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viernes, 24 de diciembre de 2021

¡FELIZ NAVIDAD! Editorial de "Amor y Falcata" de diciembre de 2021

 


‘La verdadera patria del hombre es la infancia’, afirmó el poeta austríaco Rainer María Rilke con ese tufillo machista tan de moda hace 100 años. El escritor Franz Kafka justificó su carácter mohíno y pusilánime culpando a un padre excesivamente riguroso y autoritario que llegó a dejarle encerrado en el balcón unas cuantas horas durante una dura noche de invierno en Praga. Otro escritor, el norteamericano Charles Bukowski, poema tras poema, relato tras relato, no hacía más que responsabilizar a su padre por haber elegido el alcoholismo como modus vivendi, dando por hecho que se trataba de una respuesta provocada por las palizas que recibió a diario cuando era un niño. Tal vez por esta razón el dramaturgo Osvaldo Quiroga afirmó que ‘la mayoría de nuestras desdichas provienen de esa época (la infancia) que para nadie fue un sueño dorado, pero que para cada uno fue el ensayo general de lo que sería la propia existencia del adulto que todavía somos’.

Saturno, como el padre de Bukowski o el progenitor de Kafka, devoraba a sus hijos, tal y como supo plasmar Francisco de Goya en su conmovedora pintura. Y en honor de este dios, los romanos, que no daban puntada sin hilo, celebraban en estas fechas que vivimos las saturnales, unas fiestas que los cristianos supieron despreciar para sustituirlas por la Navidad. En las saturnales se oficiaba un sacrificio en el Templo de Saturno, se intercambiaban regalos, se organizaban banquetes, se festejaba con desenfreno y la moralidad de los ciudadanos se relajaba notablemente durante las fechas en las que los romanos se entregaban a esta especie de carnaval grotesco. Unas fiestas que nacieron tarde, ya en el siglo III a.C., y por iniciativa del Senado de la República: el Estado quería que la plebe olvidase la dura derrota que les habían infligido los cartagineses. Con el transcurso de los años las saturnales se desprendieron de cualquier resquicio popular, espiritual y astrológico, a la par que iba aumentando el número de días de duración de unas celebraciones orgiásticas convertidas, ya en época imperial, en un auténtico esperpento.

Saturno, hijo del Cielo y de la Tierra, obtuvo el supuesto privilegio de ostentar el poder pese a ser menor que su hermano Titán, a cambio, eso sí, de renunciar a la descendencia. Solo una sociedad sin futuro puede entregarse al culto de una divinidad que devora a sus hijos y renuncia a la vida a cambio del poder temporal. Solo una sociedad sin futuro puede odiar a los niños, al tiempo que se entrega a las diversiones vanas, la glotonería y la embriaguez, como triste evasión de un grupo de personas que admiten que la vida se les escapa y que las riendas de la civilización se les han escurrido de las manos. Una “saturnal” especialmente bochornosa se produjo cuando los habitantes de Berlín, los mismos que habían apoyado la locura nazi hasta el final, celebraron con desesperación suicida la inminente derrota militar del Tercer Reich; mientras los berlineses se emborrachaban como piojos, los tanques del Ejército Rojo entraban en la ciudad con la única oposición de un grupo de niños con fusil y uniforme.

En los estertores de la putrefacta Roma nació la Navidad, igual que nacen algunas flores primaverales abriéndose paso bajo las últimas nieves. ‘Navidad’, no se nos olvide, es un término que significa ‘nacimiento’. ¿Qué celebramos en estas fechas? El nacimiento. No de Dios, ni siquiera de Jesús de Nazaret; ¡por supuesto que no celebramos el nacimiento del hijo de una mujer virgen!, un aditivo surgido de la imaginación de la Iglesia. El pesebre representa el nacimiento de un ser humano, hijo de su madre y de su padre. Algo tan simple, tan común, tan vulgar como el alumbramiento de un nuevo ser humano. Aunque, ¿puede haber algo más mágico y maravilloso? Y, como no podía ser de otra manera, la Navidad coincide con el solsticio de invierno, con el triunfo de la luz frente a la oscuridad, pues es justo en este punto del viaje cósmico cuando los días serán cada vez más largos, y las noches, más cortas.

