willy Toledo, el chihuahua del cine español, ese pésimo actor y polemista tuitero, lleva muchos años viviendo del cuento a merced de su papel de falso revolucionario al servicio del poder, al rapero catalán le ha tocado ser chivo expiatorio del último culebrón orquestado por el CNI. El palmero del Che Guevara, Stalin y distintos grupos paramilitares al servicio de las cloacas del Estado español, ha sido varias veces condenado por su frenética labor como letrista y activista “antisistema”. Hasél ha sido detenido por ‘enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona’ y su detención, lejos de haber pasado desapercibida como las otras veces, ha propiciado una más bien poco espontánea oleada de indignación que está recorriendo las calles de diferentes ciudades con manifestaciones de protesta y enfrentamientos violentos con la policía.  

¿Quiénes son los indignados? Los mismos de siempre. Antifas encapuchados que queman contenedores de basura, tiran piedras y petardos, trazan las manoseadas pintadas de turno y actúan al compás de la policía en una coreografía mil veces ensayada, en una especie de combate de wrestling más falso que una peseta de madera, en un toma y daca del gato y el ratón, en una batalla urbana precocinada a modo de protesta social de la que la sociedad ni participa ni apoya, porque es cosa de la policía, de sus confidentes y de los reporteros que toman las imágenes que nos arrojan los noticieros. Las manifestaciones en solidaridad con Pablo Hasél son tan poco revolucionarias como las canciones que han llevado al cuartelillo al rapero leridano.

Mientras los medios de comunicación denuncian tamaña injusticia que atenta contra la libertad de expresión, las redes sociales continúan censurando contenidos verdaderamente revolucionarios. Mientras Hasél se hace el malote con sus letras antimonárquicas, la obra ¿Qué pasó en Alcàsser? de Juan Ignacio Blanco, bastante más despiadada con la figura del rey, sigue siendo el único libro censurado en la España del Régimen de 1978. Mientras Hasél incendia las calles con sus canciones, el Estado está aplastando nuestras libertades fundamentales con la excusa de proteger nuestra salud. Mientras los “antifascistas” se enfrentan a la policía, la policía multa, niega libertades, maltrata, agrede, zurra y tortura como hacía años que no se veía, a cada vez más personas de a pie por no llevar la dichosa mascarilla o por saltarse el confinamiento. Mientras la opinión pública mira la fea cara de Hasél, los medios de comunicación distraen la atención de lo que está ocurriendo, que no es otra cosa que la implantación de una dictadura totalitaria y liberticida dirigida por un gobierno de la misma izquierda que defiende Hasél, y consentida por la misma derecha a la que Hasél critica. Que Pablo Hasél haya sido detenido en una universidad, antigua sacristía vetada a la policía, dice mucho de “nuestra” más que supuesta “democracia”. Que los Mossos d’Esquadra hayan dirigido la operación policial de detención del rapero, dice mucho de este cuerpo y de su adhesión al sistema de represión del Reino de España.  

Pablo Hasél es un idiota.

¡Libertad para Pablo Rivadulla Duró! Porque la palabra, no delinque.

 

ANTONIO HIDALGO DIEGO

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