Los poderes del Estado y del dinero, los señores de las tinieblas, llevan años haciéndonos creer que la Navidad se limita al consumo de objetos superfluos comprados en internet o mientras paseamos por las zonas comerciales iluminadas por las cruces invertidas que adornan las calles de ciudades como Granada o Zaragoza. La Navidad ha sido despojada de su carácter popular, familiar y amoroso para ser entregada a los mercaderes que venden juguetes transgénero, vaya a ser que éstos se declaren en huelga. ¡Ningún niñe sin juguete! Ningún niño con amor. Ningún niño en nuestras vidas. Este parece ser el lema de una sociedad que venera el aborto y considera que la maternidad esclaviza a las mujeres. Una sociedad, la nuestra, que compra niños en el tercer mundo para satisfacer el “derecho a la maternidad” de sus compradores, al tiempo que consume pornografía infantil. Una sociedad destinada a la extinción por tener un índice de fecundidad de 1,18 hijos por mujer según las cifras oficiales (las reales deben ser mucho peores).

Una sociedad, la nuestra, que ha dado luz verde a la vacunación infantil contra el Covid-19 para que todas las familias puedan comer en el McDonald’s, ir al cine para ver el último bodrio sobre Santa Claus y su reno volador o poder viajar a Disneyland París para hacerse fotos con un desgraciado disfrazado de ratón Mickey en medio de un marco arquitectónico de cartón piedra. Mientras los adultos se entregan a una saturnal autodestructiva de bebida, comida y viajes, previo escaneo del ‘Pasaporte Covid’, los pocos niños que quedan se asfixian en el colegio por llevar puesto el bozal obligatorio y están padeciendo o padecerán miocarditis, arritmias y parálisis de Bell a causa del tratamiento génico experimental al que están siendo sometidos por culpa del miedo y el egoísmo de sus progenitores, por culpa de la maldad del Estado. ¿Qué futuros adultos serán los niños de hoy si sus padres los convierten en moneda de cambio para poder seguir disfrutando de unos pequeños placeres hedonistas que jamás llenarán de plenitud sus desorientadas vidas?

Ahora, mejor que nunca, celebremos la Navidad. Celebremos la vida y la grandeza del ser humano. Celebremos el futuro, el porvenir de nuestra familia y de nuestro pueblo. Celebremos que estamos vivos, celebremos el amor a nuestros iguales. Es hora de compartir, de reír, de cantar, de abrazarse, de juntarse y de rejuntarse. ¡Incumplamos las normas y directrices que atentan contra la vida y contra el amor! DESOBEDECE. ¡Juntémonos todos! Unos cuantos, unos muchos; vacunados y sin vacunar, para dar abrazos sin mascarilla y besos sin mascarilla; para brindar por un futuro sin miedo y sin restricciones dictatoriales. Porque cuando recuperemos la alegría volverán la salud, las ganas de vivir, el anhelo de libertad y las ganas de amarnos y reproducirnos.

-¡Escucha esto, Melchor! ¡Y vosotros también, Baltasar, Papa Noel, Olentzero y toda la pandilla!- ¡A los niños no hay que regalarles juguetes, ni vacunas! A los niños hay que brindarles un futuro de valores y de libertad. En estas fiestas regalaremos a los niños y a los jóvenes conocimientos, habilidades, valores, seguridad en sí mismos, coraje, un buen ejemplo y mucho cariño, pues solo de esta manera llegarán a ser adultos funcionales y de provecho.

Ahora, mejor que nunca, celebremos la Navidad.


martes, 10 de noviembre de 2020

LA REVOLUCIÓN DE LA GENTE DE LA CALLE

 

‘Reason to be’. Pintura mural sobre una puerta.

Obra de la artista rusa Anastasia Boorj (2019) 

Situada en las ruinas de la antigua discoteca ‘Pachá’ de Platja d’Aro (Cataluña)


La publicidad comercial es un termómetro político, que no social. Los anuncios de la tele no muestran la sociedad tal cual es, sino la sociedad como debería ser, o como quieren los poderes fácticos que sea. El discurso progresista denuncia el intolerable machismo y el repugnante racismo que todavía muestran los “consejos” comerciales, así que el discurso de izquierda, el discurso políticamente correcto desde hace décadas, admite que los anuncios no solo pretenden vender los productos y servicios que ofertan las empresas que los difunden, sino que intentan imponernos una manera de ser y de comportarnos. La publicidad comercial es un arma que agrede nuestra libertad de conciencia.

Durante dos días seguidos, dediqué varias horas a hacer zapping para analizar los anuncios que emite la televisión. Descubrí que la publicidad de la tarde es mucho menos agresiva que la de la noche; la mayoría de anuncios que se emiten entre las 18 y las 21 horas se centran en dar a conocer las marcas que se publicitan, sin más condimentos. Por la noche, en cambio, cuando aumenta el número de personas que ve la televisión, se emite el spot de lubricantes sexuales Durex. Hay dos parejas que simulan tener relaciones íntimas; la primera de ellas está formada por dos mujeres, una de ellas negra; la otra pareja está formada por un hombre negro y una mujer blanca rubia. Resulta difícil encontrar en la publicidad de las grandes marcas transnacionales una pareja heterosexual que no esté formada por una chica blanca en edad fértil y un hombre negro, generalmente de porte atlético y gran fortaleza física. Otro anuncio, pagado por la distribuidora textil C&A, nos muestra un hombre con su hijo; el padre es blanco, el niño es negro. ¿Adopción internacional? Uno de los muchos anuncios que emite el gigante de ventas por Internet Amazon muestra a un grupo de personas que viven en un barrio humilde de una ciudad occidental; todos los actores son negros. En otro anuncio de Amazon, los creativos publicitarios rizaron el rizo de la corrección política al mostrarnos una pareja heterosexual formada por un hombre negro y una mujer blanca rubia con acondroplasia. La publicidad de la distribuidora de comida para llevar a casa Just Eat muestra dos familias que están cenando comida basura; ambas son interraciales y en una de ellas hay un hombre gay y asiático. Un anuncio de cava Codorniu recrea una cena romántica en la que una conocida influencer lesbiana va a besar a otra chica.

La publicidad no se mete en cosas de religión, por supuesto, vaya a ser que algún colectivo musulmán o judío se sienta atacado por mostrar alguna tradición cristiana. Pero en el anuncio de Vive Soy de Pascual (un bebedizo hecho con semillas de soja) se transmite que si el consumidor quiere escapar del estrés y de la tensión emocional, aspectos tan característicos de nuestro mundo actual, las personas debemos practicar la meditación oriental. ¡Y qué mejor que oler las fragancias de Air Wick mientras practicamos esta especie de budismo de pacotilla occidentalizado! Hasta el anuncio de la escoba robótica Conga muestra a una actriz haciendo algo parecido al yoga. Las tradiciones culturales europeas pueden resultar ofensivas a las minorías; las modas elitistas importadas de Asia son presentadas como prácticas recomendables y del todo respetuosas con nuestro sistema de creencias. Si nuestra vida se hace insoportable por culpa del trabajo excesivo y alienador, por la soledad, la incomunicación, la ausencia de alegría, el alejamiento de la naturaleza, la sobreinformación y la omnipresencia de las tecnologías… ¿Qué nos propone la publicidad? El consumo de objetos y servicios superfluos y la puesta en práctica de ejercicios pseudoespirituales orientalistas basados en la aceptación de la injusticia, la evitación del dolor, la evasión personal de los problemas sociales y la estrategia del avestruz, tristes narcóticos espirituales de la nueva religión globalista  «New Age».

Pero son las medidas de atomización social y limitación de las libertades individuales puestas en práctica por las autoridades estatales con la excusa de la “pandemia” de Covid 19 las que monopolizan la publicidad comercial en estos aciagos tiempos. Los chicos que comen Donuts se saludan con los codos y un hombre le hace la cobra a otro para evitar recibir un abrazo después de haber cerrado un trato comercial en Milanuncios. El grupo de comunicación audiovisual Mediaset nos recuerda que no debemos salir de casa ni reunirnos con otras personas. ¿Qué gana Tele 5 con este “consejo”? Nada, más que apoyar al Estado en su campaña de represión de los derechos fundamentales. Uno de los anuncios más repetidos en estos días es el que nos recuerda que pronto se emitirá una nueva serie de ficción llamada The Hot Zone. La serie muestra a una mujer de oficio militar que “salvará el mundo” tras advertir del inminente peligro que supone la expansión descontrolada de un virus letal. ¿Les suena de algo esta “ficción”? Y es que los superiores del ejército no están dando suficiente importancia al descontrolado patógeno que amenaza a la humanidad en su conjunto, esta nueva peste del siglo XXI de la que nos previene la protagonista de la serie. Lo más repugnante de este anuncio es que muestra una imagen de la Estatua de la Libertad de Nueva York con una mascarilla en la cara. ¿La libertad amordazada? La televisión de pago Amazon Prime (de nuevo Amazon) ha estrenado recientemente la segunda entrega de la película Borat. Si la primera parte era una desternillante comedia que rompía con los tópicos contemporáneos de lo políticamente correcto, la segunda entrega es pura y simple propaganda electoral puesta en servicio de Joe Biden, candidato demócrata a la presidencia de los EE.UU. En el tráiler del film se emite una escena en la que Borat, el extravagante periodista kazajo que interpreta Sacha Baron Cohen, ridiculiza a los llamados «negacionistas», es decir, a las personas conscientes que rechazamos las liberticidas medidas que pretenden evitar la propagación del famoso coronavirus.

Pero el canal de televisión por Internet más popular en nuestro país es Netflix. La mayoría de series, documentales y películas que ofrece la plataforma vinculada al magnate financiero George Soros no hacen más que repetir el discurso de la izquierda actual: feminismo, ideología de género, multiculturalismo, migracionismo y homosexualismo. Pero Netflix ha ido más allá de los tópicos habituales al producir la serie Cuties (traducida al castellano como «Guapis»), una ficción que protagonizan niñas preadolescentes, de unos once años de edad, que visten atuendos ajustados y minimalistas, y muestran actitudes descarnadamente sexualizadas. Netflix impulsa la aceptación social de la pederastia, justo unas semanas antes de que Biden ganara las elecciones presidenciales norteamericanas[1]. Esta estrategia responde a lo que se denomina en teoría política «ventana de Overton», o cómo conseguir que una práctica que la sociedad califica de «impensable» y define como «tabú a evitar», se acabe normalizando y aceptando a través de una elaborada estrategia de ingeniería social. ¿Las violaciones de adultos a niños serán una práctica legal en los próximos años, una simple elección sexual más? ¿Seremos vistos como unos carcas retrógrados aquellos que nos atrevemos a condenar la pederastia?

 

 

Los medios de comunicación llevan años haciéndonos creer que las reivindicaciones del pueblo son las de acabar con el intolerable racismo que, supuestamente, practicamos los europeos, “liberarnos del yugo” de las tradiciones espirituales occidentales, optar por la práctica de la homosexualidad, dejar de reproducirnos, imponer el feminismo de Estado y anteponer la seguridad a la libertad, salvo la “libertad” de poder decidir cuál es nuestro género. Al mismo tiempo, esos mismos medios acusan a las personas del pueblo llano y clase trabajadora de ser unos ignorantes anacrónicos que se resisten a aceptar las ideas transformadoras y de progreso que impulsa una oligarquía anónima a través de los mass media que esa misma minoría controla. Ellos tienen la “verdad”, mientras que nosotros somos machistas, homófobos, conspiranoicos y negacionistas; los integrantes de los pueblos occidentales somos tachados de «basura blanca», individuos a eliminar que no hacemos más que poner palos a las ruedas en el proceso de imposición del llamado Nuevo Orden Mundial, una dictadura orwelliana caracterizada por la supresión de la libertad individual, la ausencia de valores éticos basados en la moral natural y la aculturación de las sociedades europeas.

Ha llegado el momento de la Verdad, el de desvelar las oscuras intenciones de la élite antihumanista que controla la información, la publicidad y la industria del entretenimiento. Ha llegado el momento de la transformación personal y de la revolución social, un proceso que debe tener como principios fundamentales la defensa de la libertad, el alejamiento de las ideologías en beneficio de la autoconstrucción personal basada en el saber experiencial, la crianza de los niños y el cultivo de las relaciones personales horizontales basadas en la ayuda mutua y el amor al prójimo. Esta, y no otra, es la auténtica revolución, la revolución de la gente de la calle.

 

Antonio Hidalgo Diego

Amor y Falcata

Cataluña, noviembre de 2020

 

[1] Hay decenas de fotografías y vídeos en los que aparece el político norteamericano Joe Biden sobando en público a mujeres y, sobre todo, niñas. Pueden buscarlas en Internet.




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